Contra la lidia
La Iniciativa Legislativa Popular (ILP) que se está desarrollando en Cataluña y cuyo objetivo es acabar con las corridas de toros, está soportando las iras de algunos sectores, como en el pasado les ocurrió a los movimientos abolicionista y sufragista.
Una campaña bien organizada, inspirada por ciertos grupos de presión, intenta trasladar a los ciudadanos la idea de que el fin de la lidia es un atentado contra la cultura y el arte, que vulnera el concepto de tradición, y la más peregrina -y perversa- de las afirmaciones: que menoscaba la libertad.
Si torturar a un animal es pedagógico y hermoso, si merece la pena conservar como costumbre el sufrimiento de un toro, y si su derecho como ser vivo a no ser agredido es algo despreciable, entonces los promotores de la tauromaquia tienen razón.
En lo que no existe ninguna diferencia es en que sucumbir a tan retorcidos argumentos es pecar de cobardes, afianzarnos en el atraso y prolongar la vergüenza de una ignominia subvencionada. Porque, en definitiva, y todos lo sabemos, las corridas de toros serán abolidas antes o después. Se trata de comprobar quién tendrá la dignidad, la valentía y la ética suficientes como para no dejar pasar más tiempo.
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