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El testamento urbano del arquitecto catalán Josep Lluis Sert en Colombia

A 40 años de su muerte, las propuestas de uno de los grandes impulsores del modernismo perviven en el trazado de ciudades como Bogotá, Medellín, Cali y Tumaco

Le Corbusier y Josep Lluís Sert en jornada de trabajo en la oficina del Plan Regulador
Le Corbusier y Josep Lluís Sert en jornada de trabajo en la oficina del Plan Regulador.Fondation Le Corbusier, VEGAP, Barcelona (2019)

No resulta extraño que la figura de Josep Lluís Sert, fallecido este mes hace 40 años, hoy sea desconocida en Colombia. Fiel a su temperamento recatado, el arquitecto catalán prefirió mantenerse a la sombra de su enorme estatura profesional. Bastaría con mencionar que fue uno de los impulsores del modernismo en arquitectura, decano de la Universidad de Harvard, proyectó el pabellón de la República española en la Exposición Internacional de París, donde se presentó el Guernica (1937), y entre sus amigos íntimos contó con mentes tan creativas como Alexander Calder, Pablo Picasso, Joan Miró o Le Corbusier.

Sert (Barcelona, 1902-1983) desembarcó en Colombia en la segunda mitad de los 40. Viajó desde Nueva York, adonde se había exiliado tras la llegada de la dictadura franquista, para avanzar en los planes de renovación urbana de Bogotá, Medellín, Cali y Tumaco, comisionados por autoridades locales y patrocinados por fondos del Departamento de Guerra estadounidense dirigidos a mitigar el avance del comunismo.

El diseño de su proyecto para Medellín colgaba en un lugar central de la sala de su casa en Locust Valley (Nueva York). Para la arquitecta antioqueña Patricia Schnitter, fue en la capital paisa donde mejor echaron raíces sus ideas. Los urbanistas locales acogieron con expectativa a quien había redactado una de las dos versiones de la Carta de Atenas (1933), el manifiesto de un grupo de arquitectos vanguardistas para un nuevo urbanismo europeo, en sintonía con el mundo de postguerra y en contra del corsé del formalismo académico.

Un buen punto de partida para recoger sus huellas es el barrio Alcázares, un núcleo de clase media baja al occidente de Medellín. Algunas pocas viviendas mantienen los techos abovedados originales de un tejido de casas que buscaban instaurar su idea de “una casa un árbol”: “Se trataba de un modelo de vivienda social pensada para los migrantes que llegaban del campo”, explica la académica Doris Tarchópulos.

Uno de los ejes del trabajo de Sert, nacido en una familia aristocrática ligada al tráfico de esclavos con Cuba, fue la vivienda popular. Desde muy joven se desmarcó de las posturas conservadoras de su medio y se decantó por las ideas de izquierda del partido Esquerra Republicana que secundaban la instalación de la Segunda República española (1931-1939). “Esas casitas en Alcázares estaban pensadas para propiciar la vida comunitaria de vecinos que no estaban acostumbrados a vivir en viviendas tan pegadas. Al mismo tiempo, aportaba acceso al verde en unos patios interiores y en el antejardín, y otros servicios sociales y equipamientos que no se llegaron a construir”, explica Tarchópulos.

Maqueta de Plan para Bogotá, en 1950.
Maqueta de Plan para Bogotá, en 1950.FLC\Hervé

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Las posibilidades de acceso al descanso y a una vida sana en los barrios de renta baja no formaban parte de las prioridades en los debates de la Colombia de entonces, desolada por una nueva ola de barbarie en el campo que los historiadores bautizarían como la Violencia con mayúscula. En un plano más amplio, las propuestas de la firma de Sert, Town Plan Association (TPA), contemplaban implantar su ideario de ciudades funcionales para actualizar el trazado colonial de las urbes colombianas.

En Bogotá su misión era desarrollar el Plan Piloto que dibujó Le Corbusier, maestro al que conoció en sus años de formación en París, pero los sobresaltos políticos solo dejaron retazos de la idea general. Entre ellos el plan de reforestar los cerros orientales, en gran parte pelados entonces, o aprovechar las quebradas que bajaban desde las montañas como parques lineales. El Parque del Virrey, al norte de la capital, es un buen ejemplo.

En Bogotá además trabajó en proyectos independientes junto a su socio Paul Lester Wiener –yerno del entonces secretario del Tesoro estadounidense y enlace clave para la financiación de los proyectos latinoamericanos-. También asesoró a arquitectos locales en el trazado del Centro Internacional, a pocos pasos del Museo Nacional y del tradicional Hotel Tequendama. Y en el popular barrio Quiroga, al sur, dejó otras unidades vecinales con casas techadas por bóvedas laminadas en concreto que evocan a su Mediterráneo natal.

“La vivienda social en Colombia le debe mucho a Sert”, argumenta Tarchópulos. En la primera ciudad donde trabajó fue en la aún hoy olvidada Tumaco, sobre el Pacífico. En 1947 el centro de la ciudad sufrió un feroz incendio y el equipo del español fue comisionado para diseñar un plan de reconstrucción. Al igual que en otras ciudades, jóvenes arquitectos colombianos se sumaron al equipo de la TPA, y de paso heredó conocimientos y dejó marca.

Propuso que el centro de la ciudad se trasladara a la vecina isla El Morro, pero las autoridades hicieron caso omiso y remodelaron sobre las cenizas. Patricia Schnitter cuenta que esa fue una decepción doble porque ya había vivido una experiencia similar en Chimbote, ciudad costera al norte de Perú.

Quedaron, sin embargo, en pie algunas viviendas de una sola planta con techos pensados para recoger las aguas lluvia de una ciudad de aguaceros, así como pequeños talleres de madera integrados a estos inmuebles para el desarrollo de actividades artesanales locales. Schnitter las visitó hace unos años en el Morro: “La disposición en forma de cuadrado se mantiene, pero hay que conocer muy bien el trasfondo de la historia para recrear el esquema general”.

En Cali sus proyectos tuvieron aún menos arraigo. Prueba de ellos es que los planos originales estuvieron desaparecidos hasta hace muy poco, cuando el experto en planeación León Darío Espinosa los empezó a encontrar engavetados entre los documentos de particulares: “Ellos (Sert y Wienner) entregaron la propuesta en 1950, un período muy complicado porque el país vivía en un estado sitio tras el magnicidio de Gaitán”.

Las casas para los trabajadores en Isla del Morro, en Tumaco, en 1947.
Las casas para los trabajadores en Isla del Morro, en Tumaco, en 1947.Archivo Histórico Javeriano

Espinosa subraya que en esa época no se socializaban los planes de ciudad y que el ejercicio de planeación usual, del que se encargaba la división del Ministerio de Obras Públicas llamada Edificios Nacionales, se limitaba a intervenir zonas estratégicas. “Como no había mucha información, las élites, los industriales y los terratenientes con tierras cuya expectativa era venderla para convertirla en urbanización generaron un clima muy malo” para los proyectos de Sert, describe.

Al igual que en el resto de ciudades, jugó en contra la explosión demográfica de la tercera ciudad del país por tamaño, que entonces no pasaba de los 250.000 habitantes. El modelo encargado a Sert se quedó corto al cabo de una década y solo dejó coletazos. Como señala Espinosa, la ciudad se desparramó y los asentamientos informales se doblaron.

En 1977 la alcaldía de Medellín invitó al arquitecto para recordar los 25 años de su trabajo. Su impresión no fue grata. La ciudad se había expandido de una forma insospechada y muchas de sus ideas se quedaron en el dibujo que colgaba en su casa. De cualquier forma, su influjo queda fuera de toda duda para Tarchópulos: “Dejó enseñanzas fundamentales en la práctica de la arquitectura y en el urbanismo, desde la administración, desde lo público, dentro de una concepción de transformación que no se practicaba, salvo en algunas ciudades muy vanguardistas del mundo”.

El ideario del urbanismo moderno no cuajó al pie de la letra en casi ningún lugar del mundo –son excepciones Brasilia y Chandigarh (India)-. En todo caso, Sert formó parte del ala moderada del CIAM (Congreso Internacional de Arquitectura Moderna) la menos radical en aquella defensa de un racionalismo que se inclinaba por mucho concreto, carros y bloques desangelados al estilo brutalista, salpicados por zonas verdes. Todo un despropósito para el modelo actual que respalda el uso de la bicicleta y le da prioridad al peatón por sobre todas las cosas.

Josep Lluís Sert fue un proyectista que aprendió de su experiencia en tres continentes. Tenía el valor de disentir cuantas veces fuera necesario. Y también de corregir. Por eso, cuatro décadas después de su muerte, los expertos reivindican el legado que dejó en Colombia: repensar la construcción de las ciudades desde un espíritu rebelde y más humano. Una lección de urbanismo y de principios que ponía la plasticidad y el bienestar de los individuos más desprotegidos en el centro de sus preocupaciones.

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