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AJEDREZ/CAMPEONATO DEL MUNDO

Carlsen contra el alfil de Putin

El noruego, número uno desde 2010, defiende su corona frente a Niepómniachi, cuya misión es recuperarla para Rusia

Ian Niepómniachi, sentado, saluda a Magnus Carlsen al inicio de su partida en el torneo Norway Chess de Stavanger (Noruega) en septiembre
Ian Niepómniachi, sentado, saluda a Magnus Carlsen al inicio de su partida en el torneo Norway Chess de Stavanger (Noruega) en septiembreLennart Ootes/FIDE
Leontxo García

Han pasado 14 años desde que un ruso, Vladímir Krámnik, perdió el título mundial de ajedrez. Y siete desde que Vladímir Putin señaló en público que recuperarlo era una prioridad deportiva para el país que lo heredó de la Unión Soviética, propietaria desde 1948 hasta su extinción, en 1991 (con la excepción del estadounidense Bobby Fischer, de 1972 a 1975). El agresivo e inestable Ian Niepómniachi, de 31 años, lo intentará desde el viernes al mejor de 14 partidas en la Expo Universal de Dubái (Emiratos Árabes Unidos), con dos millones de euros en premios. El campeón, el noruego Magnus Carlsen, de 30, es un genio y uno de los mejores jugadores de todos los tiempos.

Krámnik, verdugo de Gari Kaspárov en 2000, cayó en 2007 ante el indio Viswanathan Anand, doblegado en 2013 por Carlsen, quien volvió a derrotarlo en 2014 en Sochi (Rusia). Fue allí, en la clausura, donde Putin subrayó por primera vez lo importante que es para Rusia recuperar el trono del ajedrez. No hay ayudas especiales, directas y transparentes, del Gobierno para ello, tal vez para que otros deportes no se sientan discriminados. Pero sí donaciones y patrocinios de empresas y millonarios próximos a Putin, como Andréi Filátov, presidente de la Federación Rusa de Ajedrez. Niepómniachi no podrá jugar con la bandera de su país, sancionado por la implicación del Gobierno en el dopaje masivo de sus deportistas.

Vladímir Putin, durante la clausura del Mundial de ajedrez Carlsen-Anand en Sochi (Rusia), el 25 de noviembre de 2014.
Vladímir Putin, durante la clausura del Mundial de ajedrez Carlsen-Anand en Sochi (Rusia), el 25 de noviembre de 2014.SASHA MORDOVETS

Carlsen ya era el número uno desde 2010 y lo ha sido hasta hoy (excepto en las listas de noviembre de 2010, y marzo y mayo de 2011). Estos últimos datos son muy importantes porque, si aguanta ahora la embestida de Niepómniachi, el escandinavo podría empezar a plantearse como algo razonable lo que hasta ahora parecía utópico: batir la marca rayana en lo inhumano de Kaspárov, quien lideró la lista mundial durante 20 años consecutivos, desde 1985 hasta su retirada, en 2005.

Ciertamente, Carlsen podría seguir luchando por ese objetivo aunque Niepómniachi lo destronase, como hizo Kaspárov cuando se estrelló ante Krámnik. Pero debe tenerse muy en cuenta lo que su padre y representante, Henrik, dijo hace unos años a EL PAÍS: “Mi gran dificultad es mantener motivado a Magnus. Él ve que por encima del número uno no hay nada; y yo le digo que por debajo hace mucho frío”. No está claro que Carlsen posea la hercúlea fuerza de voluntad de Kaspárov para reponerse tras dejar de ser el rey.

Magnus Carlsen, el pasado julio, durante la Copa del Mundo en Sochi (Rusia)
Magnus Carlsen, el pasado julio, durante la Copa del Mundo en Sochi (Rusia)David Lllada/FIDE

Como ocurría en 2016 y 2018 con el ruso Serguéi Kariakin y el estadounidense Fabiano Caruana, respectivamente, cuando ambos retaron al campeón, Niepómniachi no es un genio si nos atenemos a la definición de la RAE: “Capacidad mental extraordinaria para crear o inventar cosas nuevas y admirables”. Aunque sí es un jugador fortísimo, un portento: “Persona admirable por alguna condición”. Es verdad que el ruso es el único en la élite con un balance favorable frente a Carlsen (cuatro victorias, una derrota y ocho empates, sin contar las partidas rápidas) pero, de las cuatro últimas (desde 2017), el campeón ganó una y tres quedaron en tablas.

Por tanto, Carlsen es el favorito si ambos juegan a su máximo nivel. Pero el ajedrez no es una ciencia exacta, y menos aún en la final del Campeonato del Mundo, cuando los rivales se despiertan y se acuestan cada día pensando en el otro desde meses antes y durante el duelo. Además, el ruso brilla en las grandes complicaciones y siempre ha exhibido un estilo agresivo, propicio al riesgo. Jugar así es probablemente la mejor manera de luchar contra el escandinavo, poco menos que invencible en las posiciones de apariencia sencilla, muy técnicas. Entiéndase bien: Carlsen tiene un estilo universal y también brilla cuando le obligan a calcular con precisión, pero es más probable que se equivoque cuando el tablero se convierte en un lío tremendo y parece que ambos están perdidos.

Si a ello se añade que el eslavo es más fuerte que Kariakin y Caruana en las partidas rápidas de un eventual desempate (que el noruego ganó con claridad en esos dos duelos) cabe pronosticar que este Mundial (retrasado un año por la pandemia) será mucho más atractivo para el aficionado medio que los dos anteriores, cuando Carlsen fue muy conservador, sus rivales también y hubo desempate, ahora harto improbable. Sobre todo, si la versión de Carlsen no es la de 2016 y 2018, con frecuencia soporífera (las 12 partidas frente a Caruana, ahora ampliadas a 14, terminaron en tablas), sino la del cambio radical que adoptó desde enero de 2019 cuando, muy influido por el estilo del revolucionario programa AlphaZero, el mejor ajedrecista no humano nunca visto, empezó a arriesgar mucho, con sacrificios de material a largo plazo a cambio de compensaciones tan etéreas como la iniciativa, la actividad o la armonía de sus piezas. Es decir, cabe la posibilidad de que veamos un choque de trenes, una pelea cuerpo a cuerpo desde el primer asalto.

Ian Niepómniachi, durante la entrega de premios del Torneo de Candidatos en Yekaterimburgo (Rusia), el pasado abril.
Ian Niepómniachi, durante la entrega de premios del Torneo de Candidatos en Yekaterimburgo (Rusia), el pasado abril.Lennart Ootes/FIDE

Pero el análisis quedaría incompleto si no se añade un ámbito fundamental en el que ambos han cojeado durante años: la estabilidad psicológica. Nada más batir a Kariakin en el desempate de 2016, Carlsen dijo a EL PAÍS en Nueva York: “Mi punto más débil es el control de las emociones. Voy a trabajar en ello”. Pero no lo hizo, porque su padre es un negacionista de la utilidad de los psicólogos especializados en el deporte de alto rendimiento, a pesar de que la mayoría de las estrellas de todas las demás disciplinas trabajan con ellos. Saber si ahora lo ha hecho roza lo imposible, porque los finalistas de un Mundial esconden con celo ese tipo de información. El sentido común indica que si está fuerte mentalmente es muy probable que acepte el alto riesgo, como hace desde enero de 2019, aunque lo que esté en juego ahora sea la corona.

Ahora bien, si medimos el riesgo de inestabilidad emocional de ambos, Niepómniachi siempre se ha mostrado más débil que Carlsen en ese ámbito. Capaz de arrasar a rivales de élite varios días seguidos, también se ha hundido en varias ocasiones tras un revés. Y su triunfo en el Torneo de Candidatos de Yekaterimburgo (Rusia), que le dio el derecho de retar al campeón, no es un argumento que cambie ese análisis, por un matiz esencial: el ruso era el 2º del torneo al final de su primera vuelta, en marzo de 2019, cuando tuvo que suspenderse porque Putin decretó el cierre inmediato del espacio aéreo por la pandemia. Niepómniachi tuvo un año entero hasta su reanudación para preparar la segunda vuelta. Dado que la preparación psicológica sofisticada siempre ha sido habitual entre los deportistas rusos, es probable que él sí haya cuidado mucho ese aspecto, pero no hay constancia de ello.

Hay un elemento adicional de particular interés. Ambos se conocen muy bien, y no solo porque son de la misma edad (el ruso es cuatro meses mayor) y han coincidido en muchos torneos desde su época juvenil. Niepómniachi ha trabajado para Carlsen como analista varias veces en campeonatos del mundo. Quizá más que nunca, en este duelo el control de las emociones puede ser más decisivo que el talento y la preparación técnica y física. Y eso incluye el peso del honor nacional: Carlsen es un ídolo nacional en Noruega, y Niepómniachi lleva el estandarte de un país donde el ajedrez fue muy popular e importante desde el siglo XIX, y sobre todo en el XX.

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Leontxo García
Periodista especializado en ajedrez, en EL PAÍS desde 1985. Ha dado conferencias (y formado a más de 30.000 maestros en ajedrez educativo) en 30 países. Autor de 'Ajedrez y ciencia, pasiones mezcladas'. Consejero de la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) para ajedrez educativo. Medalla al Mérito Deportivo del Gobierno de España (2011).

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