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Día Internacional de la Mujer
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una lucha de todos

Defender los derechos de la mujer está inseparablemente ligado a nuestra vida democrática, al tipo de sociedad al que aspiramos

Manifestación de estudiantes feministas, este viernes en la madrileña Puerta del Sol.
Manifestación de estudiantes feministas, este viernes en la madrileña Puerta del Sol.Samuel Sanchez

Nuestra brillante filósofa María Zambrano, cuya figura ha cobrado en las últimas décadas una justísima centralidad en el pensamiento español del siglo XX, preparó en 1942, para la mexicana revista Rueca, un hermoso ensayo en el que, “lejos ya del debate feminista”, espigaba algunos de los grandes momentos y fenómenos históricos que habían resultado decisivos para llevar al primer plano la cuestión de la igualdad de la mujer. En ese texto, la autora de El hombre y lo divino destacaba un valor que no debe pasar desapercibido en este 2020, cuando celebramos a un verdadero “profeta mayor” de las letras hispánicas y, en general, de toda la literatura universal. “Galdós —nos dice María Zambrano— es el primer escritor español que introduce valientemente las mujeres en su mundo. Las mujeres, múltiples y diversas, las mujeres reales y distintas, ontológicamente iguales al varón. Y esa es la novedad, esa es la deslumbrante conquista. Existe como el hombre, tiene el mismo género de realidad; es lo primero que teníamos que ver”.

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Ciertamente, y aunque no tuviese la forma de un manifiesto o de una declaración programática, constituía un notable cambio de paradigma el hecho de que la mujer se mostrase en la prosa galdosiana con toda su humanidad y sus expectativas vitales; con sus problemas; con sus opiniones; con el enorme vigor de sus interacciones en los más diversos ámbitos de la sociedad —incluso en aquellos que le estaban vedados—. Y, como observaba Zambrano, una comprensión semejante acerca de la mujer no podía derivar más que del impulso democrático característico del mundo contemporáneo: uno y otro fenómeno —mujer y libertades— hundían sus raíces en los mismos principios, se asentaban sobre los mismos valores: “El mundo de Galdós es, pues, mundo moderno, netamente moderno, mundo cuya máxima realidad estriba en la multiplicidad de destinos individuales”, explica la penetrante pensadora malagueña.

Fue, desde luego, esa conciencia moderna del individuo lo que dio origen al protagonismo ciudadano y lo que consagró la idea de unos derechos fundamentales e inalienables.

Alcanzamos el umbral del siglo XXI asumiendo que la lucha por la igualdad de la mujer —representada históricamente por movimientos como el sufragismo o la liberación femenina de los años sesenta— podía quedar inscrita en alguna de esas fases que hoy constituyen la crónica de la expansión democrática. Pero, en cambio, los últimos tiempos nos han mostrado que la mujer, como agente decisivo de la vida social, es mucho más que la protagonista de un simple momento histórico, y que sus derechos representan también mucho más que un mero capítulo de la emancipación contemporánea. La enorme significación que tiene la mujer, en tanto que mujer, para el avance de la sociedad en todas sus dimensiones, ha logrado convencernos de que esa presencia y ese aporte deben quedar incorporados definitivamente a la visión del mundo; deben conformar, como hoy se dice, una consideración transversal a todas las reflexiones y decisiones relativas a la condición y al destino del ser humano.

Por otra parte, la nueva lucha por la igualdad ha puesto de manifiesto todo el camino que nos faltaba por recorrer. Precisamente porque nuestro mundo se vuelve cada día más complejo; porque asume cada vez mayores empresas; porque se proyecta a un futuro lleno de posibilidades y de desafíos, la mujer no puede conformarse con sus logros del pasado. Máxime cuando subsisten en nuestro tiempo situaciones discriminatorias, techos de cristal para el ejercicio de determinadas funciones, inadmisibles brechas ocupacionales o salariales. Y, por supuesto, cuando la lista de víctimas de la violencia machista sigue constituyendo un bochornoso lastre para la calidad de nuestro Estado de derecho.

En efecto, esta lucha no es únicamente cosa de mujeres, sino un asunto inseparablemente ligado a nuestra vida democrática; al tipo de sociedad al que aspiramos; al grado de libertad que debe caracterizar a nuestro país. Porque —volviendo a María Zambrano, y a su idea inclusiva del feminismo—, defender los derechos de la mujer es también una búsqueda de unidad, de solidaridad, de todo aquello que, lejos de separarnos o segregarnos, nos proporciona un espacio común dentro de nuestra igual condición de ciudadanos.

Ana Pastor Julián es vicepresidenta segunda del Congreso de los Diputados.

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