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La vida del padre de Nadia: un largo rosario de mentiras y estafas

Fernando Blanco ha dejado un reguero de impagos y pufos por donde ha residido los últimos 25 años

Fernando Blanco, con su hija Nadia en una foto de su Facebook.Vídeo: EL PAÍS | EPV

Las televisiones, y con ellas los telespectadores, cayeron a los pies de Fernando Blanco. ¿Quién no iba a encariñarse con aquella niña risueña tan gravemente enferma? El padre añadía dramatismo con frases disparatadas: “Antes no veía ni andaba”, “El cerebro le ha dejado de crecer”. Era 2008, Nadia tenía tres años y ya la estaban paseando por los platós con el pelo rapado y abrazada a un oso de peluche. Sin los 60.000 euros que le pedía Blanco a la audiencia, la niña podía morir antes de los siete años.

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Nadie sabe a ciencia cierta cuándo empezó Blanco a vivir de sus mentiras. Pero sí que fue mucho antes de que naciera Nadia. “Era un estafador profesional. Un mentiroso compulsivo y un gran actor, con una enorme capacidad inventiva. Fui amigo suyo”. La confesión de este empresario se produce en un hotel de Mahón, la capital de Menorca. Y exige anonimato pese al tiempo transcurrido. “Es una isla muy pequeña”. En 1994 aún lo era más. Blanco llega a la isla con 30 años y un buen puesto: delegado de Cobega, la distribuidora de Coca-Cola. Controla todos los refrescos que se consumen en una isla del Mediterráneo. Es mucho dinero.

En 1997 la empresa descubre que se ha estado quedando con millones de pesetas. Le despide de manera fulminante y le denuncia. Tres años después la Audiencia Provincial le condena en firme por apropiación indebida y falsedad documental. Le caen cuatro años y diez meses de cárcel. Acaba su etapa en la isla. Unos años en los que vivió, valga la frase hecha, por encima de sus posibilidades. La abultada nómina, de 260.000 pesetas de entonces, se le quedaba corta, cuenta otra persona de su círculo cercano que tampoco quiere ver su nombre en el periódico.

La madre de Nadia también tiene impagos en Baleares

La actual pareja de Blanco y madre de Nadia, Margarita Garau Ramis, también tiene problemas de impagos, según se puede comprobar en el boletín oficial de la comunidad autónoma.

En la Agencia Tributaria de Baleares consta una "diligencia de embargo de cuentas abiertas en entidades de crédito" y otra "diligencia de embargo de vehículos". Son de 2013 y 2015.

Blanco y su pareja de entonces vivían a todo trapo, cuenta este hombre, que aporta una carpeta llena de documentos en una cafetería de Mahón. Pedía dinero prestado y no lo devolvía. Encargaba una tarjeta, le secaba el crédito y la tiraba. Aparecía con coches nuevos que no había pagado. “Con ese ritmo de vida no le daba ni robando”, asegura. Durante un tiempo se dedicó “a las inversiones”. “Decía a gente de la isla que les conseguiría un buen interés. No volvían a ver el dinero”. También trabajó para dos importantes compañías de seguros y, según esta fuente, vendió pólizas inexistentes. ¿Alguien le denunció? “Que yo sepa no. Nadie quiere reconocer que le han timado”.

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Quien sí le denunció fue la empresa. “No era nuestra intención mandarle a la cárcel. Queríamos que devolviera el dinero pero cuando le encontramos ya se lo había fundido”, recuerda uno de los abogados que llevó la acusación. “Desapareció y le tuvimos que buscar. Finalmente le localizamos en una urbanización exclusiva llena de ingleses cerca de Sant Lluís, en una casa alquilada que claramente no podía permitirse”, dice en su despacho del Eixample de Barcelona. Los jueces determinaron que se había quedado “no menos de 20 millones de pesetas”.

"Queríamos que devolviera el dinero pero cuando le encontramos ya se lo había fundido. Vivía en una casa que no podía permitirse"

El fraude estaba muy elaborado, pero tarde o temprano iba a descubrirse. “En cuanto miramos los libros vimos el desfase entre la mercancía que salía y el dinero que entraba”, relata el abogado. Blanco iba trampeando girando cheques y pagarés a cuentas sin fondo o emitiendo letras de cambio, que a veces tenían como aceptantes a personas que ni existían. En otros casos, sí eran personas reales. Como Santiago y su padre. Con su único camión, trabajaban como repartidores para la empresa ya antes de que Blanco llegara de jefe. Un día les pidió “un favor”.

Santiago se esfuerza en un bar de Mahón por explicar los detalles, pero todavía hoy no sabe muy bien lo que firmó. “Fernando nos dijo que necesitaba un favor y me metió un rollo… Que si le firmábamos unas letras de cambio él recibía unas bonificaciones y que luego lo arreglaríamos y no sé qué más. Nos fiamos”, relata. Un año después volvieron a firmar, “la renovación”. “Un día nos llamaron cuando se destapó el desfalco. La empresa decía que debíamos 12 millones de pesetas. Fernando reconoció en un despacho que era cosa suya, pero mi padre tuvo que vender el piso y pagar. Ahora vive de alquiler en un bajo”.

Tampoco hubo denuncia. “Un abogado nos dijo que perderíamos. Las firmas estaban ahí”. Santiago recuerda que años después de aquello vio a Fernando con una niña pequeña en IB3, la televisión autonómica balear. Llorando y pidiendo dinero. “Le decía a mi mujer: ¿Qué hago, llamo y digo que es un pirata? ¿Aviso para que no se crean nada?” No llamó. Se quedó en el sofá recordando “la vida que se pegaban” Blanco y su mujer. El chalet, las comidas y cenas en buenos restaurantes. Lo “prepotente” que era con los trabajadores. “Tanto dinero… Sé de clientes que le compraban a él directamente en negro. Palés enteros que salían directamente del puerto sin pasar por ningún almacén. Pero eso no lo van a reconocer esos hosteleros, claro”.

Los años en Ibiza

Antes de Menorca, Blanco vivió y trabajó en Ibiza. Le dijo a EL PAÍS que había hecho de todo, hasta de DJ. Uno de sus “amigos” dice que se dedicaba principalmente a la hostelería. De aquella época son las trifulcas con policías que él mismo confesó a este diario y la hipoteca impagada de un apartamento de 107 metros cuadrados más 20 de terraza en una de las mejores zonas de la capital. Él y su pareja, Inés Rodríguez, llegaron a deber 12 millones de pesetas (72.000 euros) a la entidad que les había dado el crédito. El inmueble acabó subastándose años después.

La pareja tampoco pagaba la comunidad, así que el resto de propietarios les denunciaron por una deuda de 323.000 pesetas que un juzgado de Ibiza les condenó a pagar. Para entonces estaban considerados “en situación procesal de rebeldía”. Fue en el año 2000, a punto de que a Blanco también le condenara definitivamente la Audiencia de Palma por la estafa a su empresa. Rodríguez, que sigue viviendo en Menorca, rehusó hablar con EL PAÍS.

Hoy el padre de Nadia se hace llamar Fernando Drake Blanco, cuenta que es medio irlandés y que gracias a su doble nacionalidad pudo entrar en Afganistán a buscar la cueva donde se ocultaba un científico. Sin embargo, Fernando Blanco Botana nació en 1964 en Valladolid. Sus padres, ya fallecidos, se llamaban Francisco y Dolores, y vivían en Pajarillos, el barrio más humilde de la capital castellana. Francis Drake, coincidencia o no, fue un famoso pirata inglés del siglo XVI.

De los años de Blanco en Valladolid no queda más rastro que el de numerosos apremios de embargo del Ayuntamiento. En el Boletín Oficial de la Provincia, digitalizado solo desde 2003, constan hasta seis notificaciones. Uno de los expedientes, por “embargo de vehículos”, data de 2001. Hay otro de 2008. En los últimos listados ya no aparece ni el número del expediente.

Una bodega en Mallorca

Cuando salió de la cárcel Blanco ya no volvió a Menorca. Se trasladó a un pequeño pueblo mallorquín llamado Biniali, un municipio de poco más de 200 habitantes dependiente de Sencelles, a unos 20 kilómetros de Palma. Allí consiguió trabajo durante seis meses, entre 2005 y 2006, en una bodega. Se ocupaba de tareas de mantenimiento. “Conmigo no quedó mal. No me hizo nada malo”, advierte nada más empezar la conversación telefónica el gerente de la bodega.

Bajo promesa de no ver su nombre publicado, relata que solo ahora, cuando se ha descubierto el engaño, se da cuenta de todas las mentiras que en su momento creyó. El motivo por el que estuvo preso, por ejemplo. “Nunca reconoció que hubiera estado en la cárcel, pero sí me hablaba de temas judiciales por evasión de capitales. Contaba que tenía problemas con una juez porque, como trabajaba para una multinacional, había tenido que sacar dinero fuera de España”.

El gerente de la bodega asegura que nunca le dio dinero en efectivo para los supuestos tratamientos de Nadia, pero sí le regalaba cajas de vino para los eventos en los que hacía colectas. Mucha gente de la zona colaboró, recuerda. También rememora verle con distintos coches. “Él decía que se los regalaban para que los vendiera y sacara efectivo para la niña. Un señor de Asturias que se acababa de jubilar le regaló su camión y me consta que lo vendió”.

"Me contaba que viajaba por Europa y Arabia y que  había un jeque que le compraba mucho vino"

Cuando la familia se marchó a Lleida mantuvieron el contacto un tiempo. “Me contaba que trabajaba con Vega Sicilia y que estaba todo el tiempo viajando, que iba por Europa y Arabia, y que había un jeque que le compraba mucho vino”. “Me cuesta creerlo, pero ahora veo que nos ha timado a todos”, concluye.

De la época en Mallorca son los antecedentes policiales por una presunta estafa en la compraventa de un coche. No consta que fuera condenado.

Un pueblecito en el Prepirineo

Hace unos tres años, la familia se mudó a otro pueblo de 200 habitantes, Fígols i Alinyà, en Lleida. En Organyà, el pueblo vecino, de 900 habitantes, abrieron una tienda de vinos hace algo más de un año, que apenas ha estado abierta en días sueltos, según el alcalde de la localidad. También tenían un local a modo de almacén donde guardaban pancartas y utensilios para las campañas de recogida de donativos para Nadia. Ese local ya está vacío.

A los vecinos Blanco les contaba que trabajaba de comercial para distintas bodegas y que viajaba mucho. En su perfil de Facebook se presenta como director general de Grandes Vinos de España. No existe ninguna empresa con ese nombre. También asegura que es coach y da charlas motivacionales. Un restaurante de La Seu d'Urgell le presentó así cuando habló en el local en marzo de este año.

En el Registro de la Propiedad no figura nada a su nombre ni al de su pareja. Hace años que dejó de meterse en hipotecas. Desde Ibiza, solo ha vivido de alquiler. La casa de Fígols es, en palabras de uno de sus vecinos, “un chalé de gama alta”. “Habiendo pisos de alquiler aquí de 250 o 300 euros al mes, y diciendo que necesitaban dinero para la niña, se instalaron en la mejor casa del pueblo. Eso nunca lo entendí”, afirma.

A este vecino también le llamó siempre la atención el continuo trajín de coches en los tres años que lleva la familia en Lleida. Enumera cuatro que recuerda, uno de ellos un Range Rover de gama alta. Las fuentes que le conocieron en Baleares hablan de un Toyota blanco deportivo (era un Supra) y de otros muchos lujos que no se podía permitir con su sueldo. “Se tuvo que ir de Palma porque pedía dinero para la niña pero luego le veían comiendo en buenos restaurantes”, dice el empresario que fue amigo. “Gastaba a manos llenas”.

“¿Cómo pude tragarme lo que me tragué? Tenía mucho pico, pero no sé cómo pude creerme algunas cosas”, afirma el empresario. Y cuenta una anécdota. Una vez Blanco les contó que era muy amigo del presidente de la cadena de hoteles Melià y que les invitaba a todos a la inauguración de su nuevo establecimiento en Cuba. “Decía que ya teníamos los billetes sacados. Yo hasta me compré ropa”.

investigacion@elpais.es

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Sobre la firma

Elena G. Sevillano
Es corresponsal de EL PAÍS en Alemania. Antes se ocupó de la información judicial y económica y formó parte del equipo de Investigación. Como especialista en sanidad, siguió la crisis del coronavirus y coescribió el libro Estado de Alarma (Península, 2020). Es licenciada en Traducción y en Periodismo por la UPF y máster de Periodismo UAM/El País.

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