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Debate de investidura
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Sánchez desafía a Rajoy... y al PSOE

La solución a las terceras elecciones dependerá de que salgan del juego o el presidente del Gobierno o el líder socialista

Pedro Sánchez durante su intervención en la segunda sesión del debate de investidura. CHEMA MOYA EFEFoto: atlas

No estaba claro si Pedro Sánchez desafiaba a Rajoy o desafiaba al PSOE en su discurso de despecho. El dogmatismo del "no" malogra cualquier expectativa de investidura, pero también exige una lealtad davidiana a los socialistas. Sacrificarse con su jefe. Encerrarse con él a semejanza del rancho de Waco.

Y pretendía sujetarlos Sánchez, constreñirlos a mantener una posición negativa no solo el viernes, sino también en la eventualidad de una nueva intentona en octubre. Es una manera de sobrentender la hipótesis unas terceras elecciones, hasta el extremo de que la única manera de evitarlas exige una suerte de magnicidio político: o se marcha Rajoy para facilitar la abstención o se marcha Pedro Sánchez con idéntico propósito.

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La primera hipótesis parece remota. La segunda dependerá de la habilidad con que Sánchez custodie su doctrina refractaria en un calendario adverso, tanto por el presumible retroceso de los socialistas en los comicios de Galicia y en Euskadi como por las disensiones que puedan fracturar la precaria lealtad al líder del PSOE.

De ahí la importancia que revestían los clamores de los diputados. Puestos en pie, jaleaban el discurso enérgico de Sánchez, pero también se obligaban a la disciplina de la negación. Pedro Sánchez quiere acabar con Rajoy y le invitó a suicidarse —"vote contra su propia candidatura", llegó a decirle—, consciente al mismo tiempo de que el desenlace de un duelo extremo puede desposeerle del liderazgo del Partido Socialista.

Es el contexto en el que se atuvo a una intervención contundente, pero también sobreactuada. Especialmente cuando "erdoganizó" o "putinizó" al presidente del Gobierno, acusándolo de amputar las libertades, de amoldar las leyes a sus intereses, de ejercer el absolutismo y de pervertir arbitrariamente las instituciones.

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Habría, pues, Rajoy demolido la democracia como si fuera Maduro. Un argumento suficiente, incontrovertible, para rechazar su candidatura, pero construido con oportunismo y frivolidad excesivos. Incluso ajeno al veredicto de las urnas. Sánchez se resiste a aceptarlo. Reniega de que el PP le aventaje en 52 diputados. Y niega la corpulencia del acuerdo con Ciudadanos, no cediendo si quiera al cataplasma de una abstención crítica.

Era previsible que Mariano Rajoy reaccionara a su propio letargo, que recurriera a sus facultades de monologuista socarrón, que afinara sus habilidades dialécticas en la humillación y la ridiculización. Y era más previsible todavía que Pablo Iglesias, megáfono al hombro, acelerado como un rapero, ingenioso como un buen tuitero, propusiera un Gobierno alternativo, "desinteresado", sabiendo de antemano su inviabilidad y el monstruo de Frankenstein resultante.

Es la dialéctica perversa del líder de Podemos. Se acerca cuando está lejos y se aleja cuando está cerca. Pudo hacer presidente a Pedro Sánchez cuando los números alcanzaban. Y ahora que los números no alcanzan aparece con la pócima del milagro.

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