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Columna
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Poder e información

A Rajoy le disgusta descubrir las hazañas de Rato. No le indigna, que sería lo lógico

Antonio Elorza

Posiblemente por un eco del pasado que aún sigue escuchándose, se da en nuestro país un curioso fenómeno, consistente en que tanto organizaciones políticas como medios de comunicación tienden con excesiva frecuencia a confundir opinión con información. Es cierto que siempre está vigente la constatación que en su día hicieran los Quilapayún chilenos en una de sus canciones, aludiendo a cómo es tratada una noticia incómoda: “Te destinan cuarta plana, letra chica y a un rincón”. Pero lo apuntado es más grave, ya que simplemente la noticia es borrada, y la sustituye una versión que en el fondo niega la realidad.

Es lo que está sucediendo con la corrupción por parte del PP. En ningún momento los órganos del partido, y en primer plano su presidente, tratan de cortar por lo sano la metástasis que les está afectando, y por la cual con justicia pagarán un alto precio político. Son solo casos individuales, y como tales son abordados. A Rajoy le disgusta el descubrimiento de las hazañas de Rato. No le indigna, que sería lo lógico, y menos le lleva a preguntarse por la dinámica de decisiones y comportamientos que hizo posible tal vergonzosa conducta. La opinión generalizada de que ante la sucesión de casos estamos ante un régimen de corrupción consolidado por su partido, no parece afectarle. Ya arreglarán las cosas en el futuro. Y para probar esas buenas intenciones, plasmadas en la ley, nada mejor que justificar el cobro de sustanciosas comisiones por dos notables del PP por supuestos informes, emitidos nada menos que en el terreno propio para ejercer la pureza, los negocios inmobiliarios. No se les ocurre otra cosa que proponer una ampliación de la tolerancia para que el circuito nuclear de nuestra corrupción, entre políticos y especuladores de la construcción, funcione a pleno rendimiento, sin que afecte a expertos tan bien reputados como Trillo y Pujalte. La conclusión es obvia: ni siquiera el deber de información de un Gobierno es atendido.

En todo análisis debe intervenir la ponderación, y por eso el PP ha de ser el principal centro de atención, sin olvidar que en cuanto a graves infracciones los socialistas están ahí con sus ERE, Izquierda Unida en Cajamadrid-Bankia, con uno de uno, y no se salva a su nivel Podemos con las piruetas fiscales de Monedero, tan bien toleradas en su medio universitario, o las prácticas de nepotismo que indican por dónde iría su uso del poder.

Y en cuanto al imperio del poder sobre la información, nada ilustra mejor su primacía que el tratamiento de un tema actual, como es el de los genocidios, al calor del caso armenio. Vuelve a confirmarse que el problema solo es afrontado sin reservas cuando el culpable carece de fuerza y aliados (Serbia, hutus). A falta de ello, todo es buscar caminos para relativizar las tragedias y evitar la inculpación. Desde una equidistancia disfrazada de imparcialidad, como si pudieran ponerse en el mismo nivel versiones judías y negacionistas, e introduciendo atenuantes (las autoridades turcas habrían reconocido “crímenes masivos” y nada menos que citando como aval a Atatürk, según Michel Wieworka en La Vanguardia: falso). La presión de la Unión Europea fue eficaz; la turca también lo es.

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