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Otro rey para superar la crisis

Los historiadores ven en la abdicación una respuesta para detener el desapego hacia la monarquía

El Rey y Adolfo Suárez, en un acto militar el 27 de febrero de 1980.
El Rey y Adolfo Suárez, en un acto militar el 27 de febrero de 1980.Marisa Flórez

Cuando Kissinger preguntó a Mao en 1972 por la Revolución Francesa, el dirigente chino respondió: “Es demasiado pronto para juzgar”. La abdicación de Juan Carlos I ocupará su sitio histórico definitivo dentro de años, pero algunos historiadores ya anticipan que la medida es una respuesta para preservar la institución y frenar el deterioro que ha sufrido la Corona en los últimos tiempos. Un nuevo Rey para salir de la crisis. Como señala Sebastian Balfour, profesor emérito de Historia Contemporánea Española en la London School of Economics, “la transcendencia de la abdicación ofrece dos aspectos. Llega en un momento de crisis de legitimidad de la monarquía, según revelan los sondeos, y es un intento de renovar la imagen del monarca a través de la sucesión. En segundo lugar, Juan Carlos I es el último emblema de un proceso que ha sido mitificado y que, en realidad, fue mucho más complejo y multitudinario que la narrativa personalista y elitista que predomina”.

“Cierra un periodo histórico”, sostiene José Álvarez Junco, catedrático de Historia en la Complutense y premio Nacional de Ensayo en 2002 por Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX. “Juan Carlos había conseguido establecer un prestigio inesperado para la monarquía. En los últimos tiempos había sufrido una serie de escándalos y con su salida, consciente de su debilidad, cierra un periodo. El desafío para el futuro rey es que conseguir prestigiar una institución en este momento en que el prestigio de todas las instituciones está por el suelo”.

La abdicación de Don Juan Carlos, según los historiadores consultados, abre un debate sobre el sistema político instaurado tras la muerte de Franco; pero también sobre lo que representa para el futuro de la monarquía y los cambios a los que deberá someterse. “Es un síntoma claro de la forma en que los usos democráticos —entre ellos, la importancia de responder ante la opinión pública y la responsabilidad de estar en condiciones de hacer bien una tarea de servicio público— ha impregnado los usos de la monarquía”, señala Isabel Burdiel, catedrática de Historia Contemporánea en la Universidad de Valencia y premio Nacional de Historia por su biografía de Isabel II, tatarabuela de Juan Carlos I y una de los pocos monarcas españoles que abdicó. Aunque sus circunstancias nada tengan que ver con las actuales: Isabel II renunció a la Corona en 1870 en París, dos años después de exiliarse, en favor de su hijo Alfonso XII. Burdiel, gran conocedora de las vicisitudes de los Borbones, aprecia la amplitud de miras del Rey. “La institución está demostrando su flexibilidad para adaptarse a entornos cambiantes. Más en concreto, demuestra la inteligencia del Rey y de su entorno, para advertir lo mucho que se está jugando la institución. Me alegra porque la inteligencia a largo plazo, frente a la astucia y el regate en corto, no son habituales ni entre nuestra clase política, ni lo han sido históricamente entre los Borbones”.

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A juicio del hispanista francés Joseph Perez, reciente premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, la decisión del monarca abre un nuevo periodo “porque en 1975 no fue una restauración, fue una instauración decidida por Franco”. Perez, experto en el Siglo de Oro, la Inquisición y en Carlos V, prosigue: “La llegada al trono de Juan Carlos no fue dentro de un proceso normal. El rey ha logrado forjar una monarquía democrática con la ayuda de los políticos. Lo que viene ahora va a ser otra cosa; será una sucesión natural, a diferencia de la llegada al trono de Juan Carlos. Se abre una etapa nueva en la historia de España en la que Felipe tiene que seguir siendo el rey de todos los españoles. Tendrá que demostrarlo y no va a ser fácil”.

El historiador Ángel Viñas, autor de estudios clave sobre la economía y la política exterior bajo el franquismo, señala: “Desde el punto de vista de un régimen monárquico la abdicación es, salvo el deceso, el acontecimiento más importante. En el caso español es, además, más importante que el de Holanda o Bélgica porque la figura del Rey es objeto de contestación popular muy importante. Hubiera hecho un mal servicio a la Corona si hubiera seguido”.

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Similar valoración realiza Carlos Forcadell, presidente de la Asociación de Historia Contemporánea, que destaca la trascendencia de la abdicación. Y su necesidad. “En la España de hoy lo es más, si cabe, en un momento en el que se perciben signos de agotamiento de un sistema político cuyo envejecimiento ha sido paralelo al del titular de la Corona. Es un hecho histórico necesario por los factores de transformación y cambio que pueda favorecer, también para la propia monarquía que, con su renuncia, queda desvinculada de su persona”.

Los especialistas discrepan a la hora de enjuiciar si la renuncia abre una nueva etapa histórica. “Es un cambio continuista, en el sentido de que el orden legal establecido durante la Transición perdura”, opina Balfour, autor de varios libros sobre la España del siglo XX. “Si la abdicación viene acompañada de una sucesión normal no es un hito”, asegura José Enrique Ruiz Domenech, catedrático de Historia Medieval en la Universidad Autónoma de Barcelona y autor de la obra de referencia Europa, las claves de su historia. “Ahora viene un monarca más joven, menos contaminado pero también más frágil. Es pronto para medir la transcendencia porque si cuaja la idea de convocar un referéndum, como el de Italia tras la II Guerra Mundial, entonces sí sería un hecho histórico. Un cambio de monarca en sí no es un hito, pero si genera desacuerdos puede provocar ese hito”.

Quienes defienden la teoría de la continuidad se basan en que se trata de una sucesión dentro del orden dinástico previsto, independientemente de los motivos por los que se retira, y dentro de la Constitución de 1978. Los que creen que sí se inicia un nuevo periodo se apoyan tanto en la forma excepcional en que el Rey accedió al trono como en su papel en la consolidación de la democracia. “Es una etapa de transición, no se trata de una ruptura histórica, porque hay continuidad aunque ahora llega una persona que tiene su propio criterio”, afirma Carmen Iglesias, catedrática de Historia de las Ideas en la Universidad Complutense y preceptora del Príncipe. “La nueva etapa exige una persona preparada, con sensibilidad política y humana. Pero creo que en 1975 se abrió una etapa con una monarquía parlamentaria. Lo que ocurra ahora sigue dentro de esa etapa”.

“Como historiador, siempre he considerado más importantes los acontecimientos imprevisibles”, señala por su parte Miguel Artola, catedrático jubilado de la Universidad Autónoma de Madrid, uno de los maestros de la historiografía española, premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 1991. “Existe la tentación de decir que marca una época histórica, pero creo que es un trámite, previsto por la Constitución. El sistema va a continuar, va a seguir siendo una monarquía parlamentaria, un cambio en este sentido sí sería decisivo. No se trata de un cambio en el sistema porque el rey tiene un papel muy limitado en las decisiones claves sobre el país porque es una monarquía parlamentaria y es el Parlamento el que toma las decisiones”.

Mercedes Cabrera, catedrática de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Políticos y Sociales de la Universidad Complutense y exministra socialista de Educación, cree que, más allá de cualquier otra consideración sobre su lectura histórica, “es un acontecimiento”. “No suena a un relevo, sino a un relevo en un contexto político de cambio y en circunstancias difíciles”, agrega.

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