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Túnez elige presidente para superar una transición lastrada por el turismo

El país elige hoy por primera vez presidente de forma libre. Ya han cerrado los colegios

Javier Casqueiro
Beyi Caid Essebsi, en un discurso el viernes en Túnez.
Beyi Caid Essebsi, en un discurso el viernes en Túnez.ANIS MILI (Reuters)

La impresionante terraza del Café des Délices en Sidi Bou Said, una de las paradas turísticas obligadas en Túnez, está casi vacía un sábado a media mañana con 20 grados de regalo. En el museo Dar Annabi no se ha vendido una entrada. Los artesanos de este pueblo de tarjeta postal apenas han ingresado unos dinares. A la hora de comer hay cuatro mesas ocupadas en el lujoso Le Grand Bleu de Gammart, uno de los mejores restaurantes del país. Todos los responsables claman ante el fantasma de la inseguridad.

El turismo, principal riqueza de Túnez junto a la inversión extranjera, se hundió tras la revolución de los jazmines, única experiencia exitosa de la primavera árabe, y continúa en un invierno en este país de 10 millones de habitantes cuya tasa oficial de paro es del 15% (sobre todo, jóvenes y mujeres) que necesitaba los 400.000 trabajos del sector.

Salim Medali no necesita escuchar a su interlocutor para abordarle en su idioma. Tiene 31 años y regenta un negocio de artesanía a la entrada de Sidi Bou, junto a un aparcamiento casi sin coches y en el luminoso golfo de Cartago que alberga el palacio presidencial que se disputan en las elecciones de hoy el médico y actual presidente, Moncef Marzuki, y el veterano Beyi Caid Essebsi, que nació aquí hace 88 años. A las 18.00 hora local (misma hora en la España peninsular) han cerrado los colegios electorales, en una jornada en en la que por primera vez los tunecinos han votado de forma libre para optar entre dos candidatos a la presidencia del país para los próximos cinco años. La segunda y definitiva vuelta de las elecciones ha transcurrido sin incidentes.

“El turismo va muy mal porque no está Ben Alí”, explica Medali sobre la falta de trabajo y para justificar su añoranza del dictador que campó a sus anchas por el país 23 años, hasta que fue expulsado el 14 de enero de 2011 con las revueltas que detonaron la primavera árabe.

El 15% del empleo

  • Túnez espera acabar 2014 con 6,4 millones de turistas frente a los 6,9 millones de 2010, justo antes de la revolución de los jazmines.
  • En 2010, más de 150.000 españoles viajaron a Túnez. En 2013, no llegaron a 25.000.
  • El sector turístico supone el 7% del producto interior bruto (PIB) y el 15% del empleo en un país con una tasa del 15% de paro, el doble entre los jóvenes. La población activa es de 2,4 millones de personas.
  • El plan para diversificar el turismo de sol y playa (ahora el 80%) prevé llegar a 11 millones de turistas en 2018.

En realidad, no echa de menos tanto a Ben Alí como a la explosión turística que vivió Túnez poco antes de su derrocamiento, con casi siete millones de visitantes: “Antes había 10 cruceros cada semana y ahora llega uno, los miércoles. Antes con 10 dinares (cinco euros) podías comprar casi de todo, ahora nada”. El asunto de la fuga en masa de los cruceros internacionales inflama a todos en Sidi Bou Said, La Marsa y Gammart, la cornisa turística más cercana a la capital.

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Mondher Ben Ahar enseña con orgullo su boutique de bisutería de lujo desierta: “La economía depende del turismo, que es un camello que come bien y corre poco; y no llegan los cruceros, la clase media del turismo que sí viaja es baja, gasta poco, y tengo siete empleados y necesitaría 500 euros al día para rentabilizar. ¿Cuándo vuelve Pullmantour?”.

Tras el estallido social y la revolución pacífica de los jazmines, hace ahora cuatro años, no solo ese operador español desertó, también compañías aéreas de bajo coste como Air Europa o Vueling. Y la italiana Costa Crucero dejó de atracar. Hubo desbandada por miedo a la inseguridad.

La nueva ministra de Turismo de Túnez, Amer Karboul, una moderna ejecutiva de 41 años, acudió el mes pasado a la feria especializada en Barcelona EIBTM2014 para explicar el problema, impulsar el retorno de las grandes empresas del sector en España y promocionar la experiencia inédita de estabilidad tunecina: “Somos una historia de éxito, una democracia start up, y desde 2011 ningún turista ha sufrido ningún incidente”.

Pero tanto España como Francia, fundamentalmente, y otros países europeos, tienen aún catalogadas algunas provincias de Túnez como potencialmente conflictivas. Y ese listado hace mucho daño. De hecho, aún se producen detenciones de terroristas, el Estado Islámico (EI) acaba de poner al país bajo amenaza en un vídeo, y los diferentes responsables mencionan el fantasma de la inseguridad como la primera causa de que los turistas no hayan vuelto a los niveles de antes.

España es un buen ejemplo. Antes de 2011 se registraron cifras de hasta 150.000 visitantes, y el ejercicio pasado apenas llegaron a 25.000. Los franceses, que también tienen estas playas a dos horas de vuelo, emigraron a otros puntos con mejor prensa. De eso se queja Mohamed Sadam: “Los periodistas extranjeros y las noticias que publican sobre problemas de seguridad aquí son una muy mala influencia, y además no son ciertas”.

Chokri Jomaa dirige el panorámico restaurante Dar Dallahi de Sidi Bou, y recalca: “Antes se optó por un turismo de masas y baja calidad, y ahora el Gobierno no está haciendo un buen marketing, no se le explica bien a los europeos la situación exacta, para que abran su mente y conozcan que aquí no hay terrorismo ni salafistas ni yihadistas. Somos un pueblo abierto”.

Lofti Guessmi, jefe de recepción del hotel El Mouradi, de cinco estrellas y 150 empleados en Gammart, aguanta el tipo este fin de semana con una ocupación del 40% de sus 900 camas al acoger la sede del 29 campeonato africano de baloncesto: “La gente no viene porque tiene un miedo no fundado, y los que llegan apenas aguantan ahora una noche”.

La ministra del ramo anunció en Barcelona que quieren ser una amenaza para España: “Tenemos más que sol y playa. Tenemos los mosaicos del Museo del Bardo, que rivaliza con el Louvre, y las ruinas de Cartago”.

La batalla de la imagen marca la campaña

La campaña de las elecciones presidenciales que se dilucidan hoy en Túnez, tras un año histórico lleno de inéditas reformas democráticas en un país árabe, ha sido dura y sucia. Los dos candidatos finales ni se soportan ni lo disimulan. Son, además, muy diferentes y representan mundos, electorados y estilos muy distintos. Beyi Caid Essebsi, a los 88 años, es un clásico de la política tunecina. El actual presidente, Moncef Marzuki, de 69 años, médico y activista proderechos humanos, exiliado y perseguido, llegó hace tres años al palacio presidencial de Cartago con la obsesión de diferenciarse de la casta que había monopolizado la clase dirigente del antiguo régimen del país los 54 años de dictadura de Habib Burgiba y de Ben Alí. Y se negó a ponerse corbata como un gesto simbólico. En la recta final de esta campaña se la anudó un día y fue la noticia.

Sus maneras, su vestimenta y muchos de sus comportamientos, dentro y fuera del palacio, siguieron un guion premeditadamente humilde y alejado de los gustos ostentosos de la pareja que formaban Ben Alí y su esposa, la expeluquera Leila Trabelsi, pero al final han provocado una reacción en su contra.

“Los tunecinos no quieren ver a un presidente que sea como ellos. Buscan ahí una figura más mítica, que es a lo que juega Beyi Caid Essebsi, incluso al imitar las gafas que llevaba Burgiba”, cuenta Mohamed Ali Marzuki, director de la oficina turística TraducTours, que tiene el mismo apellido, pero ninguna familiaridad con el candidato de Congreso Por la República.

El político Marzuki no tiene buen predicamento tampoco entre las élites económicas y diplomáticas, nacionales e internacionales, que se asientan en la capital y la zona norte y rica del país. No se fían. Creen que es solo una pantalla de los islamistas de Ennahda, que lo han cimentado estos tres años y que ahora se ocultan tras una aparente neutralidad tras renunciar a presentar su propio cabeza de cartel.

Essebsi es un político más clásico, con un ideario pragmático, liberal y laico, con buenas conexiones internacionales y locales y aspecto occidental. Aunque a veces su locuacidad y sensación de estar de vuelta de todo le juega malas pasadas. El viernes, en el mitin de cierre, aludió a las reiteradas menciones de Marzuki sobre su avanzada edad recurriendo a que su rival por su profesión de médico le había inspeccionado todo, diagnosticado todas las partes de su cuerpo, “menos los bajos en la entrepierna del pantalón”.

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Sobre la firma

Javier Casqueiro
Es corresponsal político de EL PAÍS, donde lleva más de 30 años especializado en este tipo de información con distintas responsabilidades. Fue corresponsal diplomático, vivió en Washington y Rabat, se encargó del área Nacional en Cuatro y CNN+. Y en la prehistoria trabajó seis años en La Voz de Galicia. Colabora en tertulias de radio y televisión.

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