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REFERÉNDUM INDEPENDENTISTA EN ESCOCIA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Abrumador triunfo de la “tercera vía”

Los escoceses han elegido el no en la consulta, pero con el decisivo añadido de la profundización del autogobierno

Xavier Vidal-Folch

¿Quién ha ganado? Ha ganado la “tercera vía”, y por un margen muy sólido, más que suficiente. No se han impuesto ni el inmovilismo unionista ni el rupturismo secesionista. Los votantes han elegido el “no”, pero de ninguna manera un “no” cualquiera, que avale un estático statu quo. Los escoceses han optado por permanecer en el Reino Unido de una forma dinámica y distinta. O sea, con el decisivo añadido de la profundización del autogobierno, del aumento de las competencias autonómicas, de su blindaje. Eso, allí y en Castellterçol, se denomina “tercera vía”.

Lo verdaderamente curioso es que esta opción aparentemente no concursaba. Ha tenido que vencer varios impedimentos: pugnaba contra el sesgo favorable al convocante de todo referéndum; no aparecía formalmente en las papeletas; ni se formuló sólidamente hasta el penúltimo minuto de la campaña; ni se presentó por la tripleta David Cameron-Nick Clegg-Ed Milliband (y por supuesto Gordon Brown) como un proyecto pergeñado para entusiasmar, sino más bien de forma reticente, a contrapelo, casi como un mal menor. Por eso, visto lo visto, es decir, la ilusionada movilización de los indepes y la entre altiva y funeraria campaña de los inmovilistas, el triunfo del autonomismo resulta más relevante. Abrumador.

La tracción política del resultado ha sido inmediata. Al minuto cero de certificarse, el primer ministro anunció la generalización de la “devolution” —la autonomía, en nuestros parámetros— para Inglaterra, Gales e Irlanda del Norte y el cumplimiento inmediato del compromiso de la “devolution plus” para Escocia. Esa rapidez en la reacción ilustra bien el sentido profundo de la votación. Hacia adentro, el Reino Unido inicia su transformación de Estado al tiempo plurinacional y muy centralizado hacia un formato radicalmente federal, aunque toda mención al concepto “federal” esté proscrita en las Islas.

Hacia fuera, y como la política europea y exterior de un país no deja de ser el trasunto de la política interna, la noticia es magnífica para el europeísmo. De entrada, los europeos encontrarán alivio en el alejamiento de los peores augurios: el desgarro e inestabilidad de uno de sus principales Estados; el consiguiente avance del nacionalismo más reaccionario y defensor de las esencias patrias del partido de Nigel Farage; el posible contagio incentivador de algún otro soberanismo que ahora se queda viudo; la distorsión de la UE cuando empieza una legislatura decisiva para su recuperación económica y relanzamiento político; el lío nuclear y defensivo que una secesión hubiera supuesto para la OTAN. Pero el suceso de la votación —ese bello espectáculo, siempre digno y dignificante cuando se hace como debe hacerse— gratificará especialmente a los más europeístas. Desde hoy al Gobierno de Londres le será mucho más arduo argumentar contra los avances federales de los Veintiocho. Scots, be welcome home!

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