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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Toda una vida con Homer

'Los Simpson' y su mundo delirante celebran 25 años de incorrección política moderada

Marcos Balfagón

Durante 25 años (toda una vida) distribuidos en 561 capítulos, la familia Simpson ha explicado a millones de espectadores cómo un dibujo animado de trazo simple y perfiles extravagantes (los personajes son de color amarillo mostaza, con cuatro dedos) puede desplegar una crítica social corrosiva, eludir lo soez y dar pie —un efecto secundario— a textos de seudofilosofía o de autoayuda. Quien se aficiona a las peripecias de Homer, Marge, Bart, Lisa y Maggie Simpson entiende desde el primer minuto que la fuerza avasalladora del producto no está en el diseño gráfico, ni en la espectacularidad de sus aventuras ni en el slapstick (aunque no falte); aparece en los diálogos brillantes, en la pulida definición de los personajes, a medio camino entre el estereotipo reconocible y el contraluz enternecedor, y en la posibilidad, sugerida pero nunca impuesta, de interpretar la saga como el lado oscuro del american way of life. Homer y su mundo delirante deben mucho a Jonathan Swift y a Mark Twain, destilan incorrección política moderada y no ahorran concesiones al chauvinismo americano, patentes en la descripción de los turistas alemanes como eurobasura y en la hostilidad burlona hacia los franceses.

La clave del humor simpsoniano es un escorzo de pedagogía inversa que transforma la desidia irresponsable en hilaridad desinhibida. Si hubiera que resumirla de golpe, cabría en una frase gloriosa de Homer confiada con enfática gravedad al retoño Bart: “Hijo mío, recuerda que intentarlo es el primer paso hacia el fracaso”. La épica del esfuerzo, la glorificación del caer y levantarse, queda expuesta al ácido de la realidad familiar y a las fulgurantes ráfagas que iluminan la estolidez de una comunidad (Springfield) dominada despectivamente por un multimillonario vampírico (Montgomery Burns, que da pie a jugosas chanzas sobre la energía nuclear) y vigilada por un jefe de policía más patoso que los Keystone Cops.

Dicen, y es cierto, que las últimas temporadas han perdido calidad y aristas. ¿Y qué? El nivel auténtico está en el pico más alto de la curva (¡ese capítulo que enfrenta al incompetente zángano Homer con el modélico repelente Frank Grimes, o el que describe el burdel de Springfield, la mansión de atrás!). Nada es eterno, pero el recuerdo del regocijo es lo que más se le parece.

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