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La nueva revolución americana

No tienen papeles, pero sí dignidad. Han crecido bajo la promesa del sueño americano, que la realidad les ha negado, y ahora exigen vivir en paz en el país que consideran suyo. Son los ‘dreamers’ (soñadores), tal vez el movimiento de derechos civiles más importante de este siglo en EE UU. El presidente Obama no ha tenido más remedio que oír su voz.

De izquierda a derecha: Felipe Sousa Rodríguez, Hareth Andrade, Juan Sebastián Velázquez, Julieta Garibay, Lorelia Praeli y Cristina Jiménez.
De izquierda a derecha: Felipe Sousa Rodríguez, Hareth Andrade, Juan Sebastián Velázquez, Julieta Garibay, Lorelia Praeli y Cristina Jiménez.Ana Nance

"Ahora vamos a cerrar los ojos y soñar”, pide Cristina Jiménez en inglés con una voz firme que parece incompatible con su cuerpo menudo. La cincuentena de jóvenes presentes cierran los ojos. Se hace el silencio.

–Vamos a soñar con el día en que nos levantemos sin miedo a ser deportados, sin miedo a ir a clase y que nos detengan, sin miedo a que nuestros padres vayan a trabajar y no vuelvan. Vamos a soñar con el respeto y la dignidad que merecemos.

La audiencia asiente sin abrir los ojos.

–Ahora tenemos otra batalla que dar: proteger a los nuestros. Vamos a soñar que Obama cumple su palabra y frena las deportaciones. Vamos a soñarlo porque no vamos a aceptar más excusas. ¿Vamos a aceptar más excusas? –pregunta Cristina con un tono creciente.

–No –responden.

–¿Les vamos a dejar que expulsen a nuestros padres? –insiste.

–¡¡¡¡No!!!! –gritan.

Vamos a soñar con el día que nos levantamos sin miedo a ser deportados”

–¿Y qué vamos a hacer? –pregunta más alto.

–¡¡¡Levantarnos y luchar!!! –contestan a gritos.

–¿Qué vamos a hacer? –insiste Cristina.

Integrantes de United We Dream en un encuentro en Maryland (EE UU), donde se reunieron los delegados.
Integrantes de United We Dream en un encuentro en Maryland (EE UU), donde se reunieron los delegados.Ana Nance

–¡¡¡Levantarnos y luchar!!! ¡¡¡¡Levantarnos y luchar!!!! –vociferan.

Tras el clímax, el silencio vuelve a adueñarse de la sala. –Ya podéis abrir los ojos. Tenemos trabajo. Tenemos que decidir qué hacemos –concluye la líder.

La escena se produjo en la última semana de octubre en el 4-H Youth Center de Maryland, días antes de las elecciones legislativas que dieron el control del Congreso a los republicanos. Cristina Jiménez y los que gritaban son dreamers (soñadores), posiblemente el movimiento de derechos civiles más importante de este siglo en Estados Unidos. Su organización, United We Dream, agrupa a 25.000 activistas conectados a través de 55 grupos en 26 Estados. Defienden los derechos de los 12 millones de personas indocumentadas que hay en el país, de las que más de dos millones son jóvenes.

Ese fin de semana un grupo de sus delegados se reunió para fijar la estrategia a seguir en los próximos meses ante los acontecimientos que se avecinaban. Aunque sueñen, tienen los ojos muy abiertos. Las elecciones presidenciales de 2016 son su horizonte. Con el Congreso en manos de los republicanos tras los pasados comicios, el panorama para los dreamers es otro. Si en las legislativas el voto latino no fue relevante (entre otras razones porque las grandes batallas del Congreso y los gobernadores se dieron en Estados con baja presencia hispana), en las presidenciales de 2016 será fundamental. Ningún candidato en Estados Unidos puede alcanzar la Casa Blanca sin el apoyo del voto latino (Obama logró el 80% en 2012). Con su reforma para impedir la deportación de unos cinco millones de indocumentados, el presidente espera retener ese voto para su partido.

Los soñadores son jóvenes estudiantes hispanos de todo el país unidos por dos circunstancias: son indocumentados y tienen miedo. Miedo a ser deportados de la que consideran su casa, a no ver más a sus familiares, sin papeles como ellos. No se consideran inmigrantes. Sus padres lo fueron, pero ellos han crecido como estadounidenses. El inglés es su primera lengua y han aprendido en la escuela y en la Universidad que Estados Unidos es el país de las oportunidades, donde los sueños se hacen realidad. Han dicho basta. Se han unido y han salido de las sombras.

El movimiento de los dreamers cambió el sentido del debate sobre la reforma migratoria”, afirma Kate Brick, experta en la materia del Americas Society / Council of the Americas. “Fueron capaces de que los ciudadanos americanos sintieran sus historias, historias americanas, como ninguna otra campaña ha sido capaz de hacer. Los dreamers se han convertido en una voz poderosa que nunca más podrá dejar de ser tenida en cuenta”.

Cristina Jiménez, ecuatoriana de 30 años, es la líder de los soñadores. Cofundadora de United We Dream, llegó a Estados Unidos con sus padres y un hermano. Tenía 14 años. Desde el principio asumió su vida en las sombras. “Mis padres tuvieron que hacer de todo, limpiar casas, coches, vender revistas… Comprobé desde muy pronto que estar indocumentado en este país es muy duro. La explotación es tremenda. Mis papás muchas veces no cobraban por sus trabajos y no tenían manera de reclamar. Yo era la única que hablaba inglés, así que me tocaba llamar y reclamar. Experimenté esa discriminación muy pronto, con 14 años. No poder llamar a la policía, no poder llamar a ningún departamento para que te ayuden, no poder hacer nada…”, explica.

En 2013, más de 438.000 personas fueron deportadas de Estados Unidos

“Esa es la contradicción más chistosa. Yo fui a la escuela en Queens y allí me enseñaron que en este país es posible alcanzar tus sueños”, añade. “Pero lo que me enseñaban no era mi vida. Cuando pensé que no podría ir a la universidad, me deprimí mucho. Yo había cumplido, pero ellos no cumplían conmigo”.

En Estados Unidos viven 2,1 millones de jóvenes indocumentados. De ellos, 1,2 millones pueden acogerse a la reforma legal del presidente Obama de 2012 denominada DACA (Deferred Action for Childhood Arrivals), que les permite estudiar sin ser deportados. Sólo 700.000 lo han hecho. Ahora esperan que las nuevas medidas del líder demócrata solucionen su situación de una vez por todas.

Cristina Jiménez estudió. Sin papeles. Lo hizo en un college de la universidad pública de Nueva York (CUNY). Se graduó cum laude en Ciencias Políticas y Negocios. Se graduó con miedo. La primera vez que salió de las sombras fue en 2005, en una reunión de la New York City Bar Association, una organización de abogados y estudiantes de leyes fundada en 1870. Falseó su nombre y su procedencia. Sara, de Costa Rica, el nombre y el país elegidos por Cristina para enmascararse, fue convocada como futura beneficiaria de la Dream Act, la frustrada ley que iba a otorgar la residencia a determinados graduados que hubiesen entrado en el país siendo menores.

Cristina ya no falsifica su nombre. El miedo sigue ahí, pero convertido en fuerza, en convicción. Ahora figura entre los 30 líderes jóvenes más importantes del país. Desde diciembre del año pasado tiene permiso de residencia. Lo consiguió porque Walter, su pareja, fue víctima de un ataque de una pandilla en Queens, lo que les permitió optar a un visado como víctimas de la delincuencia organizada. Sus padres siguen sin papeles. No han salido de Nueva York en todos estos años. Permanecen asustados.

Ninguno de los dos partidos se ha ganado una buena reputación con nosotros. Unos, los demócratas, porque no han hecho nada en el Congreso; y los otros, los republicanos, porque se han ido a un extremo destructivo”, denuncia. Sobre Obama no tiene dudas: “Promesas incumplidas, promesas rotas. Obama tiene el récord de deportaciones en la historia de este país, con más de dos millones. Por eso algunas organizaciones latinas le bautizaron como deporter in chief”. En 2013, más de 438.000 personas fueron deportadas de Estados Unidos.

A partir de ahora y hasta 2016, uno de los objetivos de su organización es Hillary Clinton, número uno en las listas de candidatos a la designación para la carrera hacia la Casa Blanca. En cada acto público, la exsecretaria de Estado tiene que oír las preguntas que le lanzan los soñadores. “Vamos a presionarla a ella y a muchos más que evitan pronunciarse sobre la reforma migratoria. Pero tendrán que hacerlo, porque en 2016 nuestro voto será decisivo”, explica. Clinton no es su único objetivo. Políticos republicanos como Marco Rubio, John Boehner o Mitch McConnell han sentido a los soñadores, y los sentirán, cerca.

En 2016 vamos a ser decisivos. Confío en que Obama lo tenga en cuenta”

“Tenemos que seguir creciendo”, admite Jiménez sobre el futuro de UWD. “Empezamos con siete grupos en 2008. Ahora tenemos 55 en 26 Estados. Pero tenemos que crecer más e ir a Estados a los que todavía no hemos ido, como Nevada, Ohio, Chicago… Otro objetivo es crear líderes en todo el país. Vamos a ver a muchos jóvenes latinos intentado lograr puestos electos. Estamos creando una generación que va a cambiar este país”.

Michael Shifter, presidente de Inter-American Dialogue, uno de los think tanks de Washington sobre América Latina más importantes, destaca la influencia de los soñadores en el debate político: “Los dreamers están jugando un papel fundamental en la cuestión migratoria. Han sabido ofrecer una imagen de gente joven y capaz de hacer cosas que ha generado una gran simpatía y solidaridad hacia ellos. Han sido muy eficaces. Si el presidente Obama parece dispuesto a tomar decisiones importantes es, en buena medida, gracias a los dreamers”.

El movimiento de los soñadores nació en la mitad de la pasada década en torno a una reforma legal que debía garantizar el acceso a la educación en iguales condiciones a los jóvenes inmigrantes indocumentados y abrirles un camino hacia la residencia legal: la DREAM Act (Developmet, Relief and Education for Alien Minors o Ley de Fomento para el Progreso, Alivio y Educación de Menores Extranjeros). En 2005, grupos de estudiantes sin papeles comenzaron a emerger en todos los Estados. Organizaciones como New York State Youth Leadership Council, fundada por Cristina Jiménez, Student Immigrant Movement (Massachusetts), University Leadership Initiative (Austin) y California Dream Network fueron el germen de algo que iría creciendo con los años.

En 2007, la DREAM Act decayó en el Senado incapaz de conseguir los 60 votos necesarios. Los grupos de jóvenes sin papeles tuvieron que replantearse su estrategia. Tenían que pasar a la acción. Y para ello necesitaban una organización fuerte. En 2008 nació United We Dream, que celebró su primera convención en Minnesota en 2009 con sólo 40 participantes. En 2013, el colectivo decidió ampliar su plataforma de acción e incluir entre sus objetivos no sólo los derechos de los estudiantes sin papeles, sino también los de los 12 millones de indocumentados en todo el país. Su trabajo no ha sido en vano. El denominado programa DACA es un éxito suyo. “DACA no es suficiente, pero transformó la vida de miles de personas”, explica Jiménez.

Este año, en un congreso celebrado en Phoenix, 500 dreamers han acudido a la cita. Ahí nació la campaña No podemos esperar, que aborda el tema más doloroso de todos: las deportaciones y las familias rotas. En junio del año pasado, tres soñadores viajaron a Nogales, en Arizona, para reunirse con sus madres después de seis años separados. Pudieron abrazarlas a través de la valla de acero oxidado que les separaba. La escena fue un puñetazo en la conciencia social de muchos.

“Los dreamers no abordan su problema y el de sus familias desde una óptica partidista. Ellos apelan a demócratas y republicanos para encontrar una solución. Y en la calle presionan a todos, de un color y de otro. Eso es muy positivo”, señala Carl Meacham, director del Programa Americano del Center for Strategic and International Studies de Washington.

La mexicana Julieta Garibay es otra de las líderes de United We Dream. Tiene 34 años y papeles, pero, como Jiménez, una circunstancia anómala regularizó su situación. Su exmarido la pegaba. Gracias a ello consiguió un visado como víctima de violencia doméstica. Durante 21 años vivió con miedo y rechazada por sus dos países. “Estados Unidos no me aceptaba porque no tenía papeles, pero mi país natal tampoco. Intenté estudiar en México porque en Estados Unidos no podía por no tener papeles. No aguanté. Ninguno de los países me abrió los brazos”, explica. Finalmente, gracias a una reforma legal en el Estado de Texas, adonde llegó de niña, pudo estudiar enfermería. Nunca ha ejercido. Sus cuidados son para United We Dream.

El colombiano Juan Sebastián Velázquez, de 26 años, es un graduado de Georgetown que aspira a ser embajador de Estados Unidos. Pero no tiene papeles. Deportaron a toda su familia hace siete años, cuando cursaba su primer semestre de Política Internacional en la prestigiosa universidad de Washington. Cada día se levanta pensando en sus padres y su hermana. “Sigo siendo deportable. Si no tienes la ciudadanía, te pueden echar por una simple falta”.

Velázquez representa una de la sensibilidades presentes en United We Dream, la de los 270.000 sin papeles del colectivo LGBT (lesbianas, gais, bisexuales y transgénero). En concreto, el joven colombiano es el rostro visible del Queer Undocumented Inmigrant Project. Nacido en Medellín, repudia la violencia que le obligó a salir de su país, y considera Estados Unidos como su patria, aunque esta no lo quiere reconocer como hijo.

La boliviana de 21 años Hareth Andrade es una de las heroínas más jóvenes del grupo. Durante una reunión en 2013 de la AFL-CIO, la gran organización de sindicatos americanos, la joven pidió a todos los delegados que se pusieron en pie para reclamar la puesta en libertad de su padre, que había sido detenido para su deportación. Todos los presentes lo hicieron. Después leyó en inglés un poema, America, que conmocionó a la audiencia. La imagen recorrió el mundo por YouTube. Mario Andrade, su padre, no fue deportado, uno de los muchos éxitos de United We Dream.

El brasileño Felipe Sousa, de 28 años, se declara gay e indocumentado. Llegó con 14 años a Miami huyendo de la pobreza de Río de Janeiro. Sigue sin papeles. United We Dream salvó su vida. “Me deprimí mucho cuando me enteré de que no podía estudiar por no tener papeles. No conocía a nadie con los mismos problemas. El movimiento me salvó. Ahora sé que hay muchos Felipes en todo el país”, señala.

Muchos y muy desengañados. Sobre todo con el presidente Obama, que de héroe ha pasado a villano. Cuando en 2012, con motivo de las elecciones, Obama puso en marcha la iniciativa DACA, los dreamers vieron cumplidas una de sus reclamaciones. Cuando este año, antes de las elecciones legislativas, aplazó su prometida iniciativa a favor de los 12 millones de sin papeles, muchos se sintieron traicionados. Un descontento que el presidente ha intentado paliar con una acción ejecutiva. El pasado 3 de octubre, durante un acto del Instituto del Caucus Hispano en el Congreso, una joven latina, Blanca Hernández, interrumpió su discurso exigiéndole que cumpliera sus promesas. Fue expulsada de la sala. Su queja fue haberse sentido utilizada por el presidente.

“Para los republicanos sería un suicidio mantener una posición rígida en este tema”, afirma Shifter, de Inter-American Dialogue. “El presidente tiene que hacer una reforma que resulte aceptable para los republicanos, tiene que intentar un acuerdo”, matiza el analista Meacham.

“En 2016 los latinos vamos a ser decisivos. Confío en que Obama lo tenga en cuenta. Sería estúpido que no lo hiciera. Estoy muy decepcionada con él. No tiene credibilidad”, explica Lorella Praelli, peruana de 26 años, responsable de acción política en Washington de United We Dream.

Kate Brick, la experta en migración, considera que Obama “debe ser valiente”. Y añade: “Hemos estado esperando durante años que el Congreso hiciera una reforma integral y cada día que pasa sin acción las familias continúan separadas, la gente sigue viviendo con miedo y la competitividad de nuestra economía sufre.”

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