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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El gran laboratorio

La brecha del bienestar en América Latina se debe a una productividad muy baja

Joaquín Estefanía

América Latina (AL) representa alrededor del 8,5% del PIB mundial y un porcentaje similar de la población del planeta. En las últimas décadas la región ha crecido, ha logrado reducir la pobreza y ha sido capaz de elevar el ingreso de sus ciudadanos hasta los 13.000 dólares per capita (en paridad de poder adquisitivo). Asimismo, durante la Gran Recesión ha resistido mejor que otras zonas del mundo.

Y sin embargo, no ha conseguido cerrar la brecha de bienestar que la separa de los países más desarrollados o de otros emergentes de fuera de la región. ¿Por qué? La respuesta es una productividad muy baja y que, además, retrocede respecto a esos mismos países. Esa brecha que genera el insuficiente aumento de la productividad en AL es el que explica la siguiente paradoja: que a pesar de los buenos datos macroeconómicos de los últimos tiempos “los actuales ciudadanos latinoamericanos y caribeños tengan, frente a EEUU, un nivel relativo de ingresos per cápita inferior al que experimentó la generación de sus padres y abuelos”. Lo dice el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que acaba de hacer público un informe titulado Cómo repensar el desarrollo productivo, presentado por su presidente Luis Alberto Moreno.

Algunos analistas se preguntan cómo la Europa de hoy no ha extraído las lecciones de la crisis latinoamericana
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Este no es un problema sólo latinoamericano. Afecta también a España y a buena parte de Europa. Hay un cambio en las tendencias dominantes hasta ahora: afortunadamente se ha pasado de “la mejor política industrial es la que no existe” a “buscar políticas e instituciones para el desarrollo”. En un momento en el que el el auge de los precios de las materias primas está en entredicho (el llamado ciclo chino, por ser este país el que más importa los productos de AL), la región —como España— ha de encontrar su modelo de crecimiento. Para ello sirve el informe del BID, que parte del hecho de que no hay políticas de talla única para solucionar este problema, lo que sirve, de paso, de advertencia hacia la rigidez actual de la política económica de la UE.

La percepción externa sobre AL se mueve mucho menos que su propia realidad. La región es, en estos momentos, un enorme laboratorio cuyas conclusiones serán objeto de atención en todas partes. Algunos analistas se preguntan cómo la Europa de hoy no ha extraído las lecciones de la crisis latinoamericana de la deuda de hace casi un cuarto de siglo, y repite similares errores. La productividad no mejora tampoco en Europa y ello tendrá impacto en el crecimiento potencial de una y otra parte.

En esta cuestión juegan un papel central las instituciones eficaces y fuertes. La economía de las instituciones ha crecido mucho en los últimos tiempos: las diferencias entre un país rico y un país pobre ya no son sólo, como antes se creía, los factores de la producción (mejor capital físico, humano, tecnológico, una buena geografía) sino también la calidad de sus instituciones, que aumenta la cohesión y reduce los costes de transacción.

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