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LA CUARTA PÁGINA
Tribuna
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De Jenofonte a Al Maliki

La guerra civil siria irrumpe en Irak a través de las ciudades levantiscas de Ramadi y Faluya, escenario de batallas legendarias entre griegos y persas y de sangrientos combates durante la ocupación estadounidense

EVA VÁZQUEZ

Más de 200.000 refugiados sirios han corrido hacia Irak y su número aumenta cada semana en progresión geométrica. Efectivos iraquíes en cuantía indeterminada participan en la guerra civil siria, tanto en las filas gubernamentales como en la plétora de grupos rebeldes que luchan contra Bachar el Asad. Por su parte, el Gobierno de Bagdad ha venido prestando declarado apoyo logístico a Damasco, permitiendo el tránsito de pertrechos de guerra de origen iraní a través de su territorio y por espacio aéreo. Esta guerra civil en definitiva ha reafirmado que Siria e Irak han estado siempre en estrecha relación, que no son países distintos y que en Irak se sitúa la falla movediza entre el mundo chií y el mundo suní, como en su día Mesopotamia estuvo entre griegos y persas. Con los combates en Ramadi y Faluya, en la provincia fronteriza de Anbar, la protesta suní, la irrupción de Al Qaeda y los yihadistas se repite de forma circular la ancestral dinámica de turbulencias de la zona.

Ambas ciudades y las tribus suníes de Anbar protagonizaron importantes movimientos de protesta contra Sadam Husein y gobiernos posteriores y fueron conocidas sobradamente por los terribles enfrentamientos con las tropas de Estados Unidos que siguieron a la invasión de marzo de 2003. En los ocho años de guerra y ocupación, alrededor de un tercio de las tropas estadounidenses pereció en la labor de pacificación de esa provincia; tuvieron que librar dos batallas para conquistar Faluya, en los combates más sangrientos registrados desde la guerra de Vietnam. Todavía en el año 2000 se percibían en las dos ciudades signos visibles de los destrozos causados por la represión de Sadam Husein, y de desconfianza y temor en poblaciones que años después aún siguen sufriendo los estragos de la guerra.

El largo viaje por carretera Bagdad-Amman-Bagdad, prohibidas las conexiones aéreas por las sanciones internacionales de los años noventa en el siglo pasado, proporcionaban todo tipo de sorpresas, entre ellas las de la historia antigua.

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En mil kilómetros y diez horas, efectivamente, había ocasión sobrada para la lectura y la exploración de lo que se divisaba a la derecha y la izquierda de la autopista. Por ejemplo, para la exploración de Ramadi y Faluya, lugares de preferencia en las crónicas trágicas de este tiempo pero que en otro también fueron escenario de los mitos y las leyendas que derivan de los enfrentamientos entre griegos y persas. Entre las dos ciudades, separadas por unos 40 kilómetros, más cerca de Faluya, en la región de Babilonia y no lejos de lo que luego sería Bagdad, las tropas de Ciro el Joven y de su hermano el rey Artajerjes II Mnenon libraron en septiembre de 401 antes de Cristo la batalla de Cunaxa, en un paraje que hoy se identifica como Tell Kuneisse y una aldea denominada Knesje. Un lugar desolado y muy pobre, al que sin embargo las lecturas obligaban a acudir. Un lugar también recordado por el sabor de esos dátiles que según la Anábasis tan mal sentaban a los griegos.

La ancestral dinámica de turbulencias se repite con la protesta suní y la aparición de Al Qaeda

La zona conoció tiempos mejores, hace siglos desde luego, con los canales que ya apenas son visibles, trazados entre el Tigris y el Éufrates, y las avutardas, onagros y avestruces que menciona Jenofonte y tampoco se veían en estos días por ninguna parte. ¡Ni Ramadi y Faluya recordaban lo que fueron, ni había un Jenofonte para describirlas! Muerto Ciro el Joven, asesinados los generales griegos, es por allí donde ese ejército de hoplitas, gimnetas, peltastas y arqueros, mercenarios todos de diversas regiones griegas, decidió emprender el regreso a casa por no tener nada mejor que hacer. Muertos Ciro el Joven y Clearco, el comandante en jefe “con fama de ser extremadamente bueno en la guerra y aficionado a ella”, lo más conveniente era abandonar una tierra desconocida y hostil, donde además los mercenarios griegos se habían batido en las filas del perdedor.

Jenofonte dirigió la expedición y además escribió sobre ella en un magnífico reportaje de guerra. El texto en cuestión es más fiable por los acontecimientos relatados que por el protagonismo que se atribuye Jenofonte, apenas reflejado en otros escritos sobre la Anábasis. Los mismos lugares que, como en su tiempo, y en época de los británicos, los estadounidenses, Sadam Husein, Al Jafari y Al Maliki, son escenario de muerte y violencia, que solo se mitigan o interrumpen al pactar, como se pretende hoy, las autoridades y las tribus. Lo hizo el general David Petraeus en 2007 para articular la contrainsurgencia contra Al Qaeda. Y hoy lo intenta el primer ministro, Nuri al Maliki, para controlar la radicalización de las tribus suníes y que Ramadi y Faluya recobren la paz.

Los Diez Mil salieron de Cunaxa en septiembre de 401 y después de cuatro meses y cuatro mil kilómetros consiguieron casi todos llegar a través de la actual Siria y Turquía a la colonia griega de Trapezunde, en el Mar Negro. Lugares tan humildes, peligrosos y castigados como Ramadi y Faluya, que tardaron en llamarse así, no fueron ajenos a sucesos destacados y escritos inmortales, como tampoco lo son ahora.

Efectivamente, las batallas en ambas ciudades y en la provincia de Anbar evidenciarían que los iraquíes han entrado en la guerra civil siria. Para unificar fuerzas contra Al Qaeda como enemigo común, se repite la aparente paradoja de que Estados Unidos e Irán converjan en prestar ayuda al Gobierno de Al Maliki, favoreciendo éste al fin la única solución que tradicionalmente ha servido para gobernar el país, la negociación con las tribus. Presentes a uno y otro lado de las fronteras, con lazos ancestrales de religión, costumbres, negocios y parentesco, las combinaciones y las hipótesis sobre el panorama del día después de la guerra son todas posibles; por ejemplo sobre las eventuales alteraciones territoriales y las posibilidades para los suníes en Irak, cuyo Gobierno actual, hasta tropezar en el enésimo conflicto en Ramadi y Faluya, había alcanzado límites peligrosos en la ajenidad y la represión contra ellos. Anábasis, Apocalipsis, Catarsis, etc., se sugieren por tanto en dos ciudades miserables y destrozadas, en esa provincia desértica pero muy viva, en la que se sitúa la historia de una espiral de descontento e insurgencia que se renueva sin límite conocido.

Las fronteras sirias e iraquíes no pueden mantenerse seguras sin las tribus transnacionales

La guerra civil siria proyectada a Irak replantea cuestiones sobradamente conocidas desde los tiempos de la monarquía hachemita, actualizadas con vigor renovado y desenlace complejo, en una coyuntura de serias tensiones regionales en que la importante minoría suní percibe que el Gobierno de Al Maliki habría convertido el país en un virtual cliente de Irán. Desde que, a finales de 2011, Estados Unidos abandonó Irak, la división sectaria se ha acentuado, acelerada además por el conflicto sirio como espejo, con chiíes iraquíes atraídos por Irán, Hezbolá y Bachar el Asad, y suníes iraquíes que, como se ve en Ramadi y Faluya, se deslizan hacia la órbita yihadista. En tal panorama se percibe también la confluencia de EE UU e Irán en prestar su apoyo a las tribus, otra vez una fuerza viva esencial, contra Al Qaeda, así como al Gobierno de Al Maliki, que ha cometido el grave error de separarse de un eje esencial para la gobernabilidad del país.

Las fronteras sirias e iraquíes con Jordania, Líbano y Arabia Saudí no pueden mantenerse seguras sin la cooperación de esas tribus trasnacionales; tribus que durante siglos han dispuesto de armas y libertad de movimientos, con sus propias leyes y costumbres. El vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, ha urgido al primer ministro Al Maliki a que recabe el apoyo de los jeques tribales antes de lanzar una ofensiva militar contra los insurgentes yihadistas de las dos ciudades. Y lo habría hecho porque no hay unanimidad entre las tribus en cuanto a prestar apoyo a Bagdad frente a los combatientes que, luchando contra Al Maliki, también lo hacen contra El Asad. Por motivos diversos, pero que convergen en el objetivo de la estabilidad de Irak, iraníes y estadounidenses coinciden en respaldar a Al Maliki, por chií y por antiyihadista, respectivamente; como coincidieron en Afganistán en la lucha contra los talibanes, y antes en Irak, en torno a 2007 —con el general Petraeus y el embajador Crocker—, para controlar la insurgencia, entonces tanto suní como chií.

Ignacio Rupérez, diplomático, fue embajador de España en Irak (2005-2008).

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