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El largo viaje de Miguel Boyer

En su paso por el Gobierno de González demostró lo lejos que estaba de la ortodoxia socialista

Carlos Solchaga y Miguel Boyer, en 2012.Foto: atlas | Vídeo: Marisa Flórez / Atlas
Miguel Ángel Noceda

El exministro socialista Miguel Boyer Salvador falleció la mañana de este lunes, día de su santo, en una clínica de Madrid, donde había ingresado de urgencia a primera hora. La causa del fallecimiento de Boyer, que tenía 75 años, fue una embolia pulmonar. El que fuera superministro de Economía, Hacienda y Comercio en el primer Gobierno de Felipe González sufrió en 2012 una hemorragia cerebral que le dejó, entre otras secuelas, problemas de movilidad.

Cuando el PSOE ganó las elecciones de octubre de 1982 de forma aplastante, González ya tenía en la cabeza que su hombre para liberalizar la economía sería Miguel Boyer. Su nombramiento fue toda una declaración de intenciones, que tensionó las relaciones con UGT, dirigida por Nicolás Redondo, y con el ala más a la izquierda del partido. Boyer era un economista con tendencias liberales. Para González, era el apropiado para hacer la transición en tándem con Carlos Solchaga (como ministro de Industria y posteriormente su sucesor) y dar paso a los cambios que la economía española necesitaba para entrar en la Comunidad Económica Europea (luego Unión Europea). Boyer se rodeó de un ramillete escogido de economistas como Miguel Ángel Fernández Ordóñez, Guillermo de la Dehesa, Luis de Velasco, Josep Borrell, Petra Mateos (su jefa de gabinete) o José Víctor Sevilla, que dejó el cargo tras varios encontronazos en materia fiscal.

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Desde el principio aplicó una estricta política monetaria para controlar la inflación; pero la primera actuación sonada fue la expropiación de Rumasa, descubriendo una trama contable del imperio de José María Ruiz-Mateos, quien tiempo después le agredió mientras la espetaba aquel famoso “que te pego leche”.

Hombre con fuerte carisma, que sabía que su opinión solía tenerse muy en cuenta, se alejó de viejos clichés socialistas. Aceleró la reconversión industrial, puso el embrión del contrato temporal y la reforma de las pensiones, que originó el vendaval definitivo para la ruptura con UGT. Defendía la reforma laboral y el alargamiento de la edad de jubilación, instó a profundizar en las reformas estructurales que impulsó con el denominado decreto Boyer de liberalización de horarios comerciales y actualización de alquileres, que precisamente este año llega a su fin.

De su etapa queda, además, el choque ideológico con el vicepresidente, Alfonso Guerra, quien se opuso de forma rotunda a que Boyer fuera vicepresidente de asuntos económicos, como era su pretensión. González, que siempre le defendió, no quiso defraudar a Guerra y se quedó sin vicepresidencia, lo que le llevó a presentar la dimisión en julio de 1985. Guerra le dedicó un libro biográfico con la frase “A Miguel Boyer, cíclope de la economía”. Este le comentó: “¿Con lo de cíclope quieres llamarme gigante o tuerto?”. Guerra ganó la partida. Boyer lanzó más de un dardo envenenado: “A Felipe se le escapó la crisis de la mano, si lo hace en 24 horas sale adelante el cambio, pero dejó que se convirtiera en un pulso”.

En esas fechas, Boyer ya había dejado a su mujer, la ginecóloga Elena Arnedo, con quien tuvo dos hijos, para irse a vivir a la casa del Ministerio con Isabel Preysler, que a su vez había abandonado al marqués de Griñón y con quien tendría una hija. Esa relación y la casa de 14 baños le llevó a estar más en las páginas del corazón que en las de economía.

Su amigo Solchaga le encomendó entonces la presidencia del Banco Exterior, cargo en el que se codeó con los siete grandes bancos y banqueros, entre ellos el recientemente fallecido Emilio Botín. Posteriormente sería fichado por Construcciones y Contratas (luego FCC) de las hermanas Koplowitz y los Albertos. Fue una época turbulenta en la que tuvo, entre otros episodios, que declarar en el caso Ibercorp, en el que estaban encausados sus amigos Mariano Rubio y Manuel de la Concha, miembros como él de la denominada beautiful people, una especie de gauche divine a la española, que se reunía en los canáculos de Madrid y en los veranos de Marbella.

Boyer había sido muy activo en la lucha contra la dictadura. Fue detenido en 1962 tras ser sorprendido, junto a Luis Gómez Llorente y Miguel Ángel Martínez, mientras manipulaban una vietnamita, en la que imprimían pasquines. Eso le llevó seis meses a la cárcel de Carabanchel y le despidieron de la Junta de Energía Nuclear en la que había entrado prácticamente desde que se había licenciado en Físicas.

Le entró entonces el gusanillo de la economía, ciencia en la que se doctoró y que le serviría para incorporarse al Banco de España, donde coincidió con los que serían íntimos amigos (Luis Ángel Rojo, Mariano Rubio, Solchaga…). Luego trabajó en el antiguo INI y Explosivos Río Tinto, donde destacó por su impronta contestaria.

Boyer había bebido la libertad en su casa. Nació en la localidad francesa de San Juan de Luz, en el exilio al que se vio obligada su familia, perteneciente a la burguesía ilustrada que había perdido la guerra. Su padre estaba en un campo de concentración y su abuelo materno, Miguel Salvador, fue condenado a muerte por Franco, pena que fue conmutada por una carambola al interceder el cuñadísimo Serrano Súñer por un compañero de celda. Luego, ya instalada la familia en Madrid, estudió en el Liceo Francés, donde comenzó a despuntar por su brillantez, algo que resaltaría más tarde en los debates que le gustaba mantener. En ellos destacaba por su fino sentido de la ironía, que florecía cuando lograba desprenderse de la timidez inicial.

Era también un hombre de vaivenes. Ya en la transición, en 1977, dejó el partido, aunque no rompió su carnet —el número 19— de la Federación Socialista Madrileña “por nostalgia”. Se pasó con Francisco Fernández Ordóñez, pero lo dejó porque Pacordóñez se integró en UCD. Intentó ser senador por Rioja Independiente, acercándose a la tierra de su familia materna (su bisabuelo Amós Salvador fue ministro de Hacienda en dos ocasiones con Sagasta). Tras fracasar volvió al redil socialista, que ya dejaba el marxismo. Encabezó la lista por Jaén con viejos y jóvenes militantes, entre ellos Cándido Méndez, que le sustituyó como diputado cuando Boyer dejó el Parlamento por incompatibilidad en 1981. Luego vendría la dimisión como ministro, la baja del partido en 1996 por controversias por la incorporación al euro, y, poco después, el ruidoso acercamiento al PP, al aceptar hacerse patrono de la Fundación FAES presidida por José María Aznar.

Pero el idilio duro lo que tardó Aznar en apoyar la guerra de Irak. Y, tras otro periodo, en el que presidió CLH (la antigua Campsa) y el grupo Hispania, volvió a acercarse al PSOE. Era habitual en La Moncloa. En la celebración del 30º aniversario de la victoria socialista en 2012 y recién salido del ictus, se presentó en el acto en el que no se le esperaba y en el que los organizadores tuvieron que improvisar un cartel a mano con su nombre en primera fila, muy cerca de Guerra y siempre junto a Solchaga.

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Sobre la firma

Miguel Ángel Noceda
Corresponsal económico de EL PAÍS, en el que cumple ya 32 años y fue redactor-jefe de Economía durante 13. Es autor de los libros Radiografía del Empresariado Español y La Economía de la Democracia, este junto a los exministros Solchaga, Solbes y De Guindos. Recibió el premio de Periodismo Económico de la Asociación de Periodistas Europeos.

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