Aparecieron de la mano y sonrientes, más la madre que la hija, y fueron las grandes estrellas de la tarde. Después de años de litigios que comenzaron en los medios de comunicación franceses, siguieron en los tribunales y alcanzaron a un ministro del gobierno Sarkozy.
Iker Casillas, a sus 29 años, se considera una persona "sencilla y normal". Asegura que la fama y el éxito no le han cambiado, sino que le han convertido en alguien más comprometido. Por eso Iker estaba ayer feliz cuando recibió en Ginebra el título de Embajador de Buena Voluntad del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).