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Valencia en trance

El 3 de Julio aparecía en estas mismas página una entrevista a José María Tomás, y éste declaraba que Valencia es una "ciudad en trance hacia metrópoli". No sé cuáles son las capacidades poéticas, lingüísticas y literarias del redactor del master plan del Puerto, pero creo que el término elegido acierta en todas sus dimensiones a la realidad de la ciudad. Según la Real Academia de la Lengua trance tiene varias acepciones. Una de ellas es "estado en que el alma se siente en unión mística con Dios". Rita Barberá y el rapavelas deshidratado de nuestro presidente Camps creo que no se sentirían más a gusto con otra definición. Valencia, la tierra prometida para que el neo (rural) con, travestido en constructor de éxito, se codee con los lujos de Vuitton. No se puede estar más próximo a Dios.

Otra acepción posible es la que se refiere al último estado o tiempo de la vida, próximo a la muerte. Último trance. Trance postrero, mortal. Definición a la que se apuntarían todas las Casandras del cap i casal arropadas por miríada de Salvem que pueblan la urbe augurando el cataclismo final.

Si juntamos la palabra trance al sustantivo "de armas", nos encontramos con el significado de combate, duelo, batalla y efectivamente, desde aquella famosa batalla de Valencia, la ciudad se encuentra en permanente conflicto, especialmente por aquello que tiene que ver con su dimensión simbólica. Desde la designación de Zubin Mehta como director del Palau de les Arts, la ampliación del IVAM, la Bienal, la prolongación de Blasco Ibáñez, la política teatral, la arquitectura de Calatrava, la reordenación del Puerto, las goteras del San Pío V, el traslado de un claustro... prácticamente todo lo que se hace en esta ciudad se convierte en un conflicto, y si no, repasen el portal de debate de política cultural e-valencia.org para comprobarlo. Por cierto, dicho portal, que tiene su gemelo exportado en Barcelona, es junto con el programa Autoindefinits, comprado por TV3, la vanguardia, desde el malogrado Tómbola, de la competitividad de la industria cultural valenciana, y presagian la definitiva conquista de Cataluña. Ya se enterarán, pero ¡La sardana es valenciana!

Si anteponemos la locución "a todo" delante de "trance", su sentido se convierte en resueltamente, sin reparar en riesgos. Y no nos cabe duda que éste es un atributo que encaja perfectamente en la intervención urbana en Valencia. Ni cálculo, ni viabilidad financiera, ni cautela, ni previsión, ni gestión prudente -Joan Romero dixit-, ni medida... ninguna de estas palabras encaja en los amplios recursos léxicos de nuestros líderes.

Pero bueno, abandonado el tono de fáciles ironías que permite el genero periodístico, ahondemos en la acepción de trance que a buen seguro se corresponde con la intención original del emisor: momento crítico y decisivo por el que pasa alguien. Y efectivamente se puede defender la idea de que en el imageenering de la ciudad de Valencia, algo se ha movido en los últimos 25 años y el momento presente es crítico y decisivo en ese transcurso. Es defendible que se han cumplido alguna de las partes del proceso que la literatura académica ha identificado con el reposicionamiento de las ciudades en esa búsqueda de la etiqueta de "ciudad global". La insistencia en planes arquitectónico emblemáticos, el desarrollo de proyectos como la remodelación de la fachada marítima, la búsqueda y captura de eventos internacionales y la creación de eventos propios (con mayor o menor fortuna), han ido en esa dirección. Sin embargo quedan muchos flecos por resolver para imaginar a Valencia como la ciudad emprendedora, la del conocimiento, la experiencia y la creatividad, la cultura y el ocio, que son los epítetos repetidos de la metrópoli global.

Valencia, por tanto ha iniciado quizás las partes más cosméticas de su tránsito, pero muestra grandes dificultades en abordar el núcleo más profundo, especialmente en aquellos aspectos que tienen que ver con su estilo de "governance" urbana, relacionados con la activación y cooptación de redes ciudadanas, la transparencia, la participación, el partenariado, y el consenso en la proyección colectiva. Y más aún falla con la definición de su competitividad económica, que está aún lejos de sustentarse en los sectores de la innovación, las nuevas tecnologías, la creatividad, la cultura y el conocimiento.

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Valencia es una ciudad sin proyecto consensuado y eso que aún le queda mucho ranking por escalar. Lo que resulta un dato cierto es que cada uno de los pasos que se han dado en el estándar del viaje hacia la marca de la ciudad global han generado un notable disenso en las élites culturales, intelectuales y académicas de la ciudad e incentivado la aparición de movimientos que los rechazan. Todo ello, también es cierto, bajo una incontestable hegemonía electoral de la derecha.

Pero que le vamos a hacer, sin consensos sociales no hay metrópoli, dicen los expertos... y les advierto, señores gobernantes, que sin duda generar consenso resulta más difícil pero mucho más barato que un Palau de les Arts o 10 Bienales, aunque se titulen Reflexiones de un pez en el mar profundo.

Pau Rausell pertenece a la Unitat d'Investigació en Economia Aplicada a la Cultura.

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