Filemón, en Bagdad
JORGE MARIRRODRIGA | Bagdad
Varios heridos yacen postrados en una habitación de un hospital cualquiera de Bagdad que, como todos desde hace un mes, está atestado y casi sin medios. Lentamente la puerta se abre y, desde el quicio, los visitantes saludan y, por señas, piden permiso para entrar. Enfermos y familiares responden con una mezcla de estupefacción e incredulidad. Los niños abren los ojos como platos.