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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Manguera sin dueño

La legislatura de Rajoy comenzó en lo televisivo con aquella primera medida que fulminó el nombramiento pactado entre partidos del presidente de RTVE

David Trueba

La privatización de la gestión del canal televisivo de la comunidad autónoma de Murcia plantea un dilema complicado. Se acepta porque cumple con los pasos de un proceso conocido y perfecto. El mal uso, el desprestigio y el posterior desapego general. El mantenimiento de los puestos de trabajo, al menos a corto plazo, y la propiedad sobre unas instalaciones que han sido costosas para los ciudadanos, cuestionarían la privatización absoluta. Pero al mismo tiempo, la idea recurrente del poder político que se sacude sus responsabilidades, que declara de manera abierta que es incapaz de gestionar sus recursos con honradez y capacidad es algo deprimente. Porque no deja de ser perverso que se concedan estos recursos a una empresa privada, cuyo animo natural es el de ganar dinero y hacer negocio, mientras se trata de aparentar que el servicio público saldría reforzado y airoso.

La legislatura de Rajoy comenzó en lo televisivo con aquella primera medida que fulminó el nombramiento pactado entre partidos del presidente de RTVE. En lugar de ampliar esa buena costumbre a las cadenas autonómicas, apostando por la explotación correcta de lo público, se consolidó la apuesta contraria con la ley que permitía que los canales regionales pudieran ser privatizados. Ni la nefasta gestión profesional ni el uso partidista de la televisión serían escrutados ni corregidos. La crisis publicitaria justificaría la pérdida de otro recurso nacional.

La televisión es un espacio de brutal incidencia sobre la sociedad. Condiciona nuestra vida en igual medida que el estado de las carreteras, la red de agua potable o el aire polucionado que respiramos. Incluso para quien ni la ve ni la frecuenta su irradiación de formas y valores de comportamiento es evidente. Y sin embargo seguimos sin modelo. La desatendemos como si fuera una actividad privada que ni nos condiciona ni nos obliga, sobre la que no tenemos nada que exigir ni condicionar, sin terminar de entender si nos sirve a nosotros o nosotros la servimos a ella. Es utilizada por el poder político cuando precisa, sin escándalo general, pero luego es un lastre del que pretende deshacerse cuando incomoda. Y así anda regando nuestro jardín como una manguera sin dueño.

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