_
_
_
_
_

‘Sharía’ casera en Santa Coloma

Un grupo de bangladesíes aplicó la ley islámica a un hombre que apaleó a una mujer Rob M. está en prisión por haber matado a otra amante en febrero

La fallecida Nlufa, en una foto familiar.
La fallecida Nlufa, en una foto familiar.

Seis hombres rodean a Rob M. en el salón de una casa en Santa Coloma de Gramenet (Barcelona). Se han descalzado y esgrimen un zapato en la mano con el que golpean el cuerpo de Rob: la cabeza, el torso, las piernas. La víctima apenas resulta herida: los golpes son leves, y las suelas ni siquiera le han dejado marca. La agresión no busca un daño físico, sino moral: los seis hombres han decidido aplicar la ley islámica y castigar a Rob, con su consentimiento, por haber propinado una paliza —esta sí, brutal— a una mujer con la que mantenía relaciones.

Los hechos ocurrieron hace diez años pero se han conocido ahora, a raíz de una investigación por asesinato. Rob, el hombre que fue deshonrado por los zapatazos de sus compatriotas bangladesíes, se encuentra en prisión provisional como presunto autor de la muerte de otra mujer, Nlufa, desaparecida el pasado 7 de febrero en un descampado cercano a Santa Coloma. La mujer, de 37 años, dejó a sus cuatro hijas en un centro comercial y se reunió con Rob en una zona montañosa. En abril, los Mossos d’Esquadra localizaron su cadáver.

En 2004, Rob y Janu trabajaban en el mismo taller de confección. Se hicieron amigos y, con el tiempo, amantes. Un día, durante un paseo por la ribera del Besòs discutieron. Él le propinó una paliza que, según los investigadores, casi acaba con su vida. “Le vi la cara y estaba muy mal. Recibió un golpe tan fuerte que tenía un ojo morado y no lo pudo abrir en dos o tres meses. Tuvo mucho tiempo la cara morada”, ha explicado Kowser, conocido de ambos, ante la juez que investiga la muerte de Nlufa.

Kowser no solo fue testigo de la agresión, sino también del castigo a Rob. La idea de pegarle zapatazos y zanjar el asunto sin más fue idea de un primo de la víctima. “El primo pidió que lo resolviera la comunidad islámica. Ella no quería que lo supiera mucha gente por vergüenza y por su cultura”, añadió Kowser en su declaración como testigo. “Fueron a la casa donde vivía Rob, para que él pidiera perdón. Y luego, aparte, le dieron pequeños golpes con el cuerpo con un zapato. En nuestra cultura, pasar el zapato por el cuerpo, dando golpes leves, a un hombre, es muy vergonzoso”, consta en esa misma declaración.

Nacido hace 47 años en Madaripur, en el centro de Bangladesh, Kowser ayuda a cargar unas cajas en una furgoneta que se detiene frente a la puerta del piso donde vive, en el barrio del Fondo, densamente poblado y con un alto porcentaje de inmigrantes. Kowser, que se considera a sí mismo “una persona muy respetada en la comunidad”, defiende el castigo aplicado a Rob. “Tenemos nuestra forma de arreglar los asuntos, como los gitanos aquí en España. En Bangladesh, la víctima puede elegir de qué forma se le compensa. Según el islam, esto se puede hacer”, detalla bajo el sol de primera hora de la tarde en un castellano muy correcto.

En la comunidad bangladesí que vive en Santa Coloma no hay jerarquías, remarca Kowser. La aplicación de la ley islámica fue pactada por las dos familias, explica, lo que evitó que se presentara una denuncia en la policía o en los juzgados por la paliza a Janu. “Para nosotros, pegarle zapatazos es una humillación, es tan grave como 20 años de cárcel. Aquí todo el mundo sabe lo que ha pasado y es una vergüenza”. Rob, añade, permaneció varios días sin relacionarse con la comunidad; solo salía de casa para ir al trabajo. Fuentes policiales, en cambio, lamentan que el caso no se hubiese denunciado. No solo porque el hombre podría haber sido condenado, sino también porque los investigadores habrían estado más vigilantes para evitar nuevos ataques.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

El agresor, además, tuvo que “pedir perdón” y se comprometió a que “no iba a pasar nunca más”, según el testigo. Le ordenaron, además, que no volviera a hablar más con la mujer a pesar de que, según la declaración judicial de Kowser, “estaba muy enamorado de ella”. El testigo afirma que Rob “tenía una parte muy agresiva” y recordó ante el juez un episodio ocurrido en 2006. El presunto asesino entró a vivir en el domicilio de un matrimonio y se enamoró de la mujer. El marido acabó echándoles a ambos de casa y ella tuvo que regresar a su país. El caso de Janu y el de Nlufa son similares en un punto: se trata de mujeres casadas que, en un momento dado, se niegan a formalizar la relación con Rob, que reacciona airadamente a ese rechazo.

Kowser está convencido de la implicación de Rob en el asesinato de Nlufa. Los hechos ocurrieron la tarde del viernes 7 de febrero. La mujer había acudido a un centro comercial con sus cuatro hijas, de entre uno y 14 años. Recibió una llamada y les dijo que regresaría en seguida. No era la primera vez que se ausentaba unos momentos, presuntamente para mantener relaciones con Rob. Aquel día, sin embargo, no volvió. Los Mossos llevaron a las pequeñas a casa, donde se encontraban el marido y el hijo mayor del matrimonio. La buscaron, sin éxito, y denunciaron su desaparición en comisaría.

Rob vivía como realquilado en una habitación del piso de la familia de Nlufa. Al marido le sorprendió su actitud al llegar a casa aquella noche: ni se mostró preocupado por Nlufa ni ofreció su ayuda para buscarla. Tres días después, la policía le detuvo como presunto autor del crimen. El detenido llamó a Kowser dos veces para pedirle ayuda porque éste conocía a abogados y había ayudado a otros paisanos a arreglar sus asuntos. “Le pregunté por qué estaba detenido y me dijo que porque llamó cuatro veces a Nlufa porque necesitaba verdura”, dijo el testigo.

Las versiones dadas por el presunto asesino han cambiado con el paso del tiempo, como prueban las llamadas que también hizo al marido y de las que Kowser fue testigo. La primera vez, hizo como si no supiera nada: preguntó al marido “si había llegado la cuñada a casa”, en alusión a Nlufa, a la que llamó “baby”. La segunda vez, le dijo que estaba convencido de que se había fugado con otro hombre. Y la tercera, aseveró que “un coche negro se los llevó y a él le obligaron a beber whisky”, siempre según la declaración de Kowser, que dijo haber presenciado esa llamada.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_