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La fugitiva que nunca tendrá Trump

Cuba rechaza el reclamo del presidente de Estados Unidos de extraditar a Assata Shakur, convicta por asesinar a un policía y única americana en la lista de terroristas más buscados del FBI

Assata Shakur, en 1973 durante su proceso en EE UU por el asesinato de un policía.
Assata Shakur, en 1973 durante su proceso en EE UU por el asesinato de un policía.GETTY

En el clímax de su discurso del viernes en Miami, Donald Trump se arrancó a proclamar sus exigencias a Cuba –“¡Liberen a los presos políticos!”; “¡Paren de encarcelar inocentes!”; “’¡Ábranse a las libertades políticas y económicas!”; “¡Devuelvan a los fugitivos de la justicia americana!”– y remachó entre vítores: “¡Incluido el regreso de Joanne Chesimard, asesina de un policía!”. Este lunes, tres días después, el ministro de Exteriores cubano Bruno Rodríguez le respondió en una rueda de prensa desde Viena que “los luchadores por los derechos civiles de EE UU [asilados por Cuba], por supuesto, no serán retornados”. El número de prófugos americanos cobijados en la isla no se conoce con certeza. A falta de una cifra oficial, los medios de EE UU hablan de unos 70. Entre ellos destaca Joanne Chesimard –nombre de casada y nombre de prófuga–, nacida Joanne Byron en una familia negra de Nueva York en 1947 y que adoptó en los setenta su nombre de guerrillera urbana por los derechos de los negros, Assata Olugbala Shakur, que a sus 69 años todavía lleva orgullosa en su sigilosa vida en Cuba. La protege la inteligencia cubana, atenta a cualquier cazarrecompensas extranjero o local que se pueda atrever a intentar capturarla para sacarla como una centella en una lancha rápida y en un par de horas entregarla al FBI en la costa de Florida. Las autoridades de EE UU ofrecen dos millones de dólares por su cabeza.

Shakur, curiosamente, nació en la misma zona de Nueva York que Trump, el extenso barrio de Jamaica, poblado hoy día por más de 200.000 habitantes y donde por aquel entonces negros y blancos residían en áreas separadas. Joanne vino al mundo un año más tarde que Donald en ese barrio, aunque solo estuvo allí hasta los tres años. A la larga, sus destinos fueron en extremo divergentes. Él: magnate de los bienes raíces y presidente de EE UU. Ella: la única mujer americana que ha entrado en la lista de los terroristas más buscados del FBI.

Imagen de Shakur en Cuba.
Imagen de Shakur en Cuba.

Su cara sonriente con melena afro aparece junto a la de cerebros mundiales del mal como Aiman al Zawahiri, el sucesor de Bin Laden al frente de Al Qaeda, o a la de otro americano, Daniel Andreas San Diego, de 39 años, acusado de poner bombas con un grupo extremista defensor de los animales y del que el buró indica: “Conocido por seguir una dieta vegana”. Shakur fue condenada a cadena perpetua por el asesinato en 1973 de un agente en un control policiaco del coche en el que viajaba con otros dos miembros del Ejército de Liberación Negra, una escisión armada de los Panteras Negras. En 1979 se fugó de prisión con ayuda de sus compinches y después de pasar cinco años escondida en EE UU logró llegar en 1984 a Cuba, quizás a través de las Bahamas según refería en 1987 la publicación Newsday en una entrevista con ella en la que Shakur no soltó prenda sobre su intrigante salto antillano. El periodista que la entrevistó la describió en un apartamento modesto, vestida con una camiseta de Malcom X y acompañada por un empleado del Partido Comunista.

En Cuba estudió Ciencias Sociales en la Escuela Superior del Partido, escribió su autobiografía y crió a su hija Kakuya, que hoy vive en EE UU y tiene un hijo que se llama Che Shakur, por el guerrillero argentino y su abuela. El nombre Shakur –Biengradecido, en árabe– fue utilizado por varios miembros del extremismo negro de Nueva York, entre otros por su íntima Afeni Shakur, madre del rapero asesinado en 1996 Tupac Shakur. Tupac, ahijado de Assata, la homenajeó en su canción Palabras de sabiduría, donde escribió: “Assata Shakur, pesadilla de América”. Mientras pasa su vida en Cuba, donde mantiene un perfil bajo, en EE UU pese a su violento pasado es una leyenda entre sectores del movimiento negro, reavivado en los últimos tiempos por los casos de asesinatos de afroamericanos a manos de policías. La intelectual Ángela Davis, icono de la lucha antirracista, la ha definido como “un ser humano compasivo y con un compromiso de justicia inquebrantable”. En 1998, Shakur hizo pública una carta en la que se calificaba a sí misma como “una esclava prófuga del siglo XX”.

Assata Shakur durante su proceso judicial en EE UU.
Assata Shakur durante su proceso judicial en EE UU.NY Daily News | Getty Images
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La relación entre el movimiento negro y Cuba se remonta a la famosa visita de Fidel Castro a Harlem en 1960. La Revolución llevaba a gala haber abolido por decreto el racismo en la isla –pese a que el racismo, contumaz, siga hoy vivo y coleando en Cuba– y el barbudo triunfal sintonizaba con los radicales negros. En los sesenta pasaron por La Habana figuras de ese movimiento como la propia Davis, el escritor Eldrige Cleaver o el cofundador de los Panteras Negras, Huey Newton. La intervención del Ejército cubano en las guerras africanas de descolonización en los setenta y ochenta abundó en el nexo castrista con los grupos de liberación negra. Añadiendo al cóctel el odio entre La Habana y Washington, se explica que la isla se volviera un refugio de huidos de EE UU, no solo de activistas sino de un abanico variopinto de forajidos.

Otro asilado es Charlie Hill: 67 años, acusado de asesinar a un policía en 1971 y que llegó a la isla a bordo de un avión que secuestró en EE UU. En su día militó en la República de la Nueva África, cuyo propósito era fundar una nación negra en Estados del sur de EE UU. En una entrevista publicada el año pasado por la revista El Estornudo, se contaba que Hill no se arrepiente de la muerte del agente. Hoy es un adepto a la santería que rebusca por La Habana turistas para hacer de guía. Hill afirmaba a este medio que no tenía contacto con Shakur, y advertía de que ella era “la reina del disfraz”. Meses atrás, al parecer, se la había cruzado. “Assata” -relata el artículo- “le hizo una seña de complicidad”.

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