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Tribuna
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El nuevo laberinto español

En España y en América Latina no se debate tanto la gobernabilidad como la regeneración democrática

A lo largo de los últimos meses, la política española se ha tornado muy compleja, circunstancia normal en un país que vive un proceso de cambio político y social profundo, aunque en ocasiones parezca un verdadero laberinto. Ello no es nuevo en la historia de España ya que a lo largo de los últimos dos siglos se han producido inflexiones que suelen reflejar profundas tensiones sociales y políticas en determinadas coyunturas críticas, de las cuales parece difícil encontrar una salida. En el momento actual, es manifiesto que se vienen arrastrando las secuelas dolorosas que provocaron la crisis global de 2008 en España y en Europa, en general. Sin duda, el enorme aumento del desempleo, las crisis hipotecarias y bancarias y los desahucios han empeorado las condiciones de muy amplias capas de los ciudadanos españoles, que no han merecido aún respuestas realmente satisfactorias por parte del gobierno en funciones.

¿Cómo salir del laberinto? Acaso no sea ésta la pregunta adecuada. Posiblemente, de lo que se trate es de aceptar que la política hoy requiere reconocer la remarcable diversidad de partidos, movimientos, coaliciones y plataformas que pueblan el suelo multiregional de España y, al mismo tiempo, aceptar que no son tanto una amenaza como una oportunidad para el diálogo. Un diálogo entre generaciones distintas, entre visiones diferentes del pasado, presente y futuro, entre ideologías con matices cada vez más complejos y, cómo no, sorprendentes y cambiantes.

Para un observador que mira desde el otro lado del Atlántico, el panorama de los nuevos partidos y la fuerza del regionalismo cultural y político en la España contemporánea puede resultar a veces confuso pero, a la vez, sugerente y alentador de nuevas posibilidades y nuevos horizontes para la reconstrucción de la democracia. En efecto, esta diversidad sugiere que el parlamentarismo debe volver a ocupar el espacio central que merece. ¿No será precisamente allí en el debate abierto, confrontacional pero respetuoso que debiera encontrarse el hilo de Ariadna que pueda guiar la política contemporánea a través de su laberinto y despertar el interés de nuevas generaciones en vez de alienarlos?

De allí que, hoy en día, pueda pensarse que la única solución realista para actuar de manera civilizada en un teatro político multicolor sea la de recuperar al parlamentarismo como camino para llegar a acuerdos en el corto y largo plazo. Y eso es así porque las tradiciones inherentes al liberalismo y a la democracia en España y Europa encuentran sus raíces más profundas en el debate parlamentario, desde principios del siglo XIX hasta el presente, si bien necesitan revitalizarse con urgencia. Discutir y negociar entre muchos para llegar a acuerdos que permitan ratificar leyes y políticas constituye la esencia de la civilización política moderna y contemporánea. Y para ello, no es siempre necesario contar con mayorías aplastantes, sino con la habilidad por tejer coaliciones, aunque inevitablemente serán cambiantes.

En este sentido, no es razonable argumentar que es inviable un Gobierno en minoría, como ha venido sugiriendo repetidamente una destacada política andaluza desde hace tiempo, al cuestionar la táctica y la estrategia que baraja actualmente el secretario general del PSOE. Al respecto, recordemos que en el momento actual en Europa hay al menos cinco gobiernos nacionales encabezados por partidos que apenas alcanzan el 25% de los votos de los ciudadanos. Recordemos, asimismo, el caso de Manuel Azaña, quien con apenas 7 u 8% de los votos y escaños logró tejer coaliciones de gobierno en el arranque de la Segunda República. Y tampoco olvidemos la enorme importancia de las coaliciones de gobierno en la Europa de la posguerra que lograron construir la socialdemocracia moderna y el propio Estado de Bienestar a partir de coaliciones y debates parlamentarios de altura.

De lo que se trata hoy en España —como en América Latina— no es tanto la gobernabilidad como la regeneración democrática. Pero esta meta no puede alcanzarse simplemente con el presidencialismo, ni mucho menos a partir de un sistema de corrupción que carcome las democracias en España y América. Evidentemente, continuar con las políticas profundamente viciadas del partido gobernante en España no constituye una opción que inspire alguna confianza en una renovación democrática. Es necesario ofrecer otro modelo político español al mundo. Tejer alianzas es un arte que requiere enorme paciencia y tesón, a la vez que flexibilidad para aceptar que la realidad política actual implica incorporar nuevos actores, nuevas generaciones, nuevas voces. E implica revindicar más parlamentarismo y más debate y menos presidencialismo de corte autoritario que encubre prácticas corruptas ya demasiado extendidas.

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* Carlos Marichal es Profesor-investigador de El Colegio de México.

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