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Tribuna
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El Cojón de Oro (Yopal, Casanare)

El Movimiento Machista Casanareño ha anunciado que, por ser un hombre de verdad, entregará al expresidente Uribe su gran condecoración

Ricardo Silva Romero

Yo nunca he sido un macho. Entendí el concepto desde el principio, en los taquilleros años 80, cuando era un niño que no era un macho, sino apenas un hijo menor: “no sea nena”, “sea varón”, le decían a uno, apenas lo veían dudar de sí mismo, los profesores de siempre que se portaban como los profesores de siempre; “¡ay…!”, le gritaban a uno los grandes del colegio si le veían algún gesto afeminado, una mano relajada, un saltito. Pero yo no fui ni he sido un macho –qué suerte– porque en mi casa nadie era así: nadie pasaba por encima de nadie, nadie escupía por ahí. Y para mí sigue siendo absurdo, como otra parodia involuntaria, que exista aquí en Colombia el Movimiento Machista Casanareño, y sea en serio. Y que el grupo haya anunciado que, por ser un hombre de verdad, entregará al expresidente Uribe su gran condecoración: “el Cojón de Oro”.

Repito que es en serio. A sus 62 años, Edilberto Barreto, el recio fundador, en 2002, del Movimiento Machista Casanareño, va por las calles de Yopal –entre los 143.000 habitantes de la capital ganadera, petrolera, ferozmente uribista, que fue una vez un paraje de clima templado de Boyacá– llamándose a sí mismo “el semental del Llano”, propagando su mensaje contra este Estado capaz de nombrar “jueces feas para defender a las infieles”, coleccionando demandas de esposas que “entre más duro se les pegue más se enamoran…”: “ser macho en este país es cosa de machos”, dice. Y ahora ha decidido premiar a Uribe “por ser un hombre cojonudo”: el desorbitado presidente de mano dura que en aquella Cumbre de Río, en febrero de 2010, le gritó “sea varón y quédese a discutir de frente” al desvergonzado Hugo Chávez, ay, pobres países estos.

Dice Barreto que también premiará al senador casanareño Prieto por tener un hijo por fuera del matrimonio a los 60. Que “el frentero” Uribe, “de comprobada masculinidad”, “no ha estado nunca respaldando ni matrimonios ni consultas gais”. Y que ha dicho –cuenta el periódico El Tiempo– que “les avisará cuándo puede ir por Yopal para recibir la distinción”.

Quién sabe si vaya. Pero se la merece, claro, por encarnar –ahora que se ha avanzado tanto en la defensa de los derechos de las mujeres– a ese amarillento país de machos que no soporta que se haya terminado aquella guerra con las Farc en la que miles de madres, miles de hijas fueron violadas; por encarnar a ese país de señores feudales que prefiere mirar de reojo tanto al presidente como a la guerrilla antes que rendirse a la buena noticia; por encabezar esa “resistencia civil” al revés, que tampoco es un chiste, contra una paz que considera un complot de traidores a la patria, un complot, quizás, de afeminados de izquierda liderados por el presidente Santos; por encauzar la ira de los desinformados que creen que luego de la firma del acuerdo de paz perderán lo que no tienen.

Por comandar el partido nostálgico de una senadora capaz de pedir en voz alta, como un macho, que los guerrilleros desmovilizados se concentren sólo en las regiones que votaron por Santos en 2014.

Uribe, el expresidente que respondió al fin de la guerra con una envidiosa e imperturbable letanía que comenzaba “la palabra paz queda herida…” –pero sonó a que no fue su gobierno ejecutivo, embelesado con el poder, el que la consiguió–, merece recibir “el Cojón de Oro” como un acto de desagravio por el desplante que la despistada Universidad Internacional Meléndez Pelayo acaba de hacerle: concederle su medalla de honor “por su defensa de los derechos humanos”, je, pero quitársela ante las protestas de un grupo de pacifistas (“¡ay…!”) que lo acusan de exacerbar como un macho una devastadora política de guerra que se resiste a morir de un plumazo a los 62 años.

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