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Occidente duda sobre el rearme de las milicias Libias

El ISIS controla más de 200 kilómetros de costa mediterránea alrededor del municipio de Sirte

Francisco Peregil

El avispero de Libia parece más convulso y peligroso que nunca desde que cayera hace cinco años Muamar el Gadafi. Por un lado, tenemos la avispa negra del Estado Islámico (ISIS, en sus siglas inglesas) controlando más de 200 kilómetros de costa mediterránea alrededor del municipio de Sirte. Hay entre 3.000 y 6.000 yihadistas en Libia. Y solo les separan 100 kilómetros de Misrata, la segunda ciudad más poblada del país, a cuyas milicias infligieron la última semanas 80 muertos.

Un miembro de las milicias libias leales al Gobierno de Unidad, delante de varias armas situadas en el puesto de control de Abú Grain, al este de Misrata, el 18 de mayo.
Un miembro de las milicias libias leales al Gobierno de Unidad, delante de varias armas situadas en el puesto de control de Abú Grain, al este de Misrata, el 18 de mayo. MAHMUD TURKIA (AFP)

Por otra parte, las dos fuerzas militares que tendrían opciones de expulsar al Estado Islámico se preparan para atacar Sirte, una desde el este del país (Tobruk) y otras desde el oeste (Misrata y Trípoli). Eso sería tal vez una buena noticia si no fuera porque las dos tienen tantas ganas de combatir al ISIS por sí mismas como de enfrentarse entre ambas. Cualquier cosa, menos batallar unidas contra el enemigo común.

Las principales potencias del mundo no saben cómo actuar, se encuentran paralizadas mientras miles de inmigrantes se ahogan cada día frente a las costas libias y el ISIS amenaza con tomar el control de los yacimientos petroleros. Los libios no quieren tropas en su país, solo asesoría y armas. El primer ministro del auto proclamado Gobierno de Unidad, Faiez Serraj, alega que no tiene sentido que la ONU le apoye cuando a la hora de la verdad les impiden el acceso a las armas con las que podrían combatir al ISIS.

Pero nadie quiere cometer los mismos errores que en 2011. El peor error en los ocho años del mandato de Barack Obama, según confesó el propio presidente de Estados Unidos, fue no haber pensado en el día después de derrocar a Gadafi. Aquella vez, Francia, Reino Unido y, sobre todo, Estados Unidos, ofrecieron armas y asistencia técnica a miles de libios que meses después comenzaban a matarse entre ellos.

La semana pasada en Viena se celebró un encuentro con 25 ministros de Exteriores en el que la comunidad internacional se mostró partidaria de levantar el embargo de armas que pesa sobre Libia para entrenar y equipar a la Guardia Presidencial que formará el Gobierno de Unidad, apoyado por la ONU.

Ahora bien: si algo ha aprendido en estos años la comunidad internacional es que una cosa es lo que en Libia se escribe sobre el papel y otra es la triste realidad. Sobre el papel existe un decreto por el que se creó la Guardia Presidencial un día antes de celebrarse el encuentro de Viena. El Consejo Presidencial acordó que la Guardia estará compuesta por unos 1.500 miembros de los cuales un 75% serían antiguos militares y policías y el resto, vendrían de las actuales guerrillas. Alrededor de esa Guardia comenzaría a formarse el nuevo Ejército libio. Pero hoy por hoy, no se ha alcanzado un acuerdo para nombrar un comandante, quien a su vez tendrá que designar un equipo y su equipo habrá de elegir los 1.500 hombres.

Sobre el papel existe en Trípoli desde el 30 de marzo un Consejo Presidencial, apoyado por la ONU, al que han expresado su lealtad las principales milicias del Este y los responsables del Banco Central libio y de la Compañía Nacional de Petróleo (NOC, en sus siglas inglesas). Sobre el terreno, lo cierto es que no son nueve sino siete los miembros del Consejo, porque dos de ellos rechazan el acuerdo de unidad; y los siete se encuentran recluidos desde su llegada a Trípoli en una base naval, sin apenas libertad de movimiento. Sobre el papel, ese Consejo empezará a nombrar sus ministros en los próximos días.

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Conforme pasan los días y los hombres que apoyó la ONU no resuelven los problemas cotidianos de la gente, el Consejo Presidencial se debilita

Sobre el terreno, todo sigue igual en Trípoli y en Libia desde que desembarcó el Consejo Presidencial: hay un corralito financiero que impide a los libios sacar más de 80 euros al mes del banco, hay colas cada mañana en las oficinas bancarias, hay cortes de luz y el poder real está en manos de las milicias, que son las que controlan el mercado negro de divisas.

Todo eso lo saben los diplomáticos que acudieron a Viena la semana pasada. “Siempre hemos tenido miedo a levantar el embargo”, indica a este diario uno de los asistentes a la reunión de Viena, con la condición del anonimato. “Somos conscientes de que este es un país con 20 millones de armas y solo seis millones de habitantes. Y siempre tienes la duda de que no sabes en qué manos van a terminar las armas. Por eso, se ha tomado la precaución de entregar las armas cuando haya una petición formal del Gobierno de Unidad”.

La llegada del Consejo Presidencial a Trípoli, el 30 de marzo, se efectuó sin derramamientos de sangre. Las principales milicias de la capital, tras meses de negociaciones con la ONU, accedieron a expresar su lealtad al Gobierno de Unidad. Pero conforme pasan los días y los hombres que apoyó la ONU no resuelven los problemas cotidianos de la gente, el Consejo se debilita. “De momento, lo protegen varias milicias de Trípoli”, indica la fuente diplomática consultada. “Pero estas milicias esperan integrarse pronto en una Guardia Presidencial. Y pueden comenzar a ponerse nerviosos si no se integran pronto. Estamos hablando de mercenarios, gente que ha hecho de este caos su modo de vida”.

Mientras tanto, las milicias de Misrata desearían conquistar Sirte. Pero Misrata no tiene ni camas de hospitales disponibles ni personal sanitario suficiente para afrontar un ataque al Estado Islámico. “Nos piden visados para desplazar los heridos a Europa. Pero tememos que ocurra lo mismo que en 2011, que se nos colaron miles de libios que no estaban heridos”.

Desde el flanco este del país. hay un viejo conocido de la CIA que se prepara también para un posible ataque a Sirte. Se trata del general Jalifa Hafter, de 72 años, al mando de lo que él proclamó en 2014 como Ejército Nacional Libio. En su día fue el hombre con el que la CIA quiso derrocar a Gadafi. Y desde 2014, el que plantó cara al Gobierno (islamista) de Salvación de Trípoli, nunca reconocido por la comunidad internacional. Ahora, sin embargo, actúa por su cuenta, desoye a Estados Unidos y no recibe desde hace varias semanas al enviado especial de la ONU, Martin Kobler. Y ha advertido que solo se integrará en un Gobierno de Unidad cuando se disuelvan las milicias. Así que, de momento, no reconoce al único Ejecutivo que reconoce la ONU y la comunidad internacional.

Para mucha gente de Misrata y Trípoli el general Hafter es un criminal de guerra. Para otros, el único que los puede salvar del yihadismo. “En Viena nos ha quedado claro que Hafter no es parte del problema sino de la solución. Hay que contar con él”, indicó la citada fuente diplomática. “Pero el problema es que no quiere escuchar a nadie. Y un Hafter ensoberbecido, que conquiste Sirte y se haga con el control de los principales yacimientos petroleros del Este, se considerará un salvador de la patria. Y, entonces, nos habrán crecido los enanos”.

La comunidad internacional trata de unir a marchas forzadas al general Hafter con las milicias de Misrata. Pero no parece que lo vaya a conseguir. Así que se limita a prestarles asesoría militar para combatir al ISIS. Las fuentes diplomáticas consultadas aseguran que hay fuerzas especiales de Francia en Libia que están ayudando a Hafter, otras del Reino Unido asesoran a las milicias de Misrata y las de Estados Unidos también se encuentran en Libia. Eso es todo lo que Occidente puede hacer, hasta ahora, para evitar la expansión de los yihadistas.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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