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El ISIS obliga a cambiar las reglas en la lucha antiterrorista europea

Los yihadistas se convierten en una nueva forma de desafío para la seguridad europea

La policía francesa registra a un hombre en el centro de París.Foto: atlas | Vídeo: B. TESSIER / ATLAS
Guillermo Altares

Los atentados que Francia ha padecido en los últimos meses ofrecen elementos para trazar un perfil claro del proceso de radicalización: el paso por las banlieues marginales, la cárcel, la pequeña delincuencia, la familia –tanto en los ataques contra Charlie Hebdo como en la matanza del viernes había hermanos implicados– y el salto hacia la brutalidad que representa el viaje a Siria, Líbano o Afganistán. Sin embargo, también se dan elementos que rompen cualquier esquema, que llevan a pensar más en grupos terroristas de ultraizquierda como la Baader Meinhof o las Brigadas Rojas que en Al Qaeda. En cualquier caso, este espeluznante cóctel se ha convertido en la mayor amenaza que ha sufrido Europa en su historia reciente y obliga a replantear las reglas tradicionales en la lucha contra el terrorismo.

"Se puede estudiar el origen cultural, sociológico y psicológico de los que toman las armas, pero aún así nos faltan muchas claves", explica Richard Rechtman, psiquiatra y antropólogo, experto en los mecanismos del odio, que ha pasado tres décadas analizando el genocidio en Camboya y que ahora estudia los procesos de radicalización. "Es muy difícil saber quién va a saltar. Es fácil trazar el camino una vez que se ha convertido en terrorista, pero en sentido contrario es muy difícil prevenir y detectarlo. Poner un brazalete electrónico o recluir a cualquiera que se esté radicalizando es imposible porque la inmensa mayoría de los jóvenes que padecen ese proceso no dan el salto a Siria y menos al terrorismo en Francia".

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Rechtman es uno de los muchos investigadores sociales que en los últimos años tratan de dilucidar cómo, más allá de las medidas policiales, se puede frenar un fenómeno que se está acelerando en Francia: sólo desde enero se ha producido el atentado contra Charlie Hebdo y el supermercado judío Hypercacher, el asalto a un tren Thalys entre Ámsterdam y París y la masacre del viernes en la que murieron 129 personas en seis lugares diferentes. "Existe un auténtico problema social que se ha transformado en un problema teológico y cultural: gente que odia a la sociedad y que transforma ese rechazo en una versión radical del islam", explica Farhad Khosrokhavar, investigador en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París y que publicó el año pasado el ensayo Radicalización.

Libros como este último o como El ideal y la crueldad. Subjetividad y política de la radicalización, que acaba de ser publicado y recoge los trabajos de 14 expertos, o las películas de Jacques Audiard, que ganó la Palma de Oro en Cannes con un filme sobre la violencia de las banlieues, Dhepaan, ahora en cartel en España, y que describe en El profeta los círculos islamistas en las cárceles, demuestran que tratar de comprender los orígenes de la violencia se ha convertido en una obsesión nacional en un país que asiste desconcertado a un creciente baño de sangre.

"Europa no está preparada para un número tan elevado de yihadistas, tal vez 5.000", prosigue Farhad Khosrokhavar. "Tratar de controlar a miles de terroristas es enorme, los servicios de espionaje no pueden enfrentarse a eso. Europa no ha tomado conciencia de este problema, no se han ampliado los servicios de espionaje, mientras que el número de terroristas se ha multiplicado por diez. En los años noventa, con Al Qaeda, el perfil era totalmente diferente. Ahora las amenazas son diez veces peores porque el califato lo cambia todo, ya que dispone de toda la eficacia de un Estado para entrenar, armar, financiar... Las autoridades han tardado mucho en darse cuenta del nivel de esa mutación. Esto va a ir a peor".

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En la plaza de la República, en medio de un impresionante despliegue policial en la tarde del martes, Karim Amellal apura un café. Creció en la banlieue y ahora vive a apenas unos metros del lugar de los atentados. Este escritor, ensayista y profesor de Ciencias Políticas se ha convertido en uno de los máximos investigadores de estos espacios a los que no llega la República. "No nos podemos engañar, la mayoría de los radicales que dan el salto al terrorismo tienen relación con las banlieues; pero en Siria también hay muchos yihadistas de clase media. No es un fenómeno que podamos entender sólo desde el punto de vista de la marginación, es más amplio. Muchos yihadistas en potencia tienen mucho que ver con el terrorismo italiano o alemán de los ochenta", prosigue Amellal, quien cree que medidas como la policía de proximidad, el trabajo con las comunidades y en las mezquitas así como en las cárceles son esenciales para tratar de frenar el problema.

Bernard Godard, antiguo funcionario del Ministerio del Interior, donde se ocupaba del islam entre 1997 y 2014, y autor del reciente libro La cuestión musulmana en Francia, explica que "la motivación religiosa ya no es lo más importante". "La prisión, la pequeña delincuencia, los factores patológicos son claves. Y es un cambio muy grande: en otros momentos de la yihad se rechazaba los delincuentes, ahora no", prosigue Godard. Preguntado sobre los refuerzos policiales anunciados por el presidente François Hollande, responde: "El número no marca la diferencia. Lo importante es saber qué formación tienen, cómo están repartidos, qué capacidad tienen para detectar a aquellos que pueden dar el salto y para eso hay que estar muy cerca. Este tipo de vigilancia tal vez es más eficaz desde los servicios sociales, los Ayuntamientos, los profesores. Lo esencial es que circulen la información".

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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