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LA ODISEA DE LOS REFUGIADOS | DECEPCIÓN EN EUROPA

“Alemania no es lo que nos contaron”

Cuarta entrega de la huida de Siria de una madre y sus hijos, un adolescente y un desertor

Um Alí, en la patera hacia Lesbos.
Um Alí, en la patera hacia Lesbos.

“¡No quiero subirme! ¡Dijisteis que seríamos 35 y somos 50!”, grita ante los traficantes Um Alí, aferrada a sus cuatro hijos en el punto de partida de las pateras. “Me cogieron por las piernas y me lanzaron dentro de la balsa sin miramiento alguno”, relata por teléfono esta refugiada siria de 45 años, ya a salvo en un centro para migrantes en Alemania.

Una patrulla de policía turca frustrará el primer intento de cruzar ilegalmente los escasos 15 kilómetros que separan las costas turcas de la isla griega de Lesbos. “Tuvimos que correr y escondernos entre los arbustos hasta perderles de vista”, dice el adolescente sirio Hamzi, de 14 años, al teléfono desde Hamburgo. Pasarán la noche a la intemperie bajo la lluvia, sin agua ni comida. Tres de los miembros de la familia Bolhos llegaron enfermos.

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“Por la mañana los traficantes nos empujaron a la patera. Eran afganos así que no entendíamos nada”, relata también al teléfono desde un centro para migrantes en Múnich Ayman, desertor del Ejército sirio y el séptimo miembro dl grupo, junto al joven Hamzi y Um Alí y sus hijos. “Una vez zarpamos, todos comenzamos a rezar al ver las olas. Um Alí se puso amarilla y del miedo perdió el conocimiento”. A cambio de un pasaje gratis ofertado por unos traficantes que evitan exponerse ante los guardacostas turcos, un inexperto pasajero fue el espontáneo capitán de la patera. A 50 metros de la playa Sikamias, otro pasajero intentó rajar la balsa con un cuchillo siguiendo las indicaciones de los traficantes. “Tenía miedo de que nos arrestaran los guardacostas griegos, pero le inmovilizamos porque había muchos niños y mujeres como Um Alí que no sabían nadar”, explica Ayman.

A la llegada a Lesbos, unos voluntarios griegos reciben a la patera con comida, agua y ropas secas. En Mitilini, capital de la isla, el grupo de los Bolhos comienza el último tramo de su viaje a Alemania. Están determinados a avanzar sin descanso, y en un tiempo record lograrán su objetivo. En autobuses recorrerán Macedonia, Serbia y Hungría para subirse a un tren en Austria. El flujo constante de migrantes les sirve para guiarse sin necesidad de recurrir de nuevo a los traficantes. Los últimos tramos los cubren a pie. A cada etapa, en cada frontera, Um Alí vencerá la resistencia de los guardas fronterizos jurando que los seis jóvenes son hijos suyos. “Yo decía que me llamaba Yusef Bolhos y que tenía 18 años”, corrobora Hamzi, quien en una de las avalanchas por subirse a un tren fue herido en una pierna.

Finalmente llegan a Alemania. El viaje les ha costado 2.000 euros a cada uno, lo que equivale a dos años de sueldo en Siria. Sin embargo, la amargura tiñe la última etapa del viaje, la que se supone que debía de ser más sencilla, después de dejar atrás los peligros de las mafias de traficantes y el Mediterráneo. “Es mentira todo lo que nos contaron. Hungría es donde mejor nos trataron. En Serbia cruzamos como perros”, se queja Um Alí. Una vez en Alemania, fueron dirigidos a un campo para migrantes en Múnich del que escaparon al día siguiente.

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En Alemania, tras 10 días de camino desde que salieron del norte de Líbano, el grupo se divide por primera vez. Um Alí y sus hijos se dirigen a Chemnitz, al este de Alemania donde vive su hermano. Tras una semana recuperándose de una bronquitis, los Bolhos ingresan en un centro para refugiados donde necesitan permanecer de dos a tres meses para solicitar una residencia temporal. “Las condiciones aquí no son buenas”, susurra al teléfono Um Alí desde el centro. Desanimados, no les quedan energías para hacer frente al proceso legal.

Hamzi ha ingresado en un centro para menores de Hamburgo y al teléfono asegura que no sabe si podrá acogerse a la reagrupación familiar en la que confiaba para poder llevar a Alemania a todos esos parientes que invirtieron sus ahorros en el viaje. Ayman también descubrió que debería pasar meses en un centro antes de procesar su residencia en Hamburgo. Por eso, inseguro, sin dinero y sin entender el idioma, decidió probar suerte en Austria. “No tiene nada que ver lo que creíamos con lo que hay. La situación en Austria es peor que en Alemania”, dice el veinteañero. Tras el fallido paso por Austria, el joven desertor decide regresar a Hamburgo junto a Hamzi. Por segunda vez será interceptado cruzando la frontera y dirigido al mismo centro para migrantes en Múnich.

Los integrantes del grupo comienzan a descubrir que la tierra prometida en la que creyeron desde Siria, fiándose de las redes sociales y el boca a boca cibernético, dista mucho de la realidad. “Somos unas cien personas con niños durmiendo en una sala. Quiero intentar salir de aquí”, dice una extenuada voz al otro lado del teléfono. “Esto no es lo que nos contaron. Si lo sé, nos hubiéramos quedado en Líbano”, se despide Um Alí.

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