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Escocia desafía el futuro de Reino Unido como potencia nuclear

El sistema de submarinos Trident salta al debate político por la oposición del nacionalismo

Pablo Guimón

Esto no es nuevo para Ellen Moxley, aunque su cuerpo octogenario la obligue a participar en esta ocasión sentada en una silla de ruedas. Pero aquí sigue, con su pancarta, rodeada de compañeras que cantan viejas canciones folk, mirando de reojo a las nubes que amenazan con aguar su enésima protesta. “Llevo haciendo campaña por el desarme desde que estaba en la universidad, y me gradué en 1957”, explica, y se ríe con esfuerzo, cerrando aún más sus ojos rasgados.

El 8 de junio de 1999, no lejos de aquí, Moxley y otras dos mujeres irrumpieron en unas instalaciones militares de apoyo tecnológico a esta base de submarinos nuclearesTrident, arrancaron los ordenadores que pudieron y los arrojaron al lago Goil. Pasó cuatro meses en prisión antes de que un jurado la absolviera, alegando que las armas que habían saboteado estaban prohibidas por el derecho internacional. Aquello se recuerda como un triunfo histórico en la lucha, larga e infructuosa, contra este sistema de submarinos nucleares, instalado en 1990 en la costa oeste escocesa, que inesperadamente ha saltado al primer plano de la agenda política de las elecciones del jueves.

Activistas de toda Escocia han venido esta mañana a Faslane a sentarse ante las puertas de acceso a la base para bloquear la entrada de los trabajadores. Las protestas se han sucedido a lo largo de la historia de este envejecido arsenal nuclear, el único de Reino Unido, que proporciona al país su puesto en la vanguardia de las potencias militares. Pero esta ocasión es especial.

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El próximo Parlamento deberá decidir el año que viene si invierte 25.000 millones de libras (34.000 millones de euros) —cuatro veces más, según los críticos— en la renovación de los submarinos. Los nacionalistas escoceses van a irrumpir con fuerza en Westminster, y llevarán consigo su histórica reclamación de sacar las armas nucleares de Escocia. La oposición al programa Trident ha sido un factor de cohesión del nacionalismo escocés.

No hay conversación con un candidato del SNP en la que no se mencione Trident. “Thatcher decidió basar todo su desarrollo de armas nucleares a 65 kilómetros de Glasgow, la ciudad más grande de Escocia”, explica Angus Robertson, portavoz de Defensa del SNP. “Lo hizo un Gobierno al que no habíamos votado los escoceses. Por eso, éste es para nosotros un tema importantísimo”.

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A esa sensación de maltrato histórico se suman argumentos económicos que cuestionan que el país deba destinar tanto dinero a un sistema de disuasión nuclear, un cuarto de siglo después del final de la Guerra Fría y en plena época de recortes en el gasto público. “El Gobierno predica constantemente la austeridad, que hay que equilibrar las cuentas”, explica Brendan O’Hara, candidato local del SNP. “Pero 220.000 niños en Escocia viven en la pobreza. Nos dicen que no hay dinero para alimentar a los pobres, para aumentar los salarios a un nivel digno, pero sí hay 100.000 millones de libras [135.000 millones de euros] para renovar armas de destrucción masiva que no podrán usarse nunca. Es una obscenidad moral y una locura económica”.

Dentro del estamento militar también hay voces que discuten la conveniencia estratégica de permanecer a ese precio en el club nuclear, cuando el país va camino de recortar su gasto en Defensa por debajo del 2% del PIB que recomienda la OTAN y en un contexto en que las amenazas modernas requieren prioridades defensivas diferentes. Una fuente diplomática ilustra la situación del Ejército británico expresando sus dudas acerca de que, en la actualidad, “el país fuera capaz de hacer frente a una nueva guerra en las Malvinas”.

Trident consiste en cuatro submarinos cargados con armas nucleares, uno de los cuales está siempre en patrulla marítima. La vida útil de estos submarinos Vanguard está prevista que termine a finales de la próxima década. Los Successor que los remplazarán tardan unos 16 años en desarrollarse. Por eso la decisión debería tomarse el año que viene.

Michael Fallon, ministro de Defensa conservador, dijo en enero en el Parlamento que Trident es “el verdadero campamento de paz de Reino Unido”, ya que el país “se enfrenta al chantaje nuclear de países delincuentes”. Los líderes conservador y laborista han prometido que seguirán adelante con su renovación.

Pero, según una encuesta publicada el mes pasado, el 75% de los candidatos laboristas en estas elecciones se opone al proyecto. “La voz de Escocia se oye más fuerte ahora, es importante que la usemos constructivamente y que encontremos aliados al sur de la frontera”, opina Patrick Harvie, líder de los Verdes escoceses. “Debemos asegurarnos de que esta decisión se combata desde cada parte de la unión y dentro de cada partido. Si no, este país acabará destinando todo ese dinero, que tanto necesita, a una nueva generación de armas de destrucción masiva ilegales e inmorales, que solo un psicópata podría usar”.

La lluvia que atisbaba Ellen Moxley en las nubes grises ha empezado ya a caer. Los activistas despliegan lonas azules sobre sus cabezas. Pasadas las dos de la tarde, la policía, que lleva toda la mañana de pie ante las vallas de entrada a la base, recibe la orden de desalojar a los manifestantes. La organización informa de que el bloqueo ha sido un éxito. Los trabajadores no han podido entrar por tierra, y muchos se han negado a entrar por mar. Una modesta victoria que los activistas reciben con gritos y aplausos.

La victoria final, al menos a medio plazo, es mucho más improbable. El único debate que se puede plantear en esta legislatura es si existe una opción de disuasión nuclear más barata. Una, por ejemplo, que pueda funcionar con solo tres submarinos. También es probable que, enfrentado a la realidad del tremendo gasto requerido, el próximo Gobierno decida encargar un estudio que permita demorar la decisión final. Lo cierto es que el desarme nuclear no está sobre la mesa, por mucho que pese al norte de la frontera. “Se nos dice que Trident es para nuestra seguridad y nuestra defensa”, concluye el candidato O’Hara. “Pero eso es una colosal mentira. Esto es Reino Unido tratando de agarrarse a un pasado mejor”.

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Sobre la firma

Pablo Guimón
Es el redactor jefe de la sección de Sociedad. Ha sido corresponsal en Washington y en Londres, plazas en las que cubrió los últimos años de la presidencia de Trump, así como el referéndum y la sacudida del Brexit. Antes estuvo al frente de la sección de Madrid, de El País Semanal, y fue jefe de sección de Cultura y del suplemento Tentaciones.

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