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Fiebre del Sabbat noche en Jerusalén

Una asociación en Israel sortea la suspensión del transporte público el día sagrado judío

Viajeros en el autobús del Sabbat en Jerusalén.
Viajeros en el autobús del Sabbat en Jerusalén.GALI TIBBON (AFP)

La ley rabínica prohíbe trabajar, encender fuego o conducir un coche, pero el chófer palestino pisa a fondo cuando emboca con un puñado de pasajeros a bordo la carretera número uno, por donde discurría la antigua Línea Verde de muros y alambradas que dividió Jerusalén hasta la Guerra de los Seis Días. Desde las murallas de la Ciudad Antigua, el autobús circula en paralelo a la línea del tranvía, paralizada como todo el transporte público regular de Israel durante el Sabbat, que acaba de comenzar tras la caída de la noche del viernes.

La Ciudad Santa estrenaba así un primer servicio alternativo que pone fin a un tabú religioso impuesto desde hace 67 años, tras la creación del Estado judío. Con la excepción de Haifa, ciudad del norte que cuenta con una importante minoría árabe, y de Eilat, en el mar Rojo, todos los trenes y autobuses dejan de circular en Israel poco antes de que las sirenas de alarma comiencen a ulular para marcar el inicio del día sagrado.

“Es una iniciativa que parte de la sociedad civil para solucionar un creciente problema de movilidad que discrimina a quienes no tienen coche”, asegura en la improvisada parada de la línea del Shabus (por Sabbat en hebreo y bus), Pepe Elalu, miembro de la cooperativa que impulsa el servicio y concejal en el Ayuntamiento de Jerusalén por el partido izquierdista Meretz.

En la llamada plaza del Gato, en una céntrica encrucijada de calles con bares y restaurantes que abren sus puertas a pesar del veto religioso, explica que más de 500 personas se han inscrito en la cooperativa previo pago de 50 shekels (unos 12 euros) para contratar, en una primera fase, tres pequeños autobuses de una empresa palestina de Jerusalén Este que operan entre las ocho de la tarde del viernes y las dos de la mañana del sábado. Una campaña de financiación colectiva por parte de particulares ha aportado también al proyecto unos 110.000 shekels.

“Es un medio sólo para socios, no estamos infringiendo ninguna ley sobre transporte público”, advierte Elalu, que inmigró a Israel desde Perú hace 40 años. Cada vez que uno de los miembros de Shabus utiliza el servicio, se carga en su cuenta un viaje mediante una aplicación instalada en su teléfono móvil. El coste por trayecto oscila entre los 8 y los 12 shekels, en función de la ocupación de los vehículos.

El autobús del Sabbat ya ha llegado a su parada final en el bulevar de Moshe Dayan —precisamente el general israelí que derrotó a los árabes en la guerra de 1967—, a un tiro de piedra del actual muro de separación con Cisjordania en la ruta que conduce a Ramala. Desde ese punto regresará hacia el centro. Noga, desempleada, y Uriel, empleado en una fábrica, tienen 30 años. Ambos toman asiento juntos después de superar las dificultades para registrase como pasajeros. “Nos hemos hecho socios esta misma mañana”, intenta justificarse Noga. “Tenemos coche, pero vamos a tomar unas copas con unos amigos y no queremos conducir, pero tampoco queremos pagar los 80 shekels (cerca de 20 euros) que cuesta un taxi por trayecto”, argumenta.

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Los jóvenes son los principales beneficiarios del nuevo servicio, aunque los organizadores esperan que llegue también a las familias y al resto de los ciudadanos. Los grupos ecologistas se han sumado a la cooperativa. Consideran que servirá para reducir el tráfico de los vehículos en los que los ciudadanos se desplazan en la noche del Sabbat.

La iniciativa coincide con el previsible regreso de los partidos ultraortodoxos judíos, defensores a ultranza de la tradición religiosa, a la coalición de Gobierno que el conservador Benjamín Netanyahu debe completar antes del próximo jueves tras su victoria electoral del pasado 17 de marzo.

“Los ultraortodoxos intentarán boicotearnos. Ya lo hicieron hace pocos años cuando el Ayuntamiento de Jerusalén construyó un aparcamiento en un centro comercial cercano a la Ciudad Antigua”, recuerda el concejal Pepe Elalu. “Pretendieron que permaneciera cerrado durante el Sabbat e incluso llegaron a apedrear a los vehículos que lo utilizaban, pero al final tuvieron que aceptar su apertura toda la semana”.

El Shabus prosigue su ruta por el extrarradio camino del corazón de la Ciudad Santa. “Hacía años que estaba esperando un servicio así”, se alegra Yigal, soltero y estudiante de 33 años, que se dirige desde el barrio de Pisgat Zeev hacia una discoteca del distrito de Talpiot. “Pero es una pena que se acabe a las dos; no creo que vaya a volver a casa tan pronto”, explica con la mirada encendida de quien se dispone a vivir su particular fiebre del Sabbat noche.

Israel, un país poco religioso pero sin la opción del matrimonio civil

Juan Carlos Sanz

La ley rabínica no sólo impone la suspensión del transporte público en el Sabbat, sino que también obliga a que los matrimonios se celebren por el rito judío. Miles de israelíes que desean contraer matrimonio civil porque se declaran laicos o no comulgan con las ceremonias religiosas ortodoxas tienen que trasladarse a países vecinos, sobre todo a Chipre.

Paradójicamente, una reciente encuesta elaborada por WIN-Gallup en 65 países sitúa a los israelíes entre los menos religiosos del mundo. Mientras la media mundial de religiosidad de los ciudadanos es de un 63%, un 65% de los consultados en Israel se declaran "ateos o no religiosos" frente a un 30% que se considera practicante del judaísmo.

La religiosidad en Israel llega a tener expresiones violentas. La policía tuvo que intervenir ayer en pleno Sabbat para controlar una protesta de ultraortodoxos contra una reunión de testigos de Jehová cerca de Tel Aviv. El Ayuntamiento local prohibió el cónclave de los testigos, alegando razones de orden público, pero un tribunal desautorizó al Consistorio por violar la libertad religiosa.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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