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La historia de los hijos desamparados de Mamá Rosa

Varios chicos que residían en La Gran Familia, el albergue desmantelado hace seis meses por el Gobierno mexicano por sus malas condiciones, reviven su experiencia

L. F. Ceniceros, mesero, creció en el albergue de Mamá Rosa.
L. F. Ceniceros, mesero, creció en el albergue de Mamá Rosa.SAÚL RUIZ

Rosa Verduzco, la mujer en el epicentro del escándalo alrededor de La Gran Familia, el albergue desmantelado por el Gobierno mexicano el julio pasado y donde fueron halladas casi 600 personas, entre ellas al menos 425 menores de edad, lleva una vida discreta y con muy poco acceso a los medios de comunicación en Zamora, Michoacán, al sur de México. Libre de cargos por demencia senil, responde a través de terceros que prefiere mantenerse lejos de los focos por consejo de sus abogados. Sus “hijos”, o al menos los que se encontraban en el orfanato en el momento de la operación policial, que vivían en condiciones miserables, regresaron a distintos albergues gubernamentales, según la región mexicana de la que dijeron provenir. Unos están en Morelia, la capital michoacana; otros, en el Estado de México; y otros no se han movido de Zamora. Luis Fernando Ceniceros es uno de ellos.

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Ceniceros es un jovencito de 19 años. Una vez cerrado el albergue, consiguió trabajo en una de las empresas propiedad de una familia muy cercana a Verduzco. Explica que echa de menos la casa, sobre todo “las clases de música”. La orquesta de La Gran Familia había hecho célebre al albergue de Mamá Rosa, como era conocida Verduzco. “Yo era uno de sus mejores músicos”, comenta con una tímida sonrisa. Detalla el sistema de clases que funcionaba en el interior de la casa. “A los que tocábamos bien nos iba mejor”, comenta. Por “nos iba mejor”, se entiende que recibían mejor ropa, comida y cama.

Luis Fernando vivía en el primer patio de La Gran Familia, situada en una propiedad de 2.500 metros cuadrados que ahora está clausurada. La casa tenía una escuela primaria y secundaria, con permisos legales, y otra más de música. Pero no todos iban de buena gana. Luis Eduardo Oropeza Gómez, de 20 años, afirmó a las autoridades mexicanas que no se le permitía salir precisamente por sus aptitudes musicales. Los niños que tocaban mejor no se percataban de las condiciones del “patio de atrás”, donde vivían chicos cuyas madres y padres estaban en prisión, muertos o incluso habían nacido en el lugar, como es el caso de al menos siete bebés, según un documento oficial.

La propiedad se divide en dos patios principales, un pequeño establo donde había gallinas, puercos y hasta vacas, y un enorme jardín donde se halla un almacén. El primer patio, todavía a la vista del paseante, tiene alegres pintadas, la escuela de música que adornaba un retrato de Martha Sahagún (esposa del expresidente mexicano Vicente Fox y originaria de Zamora), una cancha de baloncesto, una oficina que servía de enfermería y las habitaciones para los niños músicos. El alejamiento de los niños más destacados de “los otros” era tal, relata Luis Fernando, que él no se percató del espectacular operativo policial de la noche del 15 de julio.

La casa de Mamá Rosa sacó adelante a muchos, pero funcionaba en un limbo legal conocido por las autoridades que reconocían su labor
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Los defensores de Mamá Rosa insisten en que su labor, que comenzó en 1947, habla por sí sola. Sobran los relatos de la adolescente de 13 años, de familia adinerada, que decidió cobijar a un niño de la calle. “La ciudad entera se unió para ayudarla”, recuerda con nostalgia Alberto Sahagún Bribiesca, un prestigioso médico zamorano, hermano de la esposa del expresidente Fox y uno de los más leales defensores de Mamá Rosa. Está convencido de que la policía destruyó su obra “en minutos”. Sobre las toneladas de basura que recogió la Fiscalía mexicana afirma sin ocultar su indignación: “¡Yo fui testigo ocular! ¡Yo vi cómo destruían los catres y las camas! Estaban buscando droga. ¿Cómo cree que iban a hacer esas toneladas de basura?”.

Cuando se le pregunta sobre el estado del almacén de comida, uno de los sitios que mostraba el mayor descuido en el albergue porque rebosaba alimentos podridos, responde: “¿Usted ha estado en reclusorios juveniles? ¿No son un lugar bonito, verdad?”. Los internos que se hallaban en el albergue relatan que, por sus rejas y funcionamiento, La Gran Familia en julio de 2014 funcionaba, en efecto, no como un orfanato, sino como una cárcel. Sahagún repite, una y otra vez, que fue el Gobierno el que destruyó La Gran Familia. "No se ha contado la historia de los hijos de Mamá Rosa que ahora ayudan a sus hermanos", explica. “Ellos siguen su trabajo”.

Verduzco acogió a su primer hijo en 1947 y, cuando los chicos ya eran decenas, La Gran Familia se convirtió en Asociación Civil, en 1973. Recibió la visita de Premios Nobel, escritores, historiadores, políticos, deportistas, músicos. Muchos niños sin padre ni madre, ahora adultos, se convirtieron en científicos o estudiosos.

De los 425 menores, la mayoría están de vuelta en albergues oficiales, pese a que al menos 54 habían sido enviados por orfanatos gestionados por el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral para la Familia (DIF), la institución mexicana dedicada al cuidado de los niños. La Subsecretaría para la Prevención del Delito acogió a varios mayores de edad y los ha inscrito en distintos programas que ha efectuado a lo largo de estos seis meses.

Los documentos que recogen el testimonio de cada uno de los niños describen centenares de historias desgraciadas. María Esther Verduzco Verduzco, por ejemplo, llegó recién nacida (lleva los mismos apellidos de Mamá Rosa porque ella la adoptó) y tuvo un hijo en el interior de La Gran Familia. En el archivo de Esther no hay ninguna anotación sobre familiares, contactos o recuerdos. No tiene ni cumpleaños. Y así, decenas. “Padres fallecidos”. “No recuerda”. “NN”. “No quiere ver a sus padres”. “Retenido contra su voluntad”. “Nadie lo visita”. “Se escapó y lo volvieron a agarrar”. “Lleva 10 años. Está embarazada”.

La casa de Mamá Rosa sacó adelante a muchos, pero funcionaba en un limbo legal conocido por las autoridades que reconocían su labor. El Gobierno del expresidente Felipe Calderón, por ejemplo, le entregó apoyos pese a que ya existían denuncias en su contra.

La Gran Familia ya no existe. La propiedad permanece cerrada y resguardada por dos policías. A pocos metros del sitio, Luis Fernando, con la mirada baja, relata su propia historia. Nació en Guadalajara, lo abandonaron sus padres y sus tíos lo entregaron a un albergue. De ahí, lo enviaron con Mamá Rosa. No ha tenido contacto con ellos desde entonces. ¿Le gustaría verlos? “Pues sí… pero hay que seguir adelante”. ¿Su sueño? “Quiero seguir estudiando. Yo ya estaba en el bachillerato. Y quiero trabajar”.

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