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Nadie quiere la casa de Goebbels

"Es un idilio de soledad", decía el ministro, que se llevaba allí a sus amantes

Vista de Villa Bogensee, residencia del ministro de propaganda de Hitler, Joseph Goebbels, cerca de Berlín.
Vista de Villa Bogensee, residencia del ministro de propaganda de Hitler, Joseph Goebbels, cerca de Berlín. PATRICK PLEU (EFE)

Cuando la bandera nazi flameaba en todos los edificios públicos de Berlín, Joseph Goebbels, el fanático ministro de propaganda de Hitler, recibió al cumplir 39 años un magnífico regalo de cumpleaños de la ciudad: una idílica villa, rodeada de bosques y ubicada a tan solo 45 minutos en coche del centro. La casa fue bautizada como Villa Bogensee y pronto se convirtió en el nido de amor del ministro, un hombre que favorecía las carreras cinematográficas de las actrices de la época, previa cita amorosa en su refugio. La historia señala que Goebbels y su esposa, tras envenenar a sus seis hijos, se suicidaron en el búnker de Hitler. Pero la famosa villa sobrevivió a las bombas de los aliados y se convirtió, ironías del destino, en un exclusivo centro que fue usado por las juventudes comunistas del nuevo régimen hasta que el famoso muro de Berlín se derrumbó, otro hecho histórico que convirtió al Gobierno de Berlín en el nuevo propietario de la famosa villa y de un terreno de 16,8 hectáreas.

La incómoda herencia provocó en las autoridades un interrogante que aún sigue sin respuesta. ¿Qué hacer con la villa y el terreno y cómo evitar que la propiedad se convierta en un lugar de peregrinación para los nietos de Hitler? A comienzos de los noventa del siglo pasado, Berlín intentó convertir la villa en un exclusivo hotel, pero nadie mostró interés en la idea.

En los años 2006 y 2008, la ciudad intentó, sin éxito, vender el complejo y recientemente volvió a abrir una licitación. “Tenemos muchos interesados, pero aún estamos estudiando las ofertas que recibimos”, confiesa Marlies Mache, la portavoz de la agencia que administra las propiedades que desea vender la ciudad. “No queremos que el complejo caiga en manos equivocadas y por eso exigimos a los interesados que señalen claramente qué desean hacer en él”.

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La agencia sugirió en la licitación que la villa y el terreno que la rodea fueran convertidos en un internado, una clínica, un complejo turístico o un centro cultural internacional. La funcionaria se negó a dar detalles de los interesados en adquirir la propiedad y admitió que desconocía su valor, que asciende, según informaciones de la prensa local, a unos 15 millones de euros.

Aunque el precio no es una ganga, el hipotético comprador, además de invertir una considerable suma de dinero, deberá hacer uso de mucha imaginación para evitar que la única residencia que existe en Alemania de un exjerarca nazi deje de ser un lugar contaminado por el capítulo más negro de la historia del país.

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“Es un idilio de soledad”, anotó Goebbels en su diario al referirse a las cualidades de su nueva propiedad. “Aquí se puede pensar, trabajar, leer y no recibir llamadas telefónicas ni correspondencia”. Cuando las obras de remodelación fueron finalizadas, en 1939, la villa contaba con 40 habitaciones, otras 70 para el personal de servicio, una sala de cine de 100 metros cuadrados y un búnker.

Pero Goebbels aprovechó la idílica soledad para dar rienda suelta a su feroz apetito sexual, que le valió el apodo de el macho de Babelsberg. El ministro de propaganda de Hitler había expulsado de los famosos estudios de cine a las actrices de origen judío, y las reemplazó por bellas artistas arias a las que seducía en su nido de amor, una costumbre que le valió el reproche de Hitler. “No tenemos prisa en vender la propiedad”, dice Mache, quien admite que el mantenimiento de la villa y del terreno le cuesta al contribuyente berlinés unos 150.000 euros al año.

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