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Memorial de chapuzas en la CIA

El anuncio de la expulsión de un responsable del espionaje de EE UU en Berlín tiene antecedentes

Marc Bassets
Un empleado limpia el acceso principal de la sede de la CIA. / AP
Un empleado limpia el acceso principal de la sede de la CIA. / AP

La expulsión del jefe de la CIA en Berlín trae recuerdos incómodos a Dick Holm. Este legendario agente de los servicios secretos norteamericanos terminó su carrera abandonando a la fuerza el cargo de responsable de la agencia de espionaje en París, tras un episodio similar al que esta semana ha enrarecido las relaciones entre Estados Unidos y Alemania.

“Un par de meses después de que este episodio acabase me invitaron a la sede en Washington y me dieron una medalla”, dice Holm, que tiene 79 años y vive en McLean, cerca de Langley, la sede de CIA, en las afueras de la capital de EE UU. “Era una manera de decir que aquello debería ser ignorado. Y es lo que he intentado hacer. Pero es difícil”.

De nuevo un enviado de la CIA es expulsado: en este caso, el jefe de estación en Berlín, cuya identidad no se ha difundido. De nuevo EE UU queda en mala posición ante un aliado. Y de nuevo vuelven los fantasmas de pasados tropiezos de la Agencia Central de Inteligencia.

No es habitual que un país ordene a un responsable de los servicios secretos de un aliado abandonar su capital, como hizo el Gobierno alemán el jueves. Pero no es la primera vez que ocurre. En 1997, Alemania invitó al jefe de los espías de EEUU en ese país a abandonar el territorio por espiar las relaciones de la industria nuclear local con el régimen iraní.

En 1995, el Gobierno francés destapó una operación de espionaje comercial y tecnológico de la CIA en París. La operación involucraba a varios agentes, incluida una mujer que mantuvo una relación sentimental con un alto funcionario francés.

Las autoridades francesas invitaron a Holm —entonces jefe de la estación de la CIA en la capital francesa— y a otros cuatro agentes a hacer las maletas. El caso provocó “una herida autoinfligida” a la reputación de la agencia, según escribió entonces The New York Times. Un informe del inspector general de la CIA, encargado de auditar y vigilar las acciones de la agencia, concluyó que una serie de errores había colocado a EE UU en una situación embarazosa.

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Holm, autor de los libros de memorias The american agent (El agente americano) y The craft we chose: my life in the CIA (El oficio que elegimos: mi vida en la CIA), no recuerda casos parecidos, “si no son en Moscú o Europa oriental durante la guerra fría”. “Es lo peor que una persona en mi posición puede afrontar. Es muy frustrante. Uno de tus agentes mete la pata y entonces aflora todo el problema”, dice en una entrevista telefónica.

El incidente en Berlín se suma, con la operación abortada en París, a otras meteduras de pata de la CIA que tuvieron como consecuencia comprometer a los presidentes de EE UU y exponer las tensiones entre la política y los servicios secretos, dos mundos con intereses no siempre coincidentes. Las revelaciones sobre el espionaje electrónico de la NSA (Agencia de Seguridad Nacional), en 2013, abrieron el debate sobre los costes diplomáticos de disponer de las agencias de espionaje más sofisticadas y poderosas del planeta.

Desde la invasión fallida de Cuba en 1961 a las informaciones erróneas sobre las armas de destrucción masiva que sirvieron para justificar la guerra de Irak en 2003, la lista de chapuzas de la CIA es larga. Y acredita la falibilidad de una agencia con “una gran reputación y un currículum horrible”, según un espía citado por el periodista Tim Weiner en el libro Legacy of ashes (Legado de cenizas), la historia de referencia de la CIA.

La biografía de Dick Holm es en parte la de la CIA. En un artículo publicado tras su marcha de París, el semanario Newsweek lo describió como “uno de los últimos héroes verdaderos de la compañía”. “La guerra fría de Dick Holm está escrita en su rostro”, decía el artículo. “Sus cejas están permanentemente chamuscadas e injertos de piel motean sus mejillas. Sus orejas están derretidas hacia los laterales de su cabeza, y sus dedos son muñones retorcidos”.

Holm trabajó en Laos a principios de los años sesenta, cuando John F. Kennedy ocupaba la Casa Blanca y se gestaba la guerra de Vietnam. En 1965, volaba en una misión secreta con un piloto cubano en el nordeste de Congo cuando la avioneta se estrelló. Allí sufrió las quemaduras.

París debía ser la culminación de su carrera antes de jubilarse. La Guerra Fría acababa de terminar y la CIA buscaba nuevas misiones. El espionaje económico, por ejemplo: EE UU y Francia estaban embarcados en las negociaciones que llevaron a la fundación de la Organización Mundial de Comercio.

El agente ve diferencias y semejanzas entre el anuncio de la expulsión del jefe de la CIA en Berlín y la suya en París. De entrada, asegura que él no fue expulsado. “No expulsaron a nadie, sino que nos dejaron claro que querían que nos marcháramos. Fue informal, a diferencia de ahora”, dice.

Y señala que, de acuerdo con algunas informaciones publicadas, en Berlín la CIA se limitó a escuchar a un agente alemán que le transmitía información. En París se trataba de una operación de espionaje comercial dirigida desde Washington, pero de bajo nivel. “No era algo que pudiera dañar de verdad a Francia”, dice.

Al contrario que en Alemania, donde estos días la irritación de las autoridades es manifiesta, en Francia algunos se mostraron comprensivos. Asumieron que los aliados se espían entre ellos.

“Hechos como estos ocurren de forma regular a uno y otro lado del Atlántico”, dijo el primer ministro francés de la época, Édouard Balladur. “El pueblo americano es amigo del pueblo francés y el Gobierno francés también es amigo del Gobierno americano”.

“Un agente hizo un muy mal trabajo”

Sin el escándalo por el espionaje de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) y la irritación que ha provocado en Alemania difícilmente se explicaría la reacción del Gobierno alemán al descubrimiento de un informante de la CIA en sus servicios secretos, según el veterano agente norteamericano Dick Holm. Alemania no ha digerido que la NSA pinchase el teléfono de la canciller, Angela Merkel. Holm sostiene que, cuando él tuvo que abandonar su puesto en París en 1995, la política interna también tuvo un papel.

El caso saltó a los medios de comunicación en plena precampaña para las elecciones presidenciales francesas, que ganó el gaullista Jacques Chirac. El entonces primer ministro Édouard Balladur, rival de Chirac y uno de los candidatos de la derecha, afrontaba un escándalo de escuchas ilegales supuestamente ordenadas por su ministro de Interior, Charles Pasqua. Fue Pasqua quien comunicó a la embajadora de EE UU, Pamela Harriman, que las prácticas de los espías norteamericanos “no podían tolerarse” y que “sus autores no pueden permanecer en territorio francés”, según una carta publicada por el diario Le Monde en febrero de 1995.

“Uno de mis agentes hizo un muy mal trabajo en la operación. No practicó el oficio como habría debido”, admite Holm.

El espionaje entre amigos no es excepcional. Durante la II Guerra Mundial EE UU ya vigilaba las comunicaciones de más de cuarenta países, incluidos aliados, escribe Matthew Aid en The secret sentry (El centinela secreto), una historia de la NSA.

La Administración Obama no ha ofrecido ningún indicio de querer dejar de espiar en Alemania. Pero en Berlín y en Washington algunos cuestionan la utilidad de gastar energías en ello. “No hay nada sobre Alemania o los alemanes que necesitemos saber y que no podamos obtener con toda nuestra cooperación con ellos: diplomática, económica, militar”, advierte Holm

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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