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Despedida por la puerta de atrás

Tras 20 años de reinado Alberto II abdica tocado por el escándalo de su hija ilegítima y por las maniobras de la Reina Fabiola para no pagar impuestos

Luis Doncel
El rey Alberto II y su esposa, la reina Paola, antes de su discurso
El rey Alberto II y su esposa, la reina Paola, antes de su discursoERIC LALMAND (EFE)

¿En qué familia no hay una tía que tenga sus problemillas con Hacienda; un padre ligero de cascos al que le aparezca una hija ilegítima; un hijo introvertido del que se dude sobre sus capacidades para hacerse cargo del negocio familiar; o un hermano metepatas que enerve a los que le rodean haga lo que haga? El problema llega cuando la tía en cuestión es la viuda del anterior Rey; el padre ocupa la jefatura del Estado desde hace 20 años; y el hijo está a punto de subir al trono. Si además los apaños fiscales de la anciana Reina enfurecen al Gobierno hasta hacerle modificar la ley de financiación de la familia real, es cuando se empieza a calibrar la magnitud del terremoto que ha vivido la monarquía belga en los últimos meses.

Muchos ciudadanos consideran que Alberto II ha sido un Rey mejor de lo que esperaban cuando hace 20 años sustituyó inesperadamente a su hermano, el querido Balduino. Ayer mismo en los pasillos del Parlamento Europeo, el líder liberal y primer ministro belga durante nueve años Guy Verhofstadt recordaba cómo su sencillez y sentido del humor conquistaron a su pueblo. Pero la mala suerte ha querido que su adiós coincida con uno de los momentos peores para la popularidad de su familia; y con una situación política especialmente complicada. En menos de un año Bélgica celebrará unas elecciones de resultado incierto.

“Fue un shock comprobar que la Reina tenía una fundación ultraconservadora que servía para que sus descendientes pagaran menos impuestos. Hoy por hoy, el mayor peligro de la monarquía belga pueden ser sus propios miembros”, asegura desde su despacho el diputado socialista Christophe Lacroix. “Es cierto que la familia ha pasado por una tempestad. Pero no se puede comparar con los problemas que, por ejemplo, tiene la Casa Real española”, matiza el periodista de La libre Belgique Christian Laporte.

Los problemas comenzaron a principios de año, cuando se comenzó a hablar de la fundación creada por la hasta entonces muy popular Reina Fabiola para que sus sobrinos pudieran heredar sus bienes sin pasar por el fisco. El primer ministro, el socialista francófono Elio di Rupo, reconoció en público su “profundo malestar”. Pese a tratarse de un instrumento legal, muchos belgas reclamaban a la anciana una actitud más ética y estética.

“Estoy profundamente afectada por las incomprensiones y reacciones tan negativas”, aseguró la muy religiosa, cercana al Opus Dei, Fabiola en el comunicado en el que anunciaba su renuncia a la fundación. Pero esta decisión no impidió que el Gobierno sacara del congelador la reforma para reducir el dinero público que recibe la familia real y obligarles a pagar impuestos. La española que en 1960 se casó con Balduino logró algo que parecía imposible en un país dividido en dos: poner de acuerdo a ocho partidos (francófonos y flamencos; de izquierdas y derechas) para impulsar un cambio que políticos y periodistas consideran histórico.

La más afectada fue la propia viuda de Balduino: de embolsarse el año pasado 1,4 millones de euros pasará a 461.000. Los hermanos del futuro monarca, Lorenzo y Astrid, se salvaron de perder sus más de 300.000 euros anuales, pero serán los últimos príncipes no herederos que puedan vivir sin trabajar. Además, toda la familia, excepto el Rey, empezará a pagar impuestos.

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Todos los partidos estaban de acuerdo en recortar los gastos de la familia que encarna la unidad del país, pero cada uno por motivos distintos. “Los nacionalistas flamencos aprueban la reforma para quitarse de en medio al rey como medio de acabar con Bélgica. Yo, como socialista francófono me considero republicano, pero la monarquía es el mejor símbolo de nuestra unidad”, aclara el diputado Lacroix.

Cuesta imaginar un momento más inoportuno para el estallido del escándalo. Hace meses que se especulaba con la posibilidad de que Alberto II, un rey cansado, anunciara que le cedía el testigo a su hijo, el príncipe Felipe. Los defensores de esta idea se veían reforzados por el ejemplo de los vecinos holandeses, o incluso por el caso del Papa Benedicto XVI. “Está claro que Alberto II quiere ceder el testigo a su hijo. Ya no tenemos un Rey a tiempo completo”, decía hace unos días el historiador Vicent Dujardin.

Este paso no tendría mayor importancia si no sucediera un año antes de las elecciones en un país que se toma con una paciencia inusual la formación de Gobierno. En los últimos comicios, celebrados en junio de 2010, tuvieron que pasar 535 días para que Di Rupo articulara una mayoría parlamentaria suficiente. Muchos temen que el inexperto príncipe Felipe carezca de las habilidades para engrasar la siempre tortuosa política belga para encontrar un Gobierno que dirija el país en tiempos de crisis. “Me parece un buen momento para la abdicación, así tendrá tiempo para establecer contactos”, aseguraba ayer en la Eurocámara el ex primer ministro Jean-Luc Dehaene.

Felipe, un hombre distante, introvertido y taciturno, que no despierta las simpatías de su padre, es una incógnita. Aunque muchos recuerdan que hace 20 años también se oyeron voces que ponían en duda la capacidad del hoy Rey para suceder a su hermano.

El heredero ha aprendido de sus errores. El Gobierno ya no le tiene que llamar la atención por ser demasiado franco en sus declaraciones, como ocurría a mediados de la década pasada. Las entrevistas que concede son ahora más planas e institucionales. Y cuando acapara la atención mediática suele ser por informaciones con tintes sensacionalistas, como la supuesta homosexualidad que destapó el año pasado el periodista Fréderic Deborsu. “El día que Matilde dijo sí a mi propuesta de matrimonio fue el más feliz de mi vida”, dijo en una inusual respuesta. La Casa Real presentó una queja ante el organismo que vela por la ética periodística en Bélgica. Felipe, de 53 años, lleva tiempo diciendo que se siente preparado para acceder al cargo para el que le preparó su tío —y Rey— Balduino. Ahora podrá demostrar si es cierto.

Los Sajonia-Coburgo y Gotha han tenido últimamente más quebraderos de cabeza. No era un secreto que Alberto II había llevado una vida muy distinta de la su beatífico hermano. El actual rey tan solo llegó al trono porque Balduino y Fabiola, tras pasar por cinco abortos, no lograron tener ningún hijo; y tanto él como su mujer, la italiana Paola, tuvieron una vida extramarital movida.

El propio Rey insinuó sus infidelidades en el discurso que dirigió a la nación en la Navidad de 1999, cuando mencionó los problemas por los que había pasado su matrimonio. Hace años que se sabía que había tenido una niña con la baronesa Sybille de Selys Longchamps. Pero la hija ilegítima, Delphine Boël, ha reaparecido ahora en todos los informativos del país para reclamar una prueba de paternidad. Serán sus supuestos hermanos los que se sometan a la prueba de ADN, ya que Alberto II, como Rey de los belgas, goza de inmunidad.

Por si esto fuera poco, el hijo menor de los reyes, Lorenzo, ha vuelto a soliviantar los ánimos. Invitado por una ONG defensora del medio ambiente, viajó a Israel para participar en un proyecto de plantación de árboles. Hasta aquí, nada extraordinario. Pero varias asociaciones de derechos humanos protestaron porque la supuesta organización benéfica tiene tintes sionistas y se ocupa de reforestar territorios palestinos.

Llueve sobre mojado porque Lorenzo —además de ser acusado de maltrato por su exnovia o de montar escándalos en los aviones para viajar en business— ya enfureció al Gobierno y a la Casa Real el año pasado por viajar sin permiso a Congo. En esta ocasión, el ministro de Asuntos Exteriores sí que había autorizado la excursión a Oriente Medio.

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Sobre la firma

Luis Doncel
Es jefe de sección de Internacional. Antes fue jefe de sección de Economía y corresponsal en Berlín y Bruselas. Desde 2007 ha cubierto la crisis inmobiliaria y del euro, el rescate a España y los efectos en Alemania de la crisis migratoria de 2015, además de eventos internacionales como tres elecciones alemanas o reuniones del FMI y el BCE.

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