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“Sabemos que el río es peligroso”

Los vecinos de Wittenberge luchan contra la crecida del Elba mientras reciben la visita con promesas de ayuda de la canciller

Un voluntario prepara sacos terreros para frenar la crecida del Elba, en Wittenberge.
Un voluntario prepara sacos terreros para frenar la crecida del Elba, en Wittenberge.Markus Schreiber (AP)

En los minutos previos al aterrizaje del helicóptero de Angela Merkel, el ambiente entre los voluntarios que combaten la crecida del Elba en Wittenberge era de abierta euforia. Sobre la arena esparcida desde los diques de emergencia, cientos de jóvenes de ambos sexos bromeaban a gritos con las espaldas rojas del sol como en una fiesta playera. La explanada del viejo molino de aceite a la vera del Elba desbordado hervía de actividad entre decenas de miles de sacos areneros recién llenados para contener el río. Poco antes habían reventado las defensas unos 60 kilómetros Elba arriba, en las proximidades de Stendal. Al aligerar el caudal del río, el desastre de esa región de Sajonia-Anhalt alivió la situación en Wittenberge. El agua cubre su puerto y una parte indeterminada de tierra reconocible sólo por las copas de los árboles y los edificios que despuntan de la superficie. El Elba alcanza los 7,8 metros, cuatro veces más de lo normal. Seguirá así durante varios días cruciales para la ciudad.

Sus diques aguantan de momento como no lo hicieron los de Magdeburgo, donde el ministro de Defensa Thomas de Maizière y el primer ministro de Sajonia-Anhalt Reiner Haseloff, democristianos como Merkel (CDU), encontraron una recepción mucho más dura en la tarde del domingo: “Fuera de aquí, que nos estáis dejando ahogarnos” les gritaban vecinos enfurecidos. 23.000 personas se están viendo directamente afectadas por los graves desbordamientos del Elba en la capital del land.

En Wittenberge se hace evidente que el enemigo es parsimonioso y predecible, pero implacable. El Elba rompe marca tras marca, crecido desde las fuertes lluvias registradas hasta hace una semana en el sureste del país y en República Checa. Desde el dique que escaló Merkel a las tres de la tarde junto al primer ministro de Brandeburgo, el socialdemócrata Matthias Platzeck (SPD), se presenta un panorama lacustre donde los márgenes habituales del Elba pueden medirse solo por el comienzo y el fin del largo puente ferroviario. El río está a pocos metros de tragárselo y se le acercará todavía más. Si los diques aguantan. Se calcula que los daños causados por la riada ya superan los 10.000 millones de euros solo en Alemania. Merkel dijo a los periodistas que “es pronto para saber el monto exacto de los daños” y volvió a prometer “ayudas rápidas y no burocráticas”. Vestía su ropa habitual y unos zapatos de montaña.

En la segunda explanada donde trabajaban los voluntarios, Karsten Puls asumía el lunes una actitud entre resignada y voluntariosa: “Qué le vamos a hacer, es normal, tenemos inundaciones cada cierto tiempo; la gente no se vuelve loca porque sabe que no sirve de nada y que esto se va a repetir”. No vinieron ni Merkel ni Platzeck, pero se trabajaba con constancia y humor optimista. ¿Miedo? “El miedo asalta cuando metes las manos en el agua, en los diques, y notas la fuerza que tiene”, dice el hostelero Herbert Schroller. Renuncia a proteger con sacos sus propiedades en el centro de Wittenberge, que el lunes era una localidad fantasma con muchos de sus 18.000 habitantes ausentes.

En alemán, los ríos tienen género y el Elba es femenino. En el pasado trajo riqueza, como recuerda junto al puerto inundado Roger Hanf, de 68 años, mientras apoya el pie sobre un saco empapado. La enorme refinería de aceite que hoy alberga apenas un Hotel con cervecería o la torre del reloj de la antigua fábrica de máquinas de coser atestiguan su pasado industrial. La Elba avanza como un peatón, a 3 kilómetros por hora. Desplaza así la formidable masa de agua fruto de las lluvias que cayeron a cientos de kilómetros.

Carl Stelter, de 8 años, la miraba el lunes con cierto pasmo desde la entrada de la pensión que regentan sus padres y que también se llama “Elba”. El suelo está mojado porque el río trepa por los desagües, pero él dice que no tiene miedo: “El río lo veo cada día y me gusta, pero sabemos que es peligroso”. Esperaba a su padre junto un dique que le llegaba al cuello. Si cede, se llevará por delante el negocio familiar y todo el centro histórico de la ciudad. Decenas de policías protejen al fondo la vacía ciudad vieja, evacuada el domingo.

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