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El próximo rey de Holanda promete defender la integración social

Guillermo-Alejandro concede una entrevista televisiva ante la abdicación de su madre

Isabel Ferrer
Guillermo-Alejandro y Máxima (derecha), durante la entrevista.
Guillermo-Alejandro y Máxima (derecha), durante la entrevista.ROBIN UTRECHT (EFE)

El mayor reto de las actuales monarquías constitucionales europeas consiste en estar a la altura del carácter extraordinario de su rango, sin dejar por ello de comportarse con normalidad. Guillermo-Alejandro de los Países Bajos, que el próximo 30 de abril sucederá en el trono a su madre, la actual reina Beatriz, ha pensado mucho la forma de resolver este dilema. A sus 46 años, será el primer rey de su generación, y cree haber hallado una fórmula magistral. Y es doble.

Por un lado, ha asegurado: “Quiero seguir siendo yo mismo”. Por eso ha conservado su segundo nombre propio a secas, toda una transgresión en la tierra de los Guillermos I, II y III de Orange. Sí llevará el manto de armiño tradicional en la iconografía regia. “Entiendo que haya gente contraria al armiño, pero representa una forma de continuidad”. También desea “dejar que la gente” escoja abordarle con “el tratamiento que más a gusto les haga sentirse (...) No soy un fetichista del protocolo”. Así lo hizo saber esta noche en su última entrevista televisiva como príncipe, en la que se comprometió a defender la integración social de todos los ciudadanos, sin distinción de origen. La cita sirvió de tarjeta de presentación de la nueva pareja real, Guillermo-Alejandro y Máxima, reina consorte en ciernes.

Transmitida simultáneamente por el canal público (NOS) y la cadena comercial RTL 4, en el encuentro pudo comprobarse la excelente compenetración de los futuros reyes. Y de ambos con la reina Beatriz. “Mi madre ha hecho un trabajo formidable y ha facilitado una transición natural hasta la abdicación”, dijo el todavía príncipe.

La entrevista había despertado gran expectación sobre si responderían a todas las preguntas. Así fue. No esquivaron ningún tema y Guillermo-Alejandro contestó siempre con soltura. Sobre el coste de la monarquía fue claro: “Es difícil de cuantificar y nosotros no decidimos nuestra asignación [depende de la presidencia del Gobierno]. Si hay recortes, debemos pensar que la mayor parte del gasto es por la gente que trabaja para nosotros. Y eso son puestos de trabajo”.

El posible vaciado de contenido de su labor real tampoco le alteró. “Si el Parlamento decidiera democráticamente que el rey debe convertirse en una figura ceremonial, no tendría inconveniente en firmar esa ley. Hasta las cosas más pequeñas, como las distinciones anuales otorgadas a ciudadanos valiosos para la comunidad, tienen contenido”, añadió. El debate sobre este extremo está abierto en Holanda, con un Parlamento cada vez más proclive a reducir la influencia política del monarca. Sin ir más lejos, la última formación de Gobierno se hizo sin la presencia de la reina Beatriz, que solo fue informada del acuerdo sobre la coalición (de centroizquierda) una vez cerrado.

Guillermo-Alejandro, que de niño lanzaba chinas y bolas de nieve a los fotógrafos, y vio luego como le apodaban Prins Pils por su afición a la cerveza, se ha serenado. Sus profesores (estudió Historia en la Universidad de Leiden) decían que era “inteligente, pero no un intelectual”. El ejemplo de sus padres, el fallecido príncipe Claus y la reina Beatriz, la experiencia ganada en su labor a favor del manejo sostenible del agua y la compañía de su esposa, le han aportado peso específico. Con el tiempo, se ha convertido en un futuro rey que da la sensación de estar a gusto con su destino. Incluso cuando le preguntaron por la ausencia de Friso, su hermano, en coma desde hace un año por culpa de un accidente de esquí. “Hemos crecido juntos como familia ante esta tragedia. Mi madre y Mabel, la esposa de Friso, han hecho una labor enorme para cuidarle. En la entronización notaremos su ausencia, porque sigue igual [ingresado en el Hospital Wellington de Londres]”, dijo, emocionado. Máxima, a su lado, contenía las lágrimas.

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Del retrato de la pareja visto en televisión, surge una princesa Máxima que no ha perdido su espontaneidad, fundamento de su gran tirón popular. Con pantalón negro y blusa azul, apostilló la promesa de su marido de no dejarse constreñir por la etiqueta. “Lo importante es lo que representamos. Da igual majestad que alteza real. En mi caso, todo el mundo me llama Máxima”, aseguró, riéndose. Añadió que la ausencia de sus padres era lo correcto. “No estuvieron en nuestra boda, en 2002, y eso sí fue doloroso. Ahora mi marido será rey. No es adecuado”, dijo. Jorge Zorreguieta, su padre, fue secretario de Estado durante la dictadura argentina. Los holandeses han abrazado a la hija. Al progenitor, al contrario, no quieren verlo en ceremonias oficiales.

La popularidad de la Casa de Orange atraviesa un buen momento, aunque el día de la entronización están previstas manifestaciones de grupos antimonárquicos y republicanos. Cuando le recordaron la compra de una casa de vacaciones en Mozambique, en plena crisis, respiró hondo y contestó de un tirón. “Cometimos un error al no venderla antes. Nos equivocamos, pero hemos aprendido y nuestro entorno nos lo hizo saber”, admitió. Apoyado por el buen trabajo realizado por su madre como reina, compartió su mejor consejo: “Me ha dicho que sea fiel a mí mismo. Y yo quiero estar cerca de la gente y de mi familia”, concluyó.

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