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El condenado que pidió la pena de muerte es electrocutado en Virginia

Robert Gleason, 42 años, mató a otro reo cuando cumplía cadena perpetua para lograr ser sentenciado a muerte. Ha rechazado la inyección letal y reclamado la silla eléctrica

Yolanda Monge
Robert Gleason.
Robert Gleason.Reuters

Robert Gleason murió el miércoles a las nueve de la noche en el Correccional de Jarratt (Virginia) como llevaba reclamando desde que fuera condenado a cadena perpetua por el asesinato de un hombre: sentado en la silla eléctrica. Con profundos problemas mentales y una infancia plagada de abusos, tan sólo hay una cosa con la que Gleason estaba de acuerdo con los que se oponen a la pena de muerte, que la inyección letal conduce a una muerte muy dolorosa, razón por la que él se acogió a su derecho a elegir entre la aguja en el brazo o morir achicharrado en la silla.

Entrevistado en diversas ocasiones por la agencia Associated Press, que ha seguido su caso en los últimos tres años, Gleason aportó una última razón para morir electrocutado: no puede imaginar esperar la muerte tumbado. “Prefiero hacerlo sentado”.

Gleason, 42 años, consideraba que si el Estado no acababa con su vida él seguiría matando. Su particular teoría fatalista, que él denominaba ‘karma’, fue la que le llevó en 2009 a asesinar a su compañero de celda, un enfermo mental de 63 años, mientras cumplía cadena perpetua por otro asesinato. Gleason pidió a los carceleros que cambiaran de celda a su compañero porque le molestaba; cuando estos ignoraron su petición, Gleason ató, golpeó y estranguló al hombre y permaneció junto a su cadáver durante 15 horas antes de que los funcionarios de prisiones descubrieran lo sucedido.

“Alguien tiene que ponerle fin”, dijo entonces Gleason al solicitar la muerte. “Y la única manera que conozco de pararlo esque me encierren en el corredor de la muerte”, declaró en repetidas ocasiones.

Poco tiempo después, mientras esperaba la sentencia sobre ese asesinato en una prisión de alta seguridad, Gleason se las arregló para acabar con la vida de un joven reo de 26 años estrangulándole a través de la valla metálica que separaba sus jaulas individuales en el patio de recreo.

Profundamente perturbado, según sus abogados, Gleason aseguraba haber matado a docenas de personas, aunque nunca aportó datos concretos. Sus representantes legales enfrentaron una dura batalla en los juzgados después de que Gleason les denunciara por haber cursado una apelación de último minuto para salvar su vida. El condenado ha rechazado su derecho a apelaciones y revisiones de su caso y solo quiere morir en la silla eléctrica, que no se usa en Virginia desde 2010.

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“¿Por qué prolongar esto? El resultado final va a ser el mismo”, declaró el reo a AP. “No me preocupa la muerte, llevo tiempo esperándola, se llama karma”.

En los últimos cinco años, cinco Estados han acabado con la brutal práctica de la pena de muerte - Connecticut, Illinois, Nuevo México, Nueva Jersey y Nueva York-. California sometió la cuestión a referendo en noviembre y perdieron los contrarios a la máxima pena. Un total de 33 Estados la siguen teniendo en sus ordenamientos jurídicos frente a 17 que no.

Desde que el Tribunal Supremo reinstaurase la pena capital en 1976, en Estados Unidos se han cometido 1.289 ‘homicidios legales’. En total, 3.199 personas (según datos del Centro de Información sobre la Pena de Muerte, DPIC) esperan en los corredores de la muerte a que les llegue su turno, con una espera media de 15 años desde que se dicta la condena hasta que se les coloca la inyección letal en el brazo, el método adoptado en la práctica totalidad de los Estados con pena de muerte en vigor.

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Sobre la firma

Yolanda Monge
Desde 1998, ha contado para EL PAÍS, desde la redacción de Internacional en Madrid o sobre el terreno como enviada especial, algunos de los acontecimientos que fueron primera plana en el mundo, ya fuera la guerra de los Balcanes o la invasión norteamericana de Irak, entre otros. En la actualidad, es corresponsal en Washington.

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