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Biden ayuda a los demócratas a movilizar el electorado

Un combativo y vigoroso Biden da un impulso emocional a la campaña

Antonio Caño
Uno de los gestos del vicepresidente durante el debate.
Uno de los gestos del vicepresidente durante el debate.Scott Eells (Bloomberg)

Fue un gran espectáculo que, probablemente, ganó Joe Biden, el más combativo y vigoroso. Pero, como era de esperar, el debate entre el actual vicepresidente y el aspirante republicano, Paul Ryan, no decidió nada en esta campaña. Si acaso, sirvió para confirmar que el Partido Demócrata está necesitado de un empujón emocional que movilice a sus votantes para poder ganar estas elecciones.

En el debate celebrado el jueves en Danville (Kentucky), Biden hizo lo que pudo en ese sentido, que fue bastante. Pero quien tiene que conseguirlo, verdaderamente, es Barack Obama en el debate del próximo martes en Nueva York. El Partido Demócrata tenía hasta hace poco todas las piezas para conseguir la victoria el 6 de noviembre: la tendencia favorable de la economía, una correcta gestión en el mandato previo y la conformación de una mayoría electoral más que suficiente. Pero sus votantes se desinflaron con el debate de Denver, donde vieron la peor versión de Obama, la que le ha hecho perder seguidores en estos cuatro años, y ahora muchos se están pensando qué hacer.

Para algunos analistas, Biden le enseñó a Obama el camino a seguir. Pujante, convincente, apasionado hasta rozar la mala educación, Biden demostró creer en su candidatura y manifestó ambición y razones más que suficientes para ser reelegido. Ahora le piden a Obama hacer lo mismo, pero Obama no es Biden. Más aún, Obama es lo contrario de Biden, y pedirle un transformación semejante puede ser arriesgado.

Biden ha conseguido, al menos, detener el desánimo que se había generado entre los demócratas. Quizá, también, frenar la caída de la candidatura demócrata en las encuestas, que ahora están, esencialmente, igualadas, aunque con ligeras ventajas de Obama en la mayoría de los estados decisivos.

El vicepresidente tuvo dificultades para explicar por qué no había más seguridad en la representación diplomática en Bengasi en el momento del ataque en el que murió el embajador norteamericano, pero dominó el escenario en la mayor parte del resto del debate. Defendió con buen criterio la política económica del Gobierno y expuso con frecuencia a su rival ante el hecho de que la candidatura republicana no tiene, en realidad, una alternativa viable que ofrecer. “Deje de hablar de cómo ayudarían ustedes a la gente; enséñeme algo, enséñeme una propuesta política”, manifestó en uno de los momentos más brillantes de la noche.

Ryan no llegó a estar contra las cuerdas en ningún momento. Aunque trastabilló cuando Biden le demostró qué él mismo, como congresista de Wisconsin, se había aprovechado del plan de estímulo económico en su propio Estado, consiguió sacar a la luz algunos de los flancos débiles de la actuación Administración, como el del excesivo gasto público. “No hay suficientes ricos ni suficiente pequeñas empresas a los que subir impuestos para pagar por todo lo que ustedes gastan”, dijo el compañero de candidatura de Mitt Romney.

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Pero, quizá, el principal mérito de Ryan, como el del propio Romney una semana antes, fue el de desprenderse de la etiqueta de extremista con la llegó al debate. El dúo Romney-Ryan ha decidido correr a toda velocidad hacia el centro en los días que faltan hasta las elecciones, y, hasta ahora, está teniendo éxito en ese esfuerzo. En sus últimas intervenciones, ambos se han mostrado conciliadores en asuntos en los que antes eran extremadamente beligerantes, como la reforma sanitaria o el aborto, y tampoco han marcado un gran distancia con el Gobierno en la política exterior.

Romney ha declarado estos días que mantendría algunos de los aspectos de la reforma sanitaria de Obama y que no tiene previsto legislar sobre el aborto. En su discurso del lunes sobre política exterior, respetó los plazos para la retirada de Afganistán y no pidió la intervención en Siria o un ataque inmediato contra Irán. En el debate del jueves, Ryan acusó al actual presidente de debilidad con Irán, pero tampoco mencionó la forma en que un presidente republicano sería más fuerte, excepto con más sanciones.

Este corrimiento de la candidatura republicana hacia el centro le dificulta a Obama el uso de la que había sido su principal arma hasta ahora en esta campaña: la alarma sobre el peligro de la derecha. Pero, al mismo tiempo, le da otra que ha utilizado poco hasta ahora: los constantes cambios de opinión Romney. Hay tantos vídeos del candidato republicano prometiendo que eliminará la ley federal sobre el derecho al aborto y revocará la reforma sanitaria el primer día de su presidencia, que los asesores de Obama no tendrán mucha dificultad para escoger uno con el que exponer a Romney ante sus contradicciones.

Se supone que algo así ocurrirá en el debate del próximo martes. Hay una enorme presión sobre Obama para que sea más agresivo, para que saque todos los trapos sucios posibles. Es como pedirle a un caracol que avive el paso. Pero si Obama pierde también ese segundo debate, los problemas de hoy pueden empezar a ser irresolubles.

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