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Columna
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¿Quién está peor, Italia o España?

La causa de la crisis en ambos países es la pérdida de competitividad

Moisés Naím

Económicamente, España; políticamente, Italia. Pero como la mala situación política suele dañar la economía y la mala economía siempre emponzoña la política, es posible que la respuesta se revierta. La situación política de España se puede deteriorar y la ventaja económica que por ahora Italia le lleva a España se puede desvanecer rápidamente. En todo caso, lo importante es que ambas naciones están mal y que su situación es muy volátil. En estos momentos, la emergencia es la necesidad de rescatar los bancos españoles, pero hace poco fue la posibilidad real de que Italia perdiera acceso a la financiación internacional, una amenaza que anteriormente había alarmado a España. Y antes tuvimos la crisis política de Italia, que paralizó la toma de decisiones y condujo al reemplazo de Silvio Berlusconi por Mario Monti. Y así van saltando las emergencias de un país a otro, provocando sobresaltos que hacen de la estabilidad y la predictibilidad remotos recuerdos. Es prudente suponer que las emergencias y sorpresas continuarán mientras no aparezca un marco de políticas económicas para toda Europa que sea socialmente tolerable, financieramente creíble y sostenible en el tiempo.

Madrid y Roma tienen que buscar el crecimiento en el sector privado

Pero lo cierto es que quien hoy ha entrado en la unidad de cuidados intensivos del hospital financiero es España. Los males que aquejan a este paciente son el resultado de 15 años de malos hábitos y su renuencia a cambiar de estilo de vida económico. Como sabemos, nada mejor que sobrevivir a un infarto para dejar de fumar, comer más ensaladas y hacer más ejercicio. Ojalá hubiese hecho hace unos años lo que ha venido haciendo en los últimos tiempos. España lo ha hecho tarde, a medias y a regañadientes, pero al menos ha comenzado a abandonar los malos hábitos, como, por ejemplo, esconder del público las malas carteras bancarias acumuladas durante una década o más por políticos que se hicieron pasar por banqueros.

Pero, por ahora, la prioridad es sobrevivir al infarto y tratar de que sus secuelas sean mínimas. También sabemos lo importante que es evitar las nuevas enfermedades que se adquieren al entrar en el hospital financiero. Al igual que en los hospitales de verdad, las salas de emergencia financiera están llenas de virus y abundan en ellas las malas prácticas que en vez de curar, debilitan aún más al paciente (la hiperausteridad, por ejemplo).

Pero nada de esto será suficiente para sanar al enfermo. Para devolverle la estabilidad a largo plazo y ponerlo en una senda de prosperidad hay que hacer cambios todavía más profundos. Tal como lo ha señalado Uri Dadush, un economista del Carnegie Endowment, las raíces de la crisis europea no son de naturaleza fiscal o financiera. Resultan de la pérdida de competitividad que tuvieron países como España e Italia, especialmente en relación a Alemania. Dadush ha calculado que entre 1997 y 2007 la tasa de cambio real se revaluó en España en un 11%, y un 9% en Italia (eso quiere decir que sus exportaciones se encarecieron respectivamente en esas mismas proporciones). Mientras tanto, en Alemania, en ese mismo periodo, la tasa equivalente se devaluó en un 14% (es decir, que sus exportaciones se abarataron en esa proporción). Inevitablemente, esto hizo que las exportaciones de España e Italia declinaran y las de Alemania crecieran. En la década que precedió a la crisis, el total de las exportaciones de España (expresadas como proporción del total de la economía) cayeron en un 3,4% y las de Italia, en un 1%, en tanto que las de Alemania aumentaron un extraordinario 20%. A pesar de esto, la economía española creció a una tasa que duplicó la de Italia; una expansión económica que, como sabemos, se basó en el sector de la construcción. En España esta industria pasó de ser el 4% de la economía en 1995 al 12% en 2007. En Italia pasó del 4% al 6%. Esto explica, en parte, por qué los bancos españoles están más débiles que los italianos.

España e Italia tienen que buscar nuevas fuentes de crecimiento económico. Y estas no pueden sino venir de un sector privado más capaz de competir en los mercados mundiales. Esto, y no la austeridad fiscal o las acrobacias financieras, será lo que impida que el paciente deba regresar periódicamente a la sala de cuidados intensivos.

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