Cuando el miedo me domina,
cuando la ira se apodera de mi cuerpo,
cuando el odio se convierte en mi compañero,
busco el consejo femenino, porque este dolor es solo femenino.
Y me dicen que el dolor femenino perece
como todo lo femenino.
Dahabo Ali Muse, Dolores femeninos (poema, 1998)
Una habitación corriente o una choza oscura en un poblado en el campo. Una hoja de afeitar comprada en el mercado, un cuchillo afilado o un simple trozo de vidrio roto son suficientes. A veces, aguja e hilo, o las espinas de un arbusto silvestre. Las mujeres de la familia sujetan a la niña mientras alguien paga a la encargada de la ablación para que le inflija un dolor tan intenso que jamás lo olvidará.
Para más de 125 millones de mujeres de todo el mundo, el paso de la infancia a la edad adulta está marcado por la sangre de la mutilación genital femenina (MGF).
El procedimiento consiste en extirpar el clítoris, a veces raspar los labios menores hasta eliminar totalmente los genitales externos, y cerrar el corte cosiéndolo y dejando un pequeño orificio para el flujo menstrual y la orina, que más adelante se volverá a abrir con un corte en la noche de bodas.
Se cree que el ritual, que en determinadas sociedades es obligatorio, purifica a las mujeres de su feminidad, las somete a través del dolor y las hace vírgenes de por vida e insensibles al placer sexual. Y, por tanto –y este suele ser el principal objetivo–, las convierte en esposas devotas y fieles.
Las complicaciones para la salud pueden ser desastrosas, desde el trauma hasta las infecciones en el momento de la ablación. Para las víctimas de la infibulación, los dolores menstruales suelen ser insoportables porque la sangre se acumula en los puntos y, a veces, las dificultades para orinar provocan infecciones de riñón. También causa problemas en el momento del parto: en las comunidades rurales, donde los hospitales están lejos o pobremente equipados, la infibulación provoca un aumento de uno a dos puntos de las muertes intrauterinas por cada 100 nacimientos.
Mientras que la tasa de mortalidad materna media en los países en desarrollo es de 230 fallecidas durante el embarazo o el parto por cada 100.000 nacidos vivos, en los 26 países africanos en los que se practica la MGF (con la excepción de Egipto) la prevalencia es mucho mayor. De hecho, alcanza una cifra de 1.100 muertes en Sierra Leona, 850 en Somalia, 650 en Guinea y 420 en Etiopía.
Según las encuestas de Unicef y la Organización Mundial de la Salud, las víctimas de las MGF se concentran en 29 países. Aparte de Yemen e Irak, todos los demás están en África.
En Somalia y en Somalilandia, casi toda la población femenina (98%) ha sufrido la mutilación genital y, además, en su forma más severa, conocida como infibulación. En Somalilandia, el clan Isaq acostumbra a practicar una escisión extrema llamada gudnünka fircooniga: los genitales externos se raspan por completo y los tejidos se cosen formando una tira dura y oscura. También se registran tasas muy elevadas en Guinea (96%), Yibuti (93%), Egipto (91%), Eritrea (89%), Mali (89%), Sierra Leona (88%) y Sudán (88%); mientras que Ghana (4%), Togo (4%), Níger (2%), Camerún (1%) y Uganda (1%) se encuentran en los últimos puestos de la lista.
Si consideramos las cifras absolutas, la capital mundial de la MGF es Egipto, con 27,2 millones de víctimas. Etiopía ocupa el segundo puesto, con 23,8 millones, seguida por Nigeria, con 19,9 millones.
De los 27 países africanos considerados en los informes de Unicef, 14 tienen más de un millón de mujeres mutiladas residiendo en sus territorios.
Sin embargo, dentro de un mismo país a menudo hay grandes diferencias entre los grupos étnicos, que en África se calcula que son unos 3.000. En Eritrea, por ejemplo, la prevalencia nacional de la MGF es del 89%. La tasa se eleva al 96% entre la población Afar y desciende al 2% entre los Tigray.
En Mauritania, donde el porcentaje de mujeres cortadas es del 69%, el 92% de ellas pertenecen al pueblo Soninké, en la frontera maliense. El ejemplo más llamativo tal vez sea Uganda, que con una tasa de MGF del 1%, es el último país en esta dolorosa clasificación; sin embargo, entre los Pokot, un grupo étnico que vive en la región oriental de Karamoja, la tasa es del 95%, y entre los Sabiny es del 50%.
En Kenia, la prevalencia nacional es del 27%, pero en las comunidades masai alcanza el 73%.
De los grupos étnicos de África occidental, los Peul o Fulani, que viven en el vasto territorio que se extiende desde Mauritania hasta Camerún, son una de las poblaciones más numerosas que practica la MGF.
La mutilación genital femenina no se infiere de la religión islámica. El historiador griego Herodoto, que vivió mil años antes que el profeta Mahoma, ya la menciona, y sus raíces se remontan al Egipto faraónico. En 2006, en Egipto, el Consejo Supremo de Investigación Islámica de la Universidad de Al Azhar, una de las instituciones más prestigiosas del islam suní, declaró formalmente que la mutilación genital femenina no tiene nada que ver con la sharia.
El corte es más bien una norma social que implica desigualdad entre hombres y mujeres y una obsesión por controlar la sexualidad de las segundas. Se trata de una convención que parece tener distintos significados en cada país. El pueblo Nyaturu, en Tanzania, cree que la enfermedad lawalawa (una afección urinaria) es una maldición de los antepasados que solo se puede curar mediante la MGF. También en Tanzania, en el distrito de Tarime, a las niñas sin cortar no se les permite abrir el establo de las vacas porque traen mala suerte a los que entran después de ellas. En algunas comunidades de Ghana, creen que el clítoris de una mujer provoca ceguera al niño en el momento de dar a luz; mientras que en los bosques de Costa de Marfil piensan que el clítoris posee un gran poder y hay que quitarlo del cuerpo de la mujer para dárselo a los espíritus.
En el Golfo de Guinea, la situación es más complicada: en Sierra Leona, la clitoridectomía forma parte del rito de iniciación en una sociedad secreta de mujeres llamada Bondo. En comparación con otras, las iniciadas tienen una extraordinaria libertad de movimiento y eso perpetúa el consentimiento de las mujeres para someterse a la mutilación
En este mapa interactivo de África encontrarán las estadísticas sobre la difusión y las tendencias locales de una práctica consuetudinaria ancestral dominada todavía por los estereotipos. Aparte de los 27 países que han participado en las encuestas de Unicef encontrarán otros mencionados en informes británicos y estadounidenses, y otros que, aunque no practican la MGF, han mantenido interesantes debates públicos sobre el tema.
Pulsando sobre cada país podrán obtener información sobre los diferentes tipos de MGF, la prevalencia relacionada con religión y el nivel de estudios, los grupos étnicos involucrados y las leyes aprobadas desde la década de 1960. Y también sobre las mujeres que han escrito la historia de una guerra por sus derechos.
(En la parte inferior derecha del mapa, las fuentes utilizadas.)
Desde Benín hasta Somalia y desde Egipto hasta Zimbabue, las mujeres africanas llevan luchando en primera línea por la erradicación de la MGF desde la década de 1960. En 2003, Stella Obasanjo, casada con el expresidente de Nigeria Olusegun Obasanjo, propuso a Naciones Unidas que estableciese un Día Internacional de la Tolerancia Cero con la Mutilación Genital Femenina, que desde entonces se celebra cada 6 de febrero. La resolución de Naciones Unidas que prohíbe la práctica de la MGF, aprobada por unanimidad el 20 de diciembre de 2012, fue impulsada por africanas en un llamamiento conjunto hecho desde Senegal por representantes de 27 países africanos.
Nos hemos reunido con algunas de esas mujeres en Somalilandia, Kenia y Etiopía. Ellas nos han explicado apasionadamente cómo han formado valientes coaliciones con el fin de recuperar el control sobre sus cuerpos, en ocasiones pagando el precio de la descalificación social.
Hargeisa, Somalilandia. No les será fácil encontrar esta república en un mapa. En el norte del Cuerno de África, la antigua Somalia Británica declaró en 1991 su independencia de la antigua Somalia Italiana con el fin de desvincularse del conflicto que continúa hoy día en Mogadiscio. Pero pagó la paz con su práctica inexistencia. La comunidad internacional no reconoce este Estado con sus cuatro millones de habitantes divididos en tres clanes familiares que, aparte de la guerra, lo tienen todo en común con Somalia: la lengua, la pobreza y una cultura patriarcal que combina el islam con las antiguas tradiciones.
Estas incluyen la gudniinka fircooniga, la mutilación genital femenina “faraónica”, o infibulación infligida a las niñas a partir de los cinco años.
Escuchen la voz de Sadia Abdi, la joven directora de la ONG ActionAid en Hargeisa, que ha sido la fuerza motora de un movimiento cada vez más extendido de mujeres que luchan por eliminar la infibulación.
En el suburbio de Daami, la vegetación rebosa de basura y las cabañas circulares están cubiertas de harapos. Nuura Mahamud Muse y Habiba Mohammed Abdi están sentadas en una colchoneta cochambrosa recordando la tortura del ritual a las que las sometieron cuando eran niñas.
Cerca de ellas, dos mujeres que antes se dedicaban a la circuncisión nos cuentan cómo practicaban la escisión y la sutura.
Nimco Yousuf Omar y Maryan Jamal Farah vivieron toda su vida de vender hojas afiladas y agujas, hasta que un día la Coalición de Mujeres de Daami les explicó que no, que ese no era un trabajo como cualquier otro.
Sadia Abdi es una mujer culta, procedente de una familia muy respetada de Somalilandia. Estudió en Inglaterra y después volvió a las calles sin asfaltar y a los ajetreados mercados de su Hargeisa natal para reemprender una batalla que había sido su obsesión desde que tenía solo 14 años.
En realidad, la conexión entre la infibulación y el Islam es un falso mito, tal vez el más fuerte de los estereotipos corrientes acerca de la MGF. Yousuf Abdi Hoore, imán de las mezquitas de Tawba y Alnuur en Hargeisa y miembro del Ministerio de Asuntos Religiosos, explica el motivo.
En Somalilandia, cualquier ley tiene que ser aprobada también por el Ministerio de Asuntos Religiosos. “Por eso, a pesar de todo, la MGF no se considera un delito”, explica Sadia Abdi. Mientras que en el plano institucional el acuerdo sobre el carácter perjudicial de la infibulación es casi unánime, el problema más controvertido afecta a una forma de MGF menos severa: un pequeño corte en el clítoris denominado sunnah, igual que la segunda fuente de legislación islámica después del Corán. El imán Yousuf Abdi Hoore explica que esta práctica se basa en una tradición profética (hadith) según la cual, un día, Mahoma, al encontrarse con una mujer que estaba realizando una escisión a su hija, le dijo:
“No exageres al cortar. Si no lo haces, su rostro será más luminoso y su esposo quedará cautivado”.
A diferencia de otros países musulmanes, Somalilandia sigue la escuela jurídico-religiosa shafi’i, que considera que la tradición tiene la misma importancia que el Corán como conjunto de preceptos vinculantes. Este es el principal obstáculo para que en este país se apruebe una ley que prohíba cualquier forma de MGF. Las coaliciones de mujeres no están de acuerdo y no renuncian a exigir tolerancia cero para cualquier forma de ablación, incluida la sunnah.
“Mi hija tiene cinco años y va a seguir intacta”, asegura Sadia Abdi. “No se perderá ni un día de colegio porque su menstruación la consuma de dolor. Podrá jugar y correr sin miedo a que los puntos se le puedan romper y se le abran. Jamás maldecirá haber nacido mujer”.
Para que entendamos lo abrumadora que es la presión social en este país, Sadia rememora la trágica historia de una prima suya que se suicidó porque no se le había practicado la infibulación y en el colegio la llamaban kinterleeyi, un insulto dirigido a las “zorras” con clítoris.
Gracias a la apacible testarudez de Sadia y a la implicación de ActionAid, actualmente en Somalilandia hay 53 coaliciones de mujeres que desafían al principal tabú.
Kajiado, Kenia. “Yo también sufrí la ablación, pero mi madre era maestra y luchó para que pudiese terminar el colegio. El tema sigue siendo tabú en mi familia. Piensan que soy una desvergonzada porque hablo de ello y tomo todas mis decisiones sin pedir permiso a mi marido”.
En Elangata Wuas, un poblado del condado de Kajiado, en el sur de Kenia, todos conocen a Fait Mpoke como la masai “diferente”.
Tiene 33 años, es madre de un hijo y lleva trabajando con la ONG ActionAid desde 2011. Cada mañana cruza los espinosos arbustos que delimitan los enkangs (campamentos masai dispersos por la sabana) para intentar convencer a sus habitantes de que ya es hora de que miren hacia el futuro. Para ello hay que empezar por abandonar las tradiciones que traen consigo enfermedades, mortalidad materno-infantil, ignorancia y pobreza, como ocurre con la mutilación genital femenina, que en Kenia afecta al 27% de las mujeres, pero que entre los masai (alrededor del 2% de la población) alcanza el 73%.
Estos pastores seminómadas llaman emuatare al rito de extirpar el clítoris y los labios menores. En Kenia, en 12 años, la prevalencia de la ablación ha descendido un 20% entre los masai, pero la lucha por la liberación de las mujeres todavía está en sus inicios. No obstante, el país es considerado un líder en la batalla contra la mutilación genital femenina en el África subsahariana: desde 2003, la prevalencia de esta práctica ha disminuido un 16% a escala nacional, y el Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA) calcula otro descenso de un 40% de aquí a 2020.
Actualmente se aplican dos leyes estrictas: la última, aprobada en 2011, prevé hasta tres años de cárcel para quienes practiquen la ablación, así como castigos para quienes discriminen a las mujeres no mutiladas. Ese mismo año se creó una comisión gubernamental contra la mutilación genital femenina y, desde 2014, una unidad fiscal nacional investiga casos en toda Kenia. No obstante, dentro de los límites de los enkangs masai, la única ley suprema es la sancionada por los mayores siguiendo la senda de la tradición.
Lucy Yepe Itore cree firmemente que solo fomentando que las familias den educación a sus hijas, su pueblo, los masai, logrará abandonar para siempre el dolor que causa la ablación. En sus funciones de subdirectora de la escuela de primaria de Il Bissil, una pequeña ciudad no lejos de Kajiado, hizo sitio en los dormitorios a las niñas que había salvado del emuatare y del matrimonio infantil forzoso. Y no pasa un día sin que los moran, los jóvenes guerreros masai, se presenten a las puertas de la escuela blandiendo palos y exigiendo que les devuelvan a sus niñas.
“Me amenazan. He tenido que contratar guardias”, cuenta Lucy, una mujer madura de aspecto digno que no se atemoriza ante nada, echándose a reír.”
Al igual que Faith Mpoke, Lucy recibe llamadas de emergencia de sus “espías” en los campamentos masai y siempre está preparada para salir en misión de salvamento durante la noche. “En otro centro de rescate acogimos a 130 niñas”, explica. “Desde entonces, algunas de ellas se han hecho enfermeras y una trabaja para una ONG internacional y viaja por todo el mundo. Estoy muy orgullosa de todas ellas”.
Lucy desea el mismo futuro sobre todo a Sukuta e Irene, las dos niñas más frágiles de las que actualmente se alojan en la escuela de Il Bissil.
Kongelai, Kenia. Los pokot son el grupo étnico predominante en los condados Baringo y Pokot Occidental de Kenia. Además, viven en la región Karamoja de Uganda. Son pastores seminómadas, y en el pasado estuvieron en guerra con sus rivales los masai y los turkana. En la actualidad, siguen encerrados obstinadamente en una sociedad patriarcal que mide el valor de sus hijas por la cantidad de cabezas de ganado que sus futuros esposos ofrecerán como dote. Para ellos, el mutat, la escisión y sutura de los genitales, convierte a una chica joven e inmadura en una verdadera mujer que más adelante perderá su virginidad por medio de un cuerno de cabra y dará a luz a un hijo antes de los 15 años.
Susan Krop tiene 37 años. Nos habla de las tradiciones de su pueblo. Es presidenta de una red de mujeres que cuenta con 103 miembros activas y más de 2.000 simpatizantes dispersas por las manjata, las chozas de barro tradicionales situadas a lo largo del río Suam.
Para librar a las niñas de una vida de sumisión e ignorancia, Susan ha ideado una estrategia simple pero eficaz: un grupo de madres adoptivas que, a pesar de su pobreza, acogen en sus hogares a niñas que huyen del mutat y del matrimonio forzoso.
Janet tiene una mirada dura y recelosa que, de repente, se ilumina con una suave sonrisa. A los 14 años ya está disfrutando de su segunda vida y nos habla de ella con el orgullo de alguien que ha tenido que luchar duramente para poder ser dueña de su destino.
Hace dos años entró a formar parte de la familia de Theresa Chepution, una campesina severa pero afectuosa capaz de entender el fondo de la angustia de la niña sin necesidad de muchas explicaciones. Igual que hizo Mary, otra madre adoptiva de la Red de Mujeres de Kongelai, con una jovencísima víctima de una violación.
La Red de Mujeres de Kongelai nos da la bienvenida con cánticos y danzas en un claro en el que proyectan construir un centro para las jóvenes que no han podido alojar en sus casas. Son 30 niñas y adolescentes, todas ellas con una mirada oscura y afligida, a las que se ha acomodado en un dormitorio de la escuela local.
A Sharon, de 15 años, su madre alcohólica la vendió a cambio de una caja de bebida.
En una pequeña iglesia evangélica en medio del campo, Susan y Mary dan una clase a un puñado de hombres que las miran perplejos. Cuando le enseñan réplicas del útero y les describen los efectos de la infibulación, el público ríe avergonzado. Pero luego, ante las fotografías de vaginas deformadas por la fístula que desarrollaron tras el parto, un silencio próximo a la consternación se extiende entre los hombres. “No tenía ni idea”, susurra un anciano estremecido por un escalofrío inexplicable en el ardiente calor de Kongelai.
Odadima, Etiopía. “La noche de bodas se vuelve a llamar a la mujer que practica las ablaciones para que abra la vagina con un cuchillo, de manera que la esposa se pueda quedar embarazada”. Talaado Adam alivia el dolor de su recuerdo personal con una sucesión de sonrisas recatadas. Se refiere a sí misma como a una “mujer mayor”, aunque solo tiene 35 años, y es capaz de bailar como una libélula apenas los hombres del pueblo insinúan los ritmos frenéticos en sus grandes tambores.
Pero en este abrasador valle envuelto en una humedad que corta la respiración, todos los rostros llevan escrito con nitidez que la vida no es más que una lucha desesperada. Así es sobre todo para las mujeres, que todavía muelen el grano a mano inclinadas sobre piedras planas y, a continuación, lo machacan en morteros levantando palos más largos que sus demacrados cuerpos con gestos rápidos y precisos.
Después de Egipto, Etiopía es el país del mundo con mayor número de mujeres “cortadas”: 23,8 millones, según datos de Unicef, es decir, el 74% de la población femenina. Pero en la región de Oromyia, que comprende también estas tierras bajas, la prevalencia asciende al 87,2%, mientras que en la región somalí del sudeste alcanza el 97,3%, y en la zona de Afar, en el noreste, el 91,6%. De los 66 grupos étnicos más importantes del país, 46 practican diferentes formas de mutilación genital femenina.
El Código Penal, revisado en 2005, la prohíbe expresamente, pero los activistas de la sociedad civil sostienen que el Estado podría y debería hacer mucho más.
También contra la creciente medicalización de la ablación que se viene observando en las áreas urbanas: según una encuesta de 2011, el personal sanitario de Adís Abeba ha realizado más del 20% de las intervenciones de MGF en niñas menores de 15 años contempladas en el estudio.
Al salir de la capital rumbo al sureste, una autopista de aire futurista acaba en la animada ciudad de Nazreth. Después solo se ven montañas y una interminable y accidentada pista de tierra que se insinúa entre curvas y márgenes rocosos y que, después de casi un día de viaje, llega al puente sobre el río Wabe. Alrededor de sus aguas turbulentas viven los waredube, una comunidad musulmana de unas 5.000 personas. Cuando, en la cumbre por los derechos de las mujeres de verano de 2015, el Gobierno etíope aseguró que la MGF estaría totalmente erradicada del país en 2015, probablemente se olvidaba de este pueblo que sigue viviendo sin electricidad ni agua corriente gracias a una agricultura de subsistencia vigilada de cerca por el caprichoso río.
Prisioneras de un paisaje cautivador pintado con verdes gargantas y picos majestuosos, las mujeres waredube mueren por decenas a causa de los efectos de la infibulación. El centro de salud más cercano, situado en la ciudad de Seru, está a nueve horas a pie. “En el pasado también nos solían volver a coser cuando nuestros maridos dejaban el hogar para irse a trabajar”, añade Talaado Adam. “Antes de irse, contaba los puntos, de manera que cuando volviese pudiese volver a contarlos para comprobar la fidelidad de su esposa”.
Nimo tiene 14 años. Dice con orgullo que a ella no le practicaron la infibulación, ni tampoco a un grupo de niñas de su misma edad. “Después de que las cortasen y cosiesen, algunas mujeres morían, y luego otras morían también durante el parto, pero nunca se nos había ocurrido que la causa fuese la infibulación”, admite Fatma Fara, líder de la Red de Mujeres waredube.
Sin embargo, a veces las revoluciones son más fáciles de poner en práctica que de imaginar: bastó con que alguien del distrito Seru se acordase de la existencia de esta población aislada para que se enviasen educadoras de ActionAid. Ellas explicaron que toda la comunidad podría prosperar cuando se liberase a las mujeres de un lastre innecesario.
Etiopía es un país de mayoría cristiana y quizá el que muestre mejor que cualquier otro lugar de África cómo la práctica de la MGF es normal en todas las religiones. De hecho, afecta al 89% de las etíopes musulmanas, al 67% de las católicas y al 69% de las seguidoras de otras iglesias cristianas.
En la ciudad de Seru, las voces de los almuédanos se han mezclado desde siempre en armonía con los coros de las iglesias. A pesar de la dramática escasez de presupuesto y de infraestructuras básicas, la administración del distrito invitó a los líderes musulmanes y cristianos y a las representantes de las organizaciones de mujeres a sentarse alrededor de una mesa con el objetivo de empezar a trabajar conjuntamente para convencer a las familias de que abandonasen la mutilación genital femenina.
Edna Adan Ismail ha sido pionera en la lucha contra la MGF en África. Comadrona y luego primera dama de Somalia, ministra de Somalilandia tras la declaración de independencia y funcionaria de la ONU, actualmente dirige en Hargeisa un hospital especializado en salud materno-infantil que lleva su nombre y que financió de su propio bolsillo.
Edna Adan fue la primera mujer del Cuerno de África que denunció los daños físicos y psicológicos que provoca la infibulación. Lo hizo en la década de 1970, y hasta entonces nunca se había oído a una mujer hablar públicamente de genitales y de sexualidad. Cuando nos reunimos con ella en Hargeisa, esta enérgica y voluntariosa mujer de 78 años insiste en recordarnos que, hoy en día, la MGF ya no es solamente un problema africano.
Durante años, el Parlamento Europeo ha dado la cifra de 500.000 víctimas y 180.000 niñas en riesgo, “pero en realidad desconocemos la fuente de estos datos”, señala Jurgita Pečiūrienė, del Instituto Europeo de la Igualdad de Género (EIGE) con sede en Lituania, y autora de los dos únicos estudios europeos exhaustivos sobre este tema. “Los métodos de recogida de datos estadísticos varían mucho en cada Estado miembro”, señala la experta. “Algunos países utilizan los datos de inmigración, y otros usan los registros sanitarios, así que es imposible comparar los resultados, y por lo tanto los números son siempre aproximados”. Actualmente, a petición de la Comisión Europea, el IEIG está trabajando para facilitar un método que, a partir de 2017, ayude a todos los Estados miembros a investigar la prevalencia de la MGF con sus cifras reales.
No obstante, si se comparan los estudios nacionales ya existentes es posible hacerse una idea de la extensión actual de la MGF en Europa. Desde las 170.000 víctimas que se calculan en Reino Unido hasta las 42.000 de Suecia, pasando por las 350 de Hungría, en este momento todos los Estados miembros que acogen inmigrantes de países en los que se practica la MGF se enfrentan al tema.
En este mapa interactivo encontrarán los datos, las leyes aprobadas hasta ahora y las condenas por el delito de mutilación genital femenina. En realidad son muy pocos excepto en Francia.
(En la parte inferior izquierda del mapa, las fuentes utilizadas.)
¿Qué piensan realmente las mujeres africanas del ritual de la ablación? ¿Hasta qué punto es difícil condenar una práctica objetivamente dañina para mujeres que van a darse de bruces con la conformidad social y con una mentalidad que desde hace siglos domina profundamente el concepto de la condición de ser mujer? Unicef ha entrevistado a una muestra de mujeres de los 27 países africanos que practican la MGF y les ha peguntado si creen que hay que eliminarla. Los resultados reflejan la difusión de la MGF en los diferentes países y dan a entender que, para muchas mujeres, sigue siendo una norma tan interiorizada que es imposible plantearse abandonarla.
El consentimiento más generalizado se ha registrado entre las mujeres de Guinea, donde el 81% está de acuerdo en que se continúe practicando. Le sigue Mali con un 80%, Sierra Leona con el 74%, Gambia con el 72% y Somalia con un 33%. En los países en los que la MGF está menos extendida, parece que la voluntad de las mujeres de erradicarla es mayor: en Benín, Ghana, Tanzania, Burkina Faso, Togo, Níger y Kenia, menos del 14% querría que se conservase la tradición.
En 2013, el Fondo de Población de Naciones Unidas publicó un documento que pronosticaba la tendencia futura. Desde 2005 hasta 2010, en África en general, la prevalencia de la MGF cayó un 5%. Si el descenso se mantiene constante, la práctica se reducirá a la mitad en un futuro tan lejano como 2074. En cambio, si la tasa sigue siendo la misma, debido al aumento de la población, las jóvenes de entre 15 y 19 años víctimas de la mutilación genital femenina serán 20 millones en 2030, mientras que a finales de 2010 fueron 13,7 millones.
Con todo, hay países que ya pueden congratularse de haber registrado avances considerables: en Benín, la tasa anual de reducción entre las jóvenes de 15 a 19 años es del 23%; en Nigeria, del 7%; en Egipto, del 6%; en Níger, del 5%; en Kenia, del 4%; en Senegal, del 3%; y en Burkina Faso, del 1%. En el extremo opuesto encontramos países que han experimentado un aumento: Guinea Bissau (2,1%), Mali (0,9%) y Guinea (0,7%).
Para pronósticos futuros, el UNFPA considera en detalle 16 países africanos y los divide en tres grupos: los que, gracias a los programas adecuados y a los recursos contra la MGF, experimentarán un descenso de un 40% de aquí a 2020 (Burkina Faso, Eritrea, Etiopía, Kenia, Senegal, Sudán y Uganda); los que experimentarán un descenso de un 15% (Yibuti, Egipto, Guinea Bissau, Mali y Mauritania), y aquellos en los que la MGF se reducirá un 10% (Gambia, Guinea, Somalia y Nigeria).
“Habéis sido capaces de llegar a la Luna, e incluso más allá”, decía Edna Anan a los occidentales, “pero no podéis ayudar a las mujeres de África y de los países en desarrollo a luchar contra las prácticas que las llevan a morir durante el embarazo y el parto. Por eso no veo una verdadera colaboración.
Creo que la ayuda tiene que ser humana, no sensacionalista.
Una campaña sincera que ayude a acabar con este problema”.
Un proyecto de Emanuela Zuccalà
Emanuela Zuccalà: texto, vídeo, investigación de datos
Simona Ghizzoni: fotografía, vídeo
Alessandro D’Alfonso: grafismo, mapas, desarrollo de la página web
Paolo Turla: edición de vídeo
Valeria De Berardinis: investigación de datos, asistente de producción
Giulia Tornari: supervisión
Comisariado por Zona
UNCUT es producido con el apoyo del Programa de Becas para la Innovación en la Información sobre el Desarrollo del Centro Europeo de Periodismo (EJC), financiado por la Fundación Bill & Melinda Gates y realizado en colaboración con la ONG ActionAid.
Nuestro particular agradecimiento
a Barbara Antonelli y Renata Ferri.
Traducción:
Amel Saheed (somali)
Faith Mpoke, Lucy Yepe Itore (maasai)
Susan Krop (pokot)
Margaret Namaganda (kiswahili)
Berhanu Diro (oromo, amharic)
Al español: Newsclips; edición PLANETA FUTURO
Las voces en la apertura y en el final de este web-documental son de Soila y Natasha, dos chicas de 13 años huéspedes en el centro de rescate en Il Bissil, Kenia, que salva las niñas masai de MGF y del matrimonio forzoso. Soila y Natasha han compuesto estas canciones para darse fuerza en sus momentos más difíciles.