por Ana Alfageme
Tina S. fue apuñalada por su marido a los 74 años. EL PAÍS revisita con su hijo los objetos y lugares de la memoria de una mujer que, como todas las demás, nunca tuvo que morir. También publica por primera vez los datos de los asesinatos machistas que ha recogido durante 14 años, antes de que se recabaran las cifras oficiales. Dos millones de españolas están condenadas a vivir en un infierno evitable, el de las vejaciones de su pareja o expareja. Pese a todos los obstáculos, la inmensa mayoría de estas mujeres marcadas logra escapar.
Una mañana de abril de 2012, Tina S. se convirtió en un número. Una línea en el registro de las 51 mujeres muertas por violencia machista en España de ese año. De las 864 (según los datos recogidos por EL PAÍS) que han sido asesinadas desde 2001.
Ese número que dibujó en rojo un cuchillo era una mujer alta, conversadora, que envolvía su coquetería en cabello teñido de castaño claro y maquillaje sobrio. Había llegado a los 74 años con una arritmia en el corazón, algunos kilos de más, tres hijos, y tantas ganas de aprender como de cerrar detrás de si la puerta de casa cada mañana y escapar. Escapar de los insultos y las acusaciones. Escapar de su marido.
Admiraba la luz que conseguía Joaquín Sorolla en sus pinturas. Al jubilarse de la tintorería que el matrimonio tenía en Madrid se compró un atril y una caja de óleos. Estrenó una bata blanca a la que bordó su nombre en un bolsillo para ir a clase de pintura en un centro de mayores del barrio. No quería estar en casa.
Fue colgando sus cuadros, en los que se permitía modificar con el pincel los motivos que copiaba, en las paredes de la casa familiar, un segundo piso de una casa de ladrillo cualquiera en un barrio popular. Paisajes, bodegones... marinas que la transportaban a Galicia, donde nació y donde creció. Presencias que abrigaban los espacios que sus hijos dejaron desnudos al marcharse. Y que la dejaron sola con el hombre que la mató.
A Tina le quedó por pintar aquel atardecer para el que acumulaba postales y así inspirarse. Le faltaron muchos cuadernos por rellenar con esa letra picuda que tanto admiraba su hijo Santiago. Esas libretas que llevaba a sus clases de pintura e historia del arte. Dejó de llenar la vieja cafetera italiana por las tardes. Abandonó antes de tiempo la cocina vestida de verde en la que preparaba las comidas familiares con la cabeza en lo que a cada uno le gustaba: las filloas, las croquetas... La cocina de una gallega en Madrid. La colección de cacharritos que trajo en la maleta de todos sus viajes. No volvió a anotar, rápida en los cálculos como un rayo, los puntos de las partidas de escoba, que jugaba con su asesino. Tú, yo. Tú, yo.
“Se sentaba ahí y se quejaba, de la vida, de las molestias… de su pareja”. Santiago mira el sofá beige que parece conservar un hueco en algún punto de los cojines. La familia ha tardado más de dos años en desmontar el piso en el que la madre fue hallada en la habitación, degollada, en medio de un charco de sangre. La misma mancha oscura que se filtró al techo del piso de abajo. Después de una larga noche de gritos y discusiones durante la cual la policía acudió dos veces.
Porque al dolor del crimen se suma, para Santiago, el pensamiento de que pudo evitarse. La noche anterior al asesinato de Tina, el 091 recibió dos llamadas. En el piso que compartía el matrimonio se oían gritos de auxilio y ruidos de pelea. “Los policías no llegaron a hablar con mi madre. Se fueron antes de comprobar que no había peligro”, se lamenta Santiago, un hombre que se sobrepone al dolor de revisitar el catálogo de ausencias de su madre. Para contribuir a erradicar una lacra que puso del revés su vida y la de sus hijos.
Las amigas contaban que en los últimos tiempos Tina andaba ojerosa y cabizbaja. No podía dormir, decía. No aguantaba más. Aunque no había denunciado, como la inmensa mayoría de las asesinadas ese año, que murieron sin alertar a la sociedad de lo que, tras la puerta, estaban viviendo. Solo una de cada cinco se presentó en comisaría para pedir protección.
El marido de Tina, un hombre de 85 años, parcialmente paralizado por un ictus desde hacía más de dos décadas, volvió a acusarla, como hacía años, de que Santiago no era hijo de él. La insultaba. Le pedía dinero. Las amigas lamentaban no haberla convencido para que abandonase la casa esa noche. El día anterior había concertado una cita con un abogado para hablar de una posible separación.
Tina fue la niña aplicada, rápida, que soñó en una aldea gallega con estudiar. Que no pudo hacerlo porque su padre, un guardia civil, estimó que ya con la escuela sobraba para una mujer. Y que se casó con un hombre que, como el padre, acabaría por decidir su destino.
El marido decía: “Yo me voy a morir pronto, pero te voy a llevar por delante”. Él no ha muerto. Acaba de salir de la cárcel y está en una residencia.
Cumplió su palabra.
El servicio de Documentación de EL PAÍS recoge desde 2001 todos los datos de las muertes por violencia sexista, dos años antes de que se iniciase la toma de información por parte de las autoridades. Es posible así observar la variación por regiones, edades, meses, años y forma de muerte.
por Ana Alfageme
Relatos de las mujeres que escapan del maltrato, una epidemia de descomunales dimensiones. Lo consiguen ocho de cada 10
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Natividad Hernández Claverie. Psicóloga de la Comisión para la Investigación de Malos Tratos a Mujeres.
Rita Alarcón Escobedo. Psicóloga colaboradora de la Comisión.
Susana Martínez Novo. Presidenta de la Comisión.
No es fácil para las mujeres que sufren violencia de género detectar las señales e indicadores que anuncian que la escalada de la violencia psicológica, (tras la que empezará a aparecer la física) y coexistirán las dos, se ha instalado en su relación de pareja.
No es fácil, debido a la enorme confusión que se produce en sus emociones y sentimientos hacia el maltratador.
Un maltratador nunca comienza maltratando. Muy al contrario, en los inicios de la relación se muestra tremendamente cariñoso, seductor y enamorado, y cuando empieza la violencia psicológica siempre va acompañada y alternándose con signos de hombre "muy necesitado" y "profundamente enganchado". Esto produce en la víctima una tremenda confusión en sus sentimientos hacia él. Suele ser el entorno cercano a la mujer (familiares y amigas/os) el detector de estos primeros síntomas. Por lo que,
Van apareciendo nuevos indicadores, si éstos dan "buenos resultados" y la mujer no reacciona o no los detecta:
La violencia psicológica se va instalando en la pareja, pero siempre entremezclándose con momentos llenos de romanticismo, amor obsesivo y necesidad extrema de la víctima. Va apareciendo una fuerte dependencia sentimental hacia el agresor.
Desprecio hacia su aspecto físico. Frases como "¡qué gorda te estas poniendo!", "no tienes tetas", "vaya barriga que estás echando", "dónde vas a ir tú con ese cuerpo", y otras muchas formas de ridiculizar su aspecto físico.
Ocurre que las mujeres no son capaces de detectar las señales porque están siendo anuladas y su autoestima ha resultado tan mermada que quedan incapacitadas para tomar decisiones y para ver su situación con claridad.
Son muchas las que, sin embargo, ante una infidelidad de él sí reaccionan, a sabiendas de que es la menor de las humillaciones a las que han sido o están siendo sometidas. Pero ocurre que este tipo de señal o indicador sí lo detectan con claridad y sin embargo los más fuertes, dañinos y peligrosos quedan solapados por razonamientos, justificaciones y racionalizaciones falsas y engañosas, que no las permite ver la realidad del problema porque ellas están dentro y necesitan salir de él para verlo.
Síntomas en las mujeres que se deben tener en consideración a fin de valorar el riesgo son también:
Al valorar cada uno de estos criterios hay que contextualizarlo en el tiempo, es decir desde cuando le pasa, y qué soluciones ha intentado y los resultados de esos remedios que probó.
A lo anterior y como otros indicadores de conductas de control por parte del hombre maltratador y de anulación de la capacidad personal de la víctima para organizar su vida y su economía propias, nos encontramos con todas aquellas que se centran en el control de los recursos económicos, mediante:
por Miguel Lorente Acosta
El autor, exdelegado del Gobierno contra la Violencia Machista, sostiene que los hombres han de incorporarse a la erradicación de la violencia de género. “No hay posiciones neutrales, o se hace algo para acabar con la injusticia que supone, o se está haciendo para que continúe”
Leer artículo¿Crees que tu pareja o expareja te maltrata? He aquí enlaces y recursos que puedes consultar