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Volunturismo: El riesgo del voluntariado para turistas que mueve millones de euros

Unos niños buscan en los bolsillos de una visitante a un jardín de infancia de Soweto.
Unos niños buscan en los bolsillos de una visitante a un jardín de infancia de Soweto.Gideon Mendel (Getty Images)
Martín Caparrós

“Dícese del turismo que incluye un voluntariado humano”. O algo así: viajes que hacen quienes quieren intentar algo distinto

EL VOLUNTURISMO es para usted? Mientras viaja por el mundo, encuentra nuevas culturas y gana experiencias memorables: ¡considere ofrecer algo de su tiempo y su talento y agregar una estadía de volunturismo a su próximo viaje!”, dice un anuncio de The International Ecotourism Society, como si hubiera dicho algo: como si sus palabras se entendieran.

De pronto una palabra irrumpe, rompe: palabras que no existían porque antes otras decían eso mismo, palabras que no existían porque eso que dicen no existía. Volunturismo es de las segundas: “Dícese del turismo que incluye un voluntariado humanitario” —o algo así.

El volunturismo son esos viajes que hacen personas, sobre todo jóvenes, que quieren intentar algo distinto. Hace 50 años un francés astuto se hizo rico con una consigna que respiraba el aire de la época: “Si usted no quiere broncearse idiota…”, ofrecía, y fundó el Club Méditerranée. Ahora las agencias más actuales proponen la posibilidad de viajar para “hacer una diferencia”, viajar “con un propósito”, dejar los privilegios y trabajar para los otros. Como ya no hay grandes relatos, como no hay dónde buscar revoluciones o vidas radicalmente diferentes, los inquietos disfrutan de unos días con los pobres.

El volunturismo no es irse un año a trabajar a un hospital en Bangladés; es engancharse a un viaje organizado para pasarse dos o tres semanas cuidando niños de un orfanato en Nepal o cavando pozos en Haití. Hasta hace poco, para ir de voluntario al Tercer Mundo había que contactar alguna oenegé que examinaba a los candidatos y les exigía permanencia; ahora hay agencias especializadas que te venden la experiencia —customizable al gusto del cliente— en tres o cuatro clics.

Es un negocio: en lugar de pagar a locales, la organización que lo hace cobra a los visitantes. Y sus resultados son dudosos

El volunturismo ya mueve muchos millones de personas, miles de millones de euros, y crece incontenible: parece una buena respuesta al turismo pensado como un viaje necio y egoísta en que los ricos usan el paisaje y las gracias y los servicios de los pobres para pasarla bien por unos días. Pero las críticas arrecian. Uno de los destinos más habituales de los volunturistas son los orfanatos: cuidar huérfanos pobres es sin duda una aventura meritoria. Para lo cual se necesitan más y más orfanatos: hijos de sociedades ricas que decidieron cerrar los orfanatos porque los consideran nocivos se van al Tercer Mundo a trabajar en ellos —y consiguen que haya más y que tengan más chicos. Un estudio de Unicef muestra, por ejemplo, cómo en los últimos años en Camboya hubo un crecimiento veloz de esos institutos —y que dos de cada tres huérfanos no eran huérfanos sino niños reclutados de familias pobres para ofrecer una misión a los voluntarios. En Sri Lanka son el 92%; en Indonesia y Liberia, el 97%, y así de seguido.

Otra opción es construir casas, escuelas, pozos. Es un negocio: en lugar de pagar a locales, la organización que lo hace cobra a los visitantes. Y sus resultados son dudosos y los locales se pierden opciones de trabajo. Una nota de The Guardian explica que una casa construida en Honduras por volunturistas cuesta —incluyendo sus viajes— 30.000 dólares. Y que la misma casa construida por locales cuesta 2.000: que si los volunturistas se quedaran en sus casas y mandaran la plata se podría construir 15 veces más casas. Pero, claro, les faltaría “la experiencia”.

No es solo una cuestión de trucos y dineros. El volunturismo consagra la misma idea de las relaciones entre ricos y pobres: beneficencia, dádivas. Los ricos no plantean ningún cambio; van a trabajar unos días —a ser distintos unos días— para mejorar un poco la vida pobre de los pobres, que seguirán siéndolo. Solo que esos jóvenes les habrán dado —unas migajas de— lo que les falta, porque saben y pueden: SuperBlanco ataca de nuevo. Algunos dicen que es una forma bastante obvia de colonialismo. Otros les contestan que mejor eso que nada: el argumento actual por excelencia. Y todos saben que, en cualquier caso, a la hora de conseguir empleo o postular para una beca, tres semanas en Zambia mejoran cualquier aplicación, cualquier currículo. La caridad bien entendida, ya se sabe. 

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