_
_
_
_
_
CLAVES
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Coletazos del dragón

Donald Trump encarna el ego herido de un Occidente que pierde la hegemonía frente a Asia

Máriam M-Bascuñán
Donald Trump durante un discurso en Washington el 8 de junio.
Donald Trump durante un discurso en Washington el 8 de junio.Patrick Semansky (AP)

Trump no es un ser rebosante de ideas, pero bajo el trumpismo hay quien las tiene. Detrás de sus simplezas asoma un fenómeno complejo: la visión de un mundo proyectada eficazmente con mensajes coloquiales fácilmente digeribles. Hace unos días recordó que fue elegido “para representar a los habitantes de Pittsburgh, no de París”. Justificaba así su salida del acuerdo climático rehabilitando uno de los archipiélagos de la Alt Right, el viejo paleoconservadurismo de los tres ismos:nacionalismo, proteccionismo y aislacionismo.

En realidad, Trump dijo: “No quiero condicionar la amenazada competitividad de mi país”. Trump es simple, no tonto: sabe que el capitalismo global ha cambiado el mundo, y que Pittsburgh es el Rust Belt deslocalizado de los empleos americanos. El magnate encarna el ego herido de un Occidente que pierde la hegemonía frente a Asia.

Nuestro declive industrial, el nuevo orientalismo, va más allá del empobrecimiento de los trabajadores. Esa nueva y creciente vulnerabilidad esconde el regreso a viejos autoritarismos y acentúa el triunfalista error de Fukuyama. “Ya no creo que democracia y libertad sean compatibles”, señalaba Peter Thiel, otro joven vocero de la Alt Right. La indisimulada preferencia por el modelo asiático, por la aparente eficacia y rentabilidad del ordeno y mando, explica a Trump e ilustra el cruel fracaso de nuestro desbocado capitalismo tardío.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

La democracia liberal venció sobre el modelo soviético, el viejo socialismo de Estado, al optimizar y flexibilizar la economía de mercado, pero China exhibe hoy un libre comercio más eficiente sin libertad política. La disyuntiva soberanía/globalización la salda como Estado soberano a favor de la globalización, pero sin democracia. China es a la vez el actor disruptivo y la potencia estabilizadora del orden internacional: esa es la máxima expresión de su poder. Y cuando Occidente debería dotar de una nueva fundamentación a la democracia, algunos parecen preferir dar bandazos ante la percepción de su propia decadencia. Las simbologías cambian: las pataletas de Trump son sólo los últimos coletazos del dragón. @MariamMartinezB

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_