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Tentaciones
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Netflix muestra las adicciones de Richard Pryor, el ciego de ‘No me chilles que no te veo’

Abusos sexuales, alcohol y drogas: ‘Richard Pryor: Icon’ es un documental sobre el mejor cómico del siglo XX, el primer humorista afroamericano en tener su propio show

La oficina del sheriff de Northrigde (California), una tranquila localidad del Valle de San Fernando, recibe una extraña llamada la noche del 9 de junio de 1980: un tipo negro ha saltado por la ventana envuelto en llamas, ha recorrido parte de la calle Parthenia y, finalmente, se ha desplomado con su ropa reducida a cenizas. Está medio muerto y su piel huele como un chuletón a la parrilla en una barbacoa de domingo.

Cuando la ambulancia lleva al herido al Hospital Sherman Oaks, todas las televisiones y radios de Estados Unidos saben que la extinta antorcha humana que se debate entre la vida y la muerte es Richard Pryor, el cómico afroamericano más famoso de USA (más famoso incluso que Bill Cosby). El humorista se encontraba tan mal que algunos invitados que estaban en su casa -y que no fueron capaces de evitar que saltara- deciden llevarse algunos objetos como recuerdo de su amigo: dinero en efectivo, ropa, televisores, vídeos, cuadros, drogas…

Richard suele bromear sobre su adicción a las drogas. “No soy adicto a la cocaína. Solo me gusta su olor”. El cómico es un tipo huraño, no le gusta salir y solo lo hace para actuar. Después, se pone hasta arriba. Debe casi 40.000 euros de cocaína a sus camellos, pero no le reclaman la deuda porque es el jodido Richard Pryor, es un tipo legal, el tío más divertido de América, el primer cómico negro en salir regularmente en un programa de prime time, en plena lucha por los derechos civiles. Sale en On Broadway tonight y es un fijo del Merv Griffith Show. Es un ‘negro bueno’, como lo define ‘la mayoría moral americana’, esos civiles que montan protestas en los colegios del sur para evitar que los centros sean mixtos. Richard no se mete en política, su humor es tan blanco que él no parece negro. Hace lo que le dicen, aunque años más tarde confesará lo humillado que se siente por todo aquello.

El 9 de junio de 1980 Richard Pryor también está en un calabozo: su lujosa mansión de la calle Parthenia. Está solo en su propia reunión de amigos, es un extraño en su propia fiesta. Se ha echado una copa de ron por la camisa pero, está tan puesto, que no se da cuenta. Tiene frío, todos los yonquis tienen frío, y decide encender la chimenea de gas. El ansia por ponerse una pipa de crack provoca una explosión. Se ve envuelto en llamas y se lanza por la ventana.

La década anterior a este acontecimiento fue buena, a pesar de que su Richard Pryor Show (1977) aguantara solo una temporada por ser ‘demasiado negra’, muy dura para la audiencia. Tiene ya un Emmy y cinco grammys por los discos de sus actuaciones grabadas. También deja la priva, la farlopa y los cigarrillos durante un tiempo. Antes de dispararle al coche de Deborah McGuire, una de las chicas del cineasta Russ Meyer, para evitar que se marchara de casa. Una anécdota que contará cómicamente en su regreso, ‘Richard Pryor: live in concert’ (1979). En este año también hace el papel de Wiz en la versión afroamericana de ‘El Mago de Oz’. Sí, el tío más importante, el hombre con poderes que todo lo puede. Pero como Wiz, él también esconde un secreto y unos inicios humildes.

Richard solía bromear sobre su adicción a las drogas: “No soy adicto a la cocaína. Solo me gusta su olor”

Richard Pryor nació en Peoria (Illinois) en 1940. Era hijo de dos alcohólicos con arrebatos violentos. Su madre perdía continuamente su trabajo de contable y, por lo tanto, tenía que buscar ingresos en otro lado, como en el burdel que regentaba la familia, el mismo en el que da a luz a Richard. En la infancia del cómico las palizas son constantes, hasta que descubre que la gente le pega menos si se muestra inofensivo y si los hace reír. Hace reír a los grandullones del barrio, a los clientes que esperan su turno en el salón del burdel sacándose unas monedas. Aunque los episodios violentos no terminan ahí. Un cura católico, amigo de la abuela, le viola y lo que desencadenará en un ateismo furibundo. “La razón por la que la gente usa crucifijos contra los vampiros es porque son alérgicos a las chorradas”, dice. Y es que la risa le ayudará a escaparse de la realidad. 

El 9 de junio de 1980 Pryor no puede escapar de aquella cama de la UCI. Hay un montón de gente preparando su funeral. Nadie cree que vaya a sobrevivir. Lo contará todo en la película ‘Jo-Jo y yo’ (1986), la única película que ha dirigido aprovechando un remanso de dignidad. Jo-Jo tomaba tanta cocaína que si estornudara os colocaríais todos’ Decía en el tramo final. La actuación es real, es una imagen de archivo, se produjo en un acto de la Motown donde se habían reunido todos los afroamericanos prominentes de la industria del entretenimiento.

Richard Pryor sobrevive, pero ese Richard ya había muerto en los 60. El ‘buen negro’ palmó en una actuación en Las Vegas frente al “Rat Pack’, frente a Sammy Davis Jr. No pudo sobreponerse al ambiente y fue un fracaso. En lo político, también decidió matar al Pryor inocente. Se hace amigo de Bobby Seale, uno de los fundadores de los Panteras Negras, y ha leído la biografía de Malcolm X. Se le revela una percepción del mundo que no conocía, y empieza a hablar de sí mismo en el escenario, sobre ser pobre, hijo de una prostituta o borracho. En esta época, también pierde dos grandes oportunidades de trabajo: ser el protagonista de Sillas de montar calientes, de Mel Brooks, a pesar de ser guionista; y aparecer en la serie Sandford & Son, la primera sitcom afroamericana de éxito. 

Pryor sale del hospital seis meses más tarde y lo primero que hace es hablar con su amigo y guardaespaldas, Rashon Khan, para que abone los 40.000 dólares que le debe a sus camellos. Khan le intenta convencer de que no les de un centavo, cree firmemente en que nadie tendrá narices de pedirle al cómico nada, pero él insiste. Khan va a casa del cómico, saca la pasta de la caja fuerte y la distribuye. “¿Sabes lo mal que tienes que estar cuando los camellos se niegan a venderte?” dirá en su Live on the Sunset Strip (1982), otro glorioso especial de comedia. “Sabes que estás jodidamente mal cuando un camello te dice ‘No, no voy a venderte esa mierda’”.

Sus problemas con el alcohol y las drogas amainan pero no desaparecen. En la década de los 80 se producirá su intento definitivo por convertirse en la mayor estrella de los Estados Unidos. Refuerza su alianza con Gene Wilder con el que haría Locos de remate (1980), No me chilles que no te veo (1989), además de No me mientas…que te creo (1989). Su aparición en Superman III (1983) es lo más celebrado. Mientras tanto sigue dando caña en los escenarios. El gran despilfarro (1985) funciona como un tiro en taquilla y tiene tiempo de hacer dos comedias con conciencia: Su juguete preferido (1982) en la que interpreta a un periodista que sobrevive limpiando en unos grandes almacenes y Some kind of hero sobre un veterano de la Guerra de Vietnam que, tras ser liberado de un campo de concentración del sudeste asiático, regresa a los Estados Unidos y comprueba que es más complicado sobrevivir en su propio país.

Sin embargo, está enfermo. Aunque se rumorea que tiene SIDA, tiene esclerosis múltiple. Está delgado y tembloroso. Se revuelve contra la prensa, contra los que asocian su raza con la plaga criminal de los años 80. Poco a poco, la enfermedad lo va apagando. Le va quitando las energías. En 1997 aparece en Carretera perdida, de David Lynch, con un aspecto lamentable. Es el año de su retiro y no vuelve a actuar en público.

"Lamento haber pronunciado la palabra 'nigger' en un escenario o fuera de él. Es una palabra miserable, sus connotaciones no son graciosas"

También publicará Pryor convictions en 1995, un libro repleto de carcajadas y dolor, donde habla del profundo cambio que produjo su viaje a África: “En África descubrí que no había ‘negratas’ (niggers). Lamento haber pronunciado la palabra “nigger” en un escenario o fuera de él. Es una palabra miserable, sus connotaciones no eran graciosas, incluso cuando la gente se reía”. Otros cómicos afroamericanos cuentan, por lo bajini, que desde que no usa su palabra fetiche ha dejado de ser gracioso. Una generación posterior de raperos y músicos la normalizan de una forma que no gusta a Pryor, convirtiéndola en una suerte de tesoro cultural, Ice T habla de llevar la palabra ‘como una medalla al honor’ y 50 Cent en que solo es “slang”, que solo es argot. Para Pryor, el hijo de dos borrachos que nació en un burdel, que tuvo su primera actuación en un club nocturno cuando solo tenía siete años y tocaba la batería, le parecía todo mucho más doloroso. ‘De algún u otro modo, todo el mundo acarrea sus propios monstruos’ diría de sí mismo.

Netflix ha estrenado el documental Richard Pryor: ICON donde amigos y compañeros de profesión hablan del ‘Picasso de la profesión’, como dice Jerry Seinfeld, ‘El rey ha muerto, todos los demás son solo copias’ dijo Paul Mooney. En un mundo como el de la comedia, donde todo el mundo se niega a reconocer sus influencias, gente como Chris Rock, Eddy Murphy, Louis C.K., Joe Rogan, Tracy Morgan y un largo etcétera reconocen la influencia de Pryor como la más importante de la historia de la comedia. El tipo que hizo del dolor una virtud, que luchó toda la vida con sus adicciones, con los traumas de sus orígenes, con la tristeza de hacer reír. ‘Richard Pryor: Icon’ es un retrato íntimo y sosegado sobre la figura del cómico famoso y brillante del siglo XX. También del tipo que dijo que todavía era ‘un niño solitario”. Richard Pryor pasaba a mejor vida el 10 de diciembre de 2005 cumpliendo casi todos sus objetivos (excepto dejar de fumar), entre ellos, el que más le obsesionaba: no morir solo.

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