20 historias de perros y nosotros
La fotógrafa y psicoterapeuta Marcela Lopecito documenta la relación con los canes de su barrio de Madrid a través de imágenes y palabras
“La fotografía y la escritura permanecen mientras la vida va cumpliendo sus ciclos”, dice la fotógrafa y psicoterapeuta Marcela Lopecito. Un objetivo que sin duda ha cumplido su proyecto Vida de perros, que documenta la relación entre canes y sus humanos a través de trípticos de imágenes y textos. Las parejas de ambas especies viven en el barrio de La Guindalera, en Madrid, y desnudan su intimidad junto a bodegones que son ventanas a los hogares, conjuntos de objetos que retratan tanto a la parte humana como a la canina de la pareja.
El inicio del proyecto, que se ha plasmado en 20 trípticos, tiene que ver con la llegada a la vida de Marcela de Ari, la perra de 12 años de su pareja, Omar. Algo que coincidió la formación para aplicar terapia asistida con perros a su trabajo como psicóloga de mujeres víctimas de violencia de género en un centro del Ayuntamiento de Madrid. "Todo confluye", dice ella, argentina de 45 años que lleva más de una década en España.
“Habitualmente comentas con quienes te vas encontrando en el paseo tres tonterías sobre los animales. Yo tenía la idea de investigar el papel que ocupa el perro en nuestras vidas y conocer a esa gente de cuya historia no sabes nada". La psicología es su profesión. La fotografía comenzó como una afición en la que se ha ido formando. Vida de perros huele a la convivencia de ambas.
Para Lopecito también fue una buena experiencia. "A mí me enriqueció. Conocí a mucha gente", .Un hecho especialmente gratificante fue el de darle valor a las historias simples, como dice ella, y hacerlas perdurar. "Por ejemplo, el del portero que falleció en el proceso en el que estaba elaborando Vidas de perro. Su esposa. Mati y su perra Campanilla conservan su memoria".
Cada uno de los trípticos lleva un texto, que se antoja imprescindible y evocador, bien elaborado por la fotógrafa a partir de lo que le han contado o relatado por los protagonistas, El breve de la viuda dice así: "Campanilla y el pueblo: la última que ha hecho allí fue desaparecer desde las once hasta las dos de la tarde. Mis hijos la buscaron con el todoterreno, mientras yo estaba llorando en casa. Y que no aparecía, ni en la huerta estaba. Y dije: 'Por Dios, Pedro. No me la quites también'. En el último tiempo, Pedro la llevaba, ya con muletas, al lado del río y ahí a cazar. Su pasíon es ese rinconcito y sus conejos". Las tres fotos son tremendamente simbólicas. Un retrato enmarcado del marido fallecido con la perra, una virgen con una imagen de carné de Pedro y, finalmente, Campanilla y Mati sentadas en la cama del matrimonio que ya no lo es.
También está la historia de la mujer que rescató a una galga y a un podenco, que es la que abre esta entrada del post y cuya estrecha relación con los animales se documenta también a través de una pequeña maleta entreabierta con fotografías de la familia humana y perruna. "Allí, nada más aparcar, vi al rubito. Y pensé:'Uff, Carina, ya la hemos liao'. Sus ojos reflejaban esa tristeza profunda, fruto del abandono. Él se encargó de hacerme saber que no estaba solo, que tenía una compañera., Me llev´ó hacia un lugar apartado y allí estba Kirita, escondida y asustada. me eché a temblar doblemente, eran dos: Fred, un podenco; Kira, una galga, desechos de cazadores sin corazón. Les prometí que les sacaría de allí y así empezó una semana muy dura hasta que pude volver a rescatarles".
La idea del proyecto no era encontrar similitudes reales entre perros y dueños "sino más simbólicas, hilos conductores", explica, "que los unan. A veces es la diferencia. el definirse en contraposición a su perro".
Pero entre los 20 protagonistas, hombres y mujeres de todas las edades, estética y ocupación, se revelan sin cesar paralelismos. Gina, una tatuada bailarina de barra, dice: "Mi perro es como yo: un inútil, violento, bocazas, malo por naturaleza". Zoombie aparece con bozal en la imagen. "Y que aunque quiere dejar de ser un mierdas, que odia a todo el mundo, no puede y tira la toalla y da rienda suelta a gruñir, vociferar, enfurecerse y termina mordiendo a la gente, a los demás perros, a las cosas. Y así es la única manera de volver a la calma. Malo por naturaleza, aunque intente cambiarlo como su mamá. Es decir, yo. Ese es mi perro: un yo pero con músculo y dientes afilados".
"Como su perro", dice la fotógrafa, "Gina es pura defensa, te quiere morder para que to te acerques y protegerse". La de esta mujer es una de las historias que más le ha emocionado.
Las semejanzas se repiten, incluso de forma física. Acerca de Imelda y Blas, el texto reza: "Otra vez, que a mi tuvieron que operarme, lo dejé para que me lo cuiden y se cayó por las escaleras. Me dijeron que había que amputarle la pata o sacrificarles. Otro veterinario le salvó, le puso una prótesis en la pierna, como la que yo tengo en mi pierna izquierda". Alfonso, dj, dice de Pongo: "Somos dos críos en cuerpos grandes, no puede estar quieto, no para. Yo también soy un culo inquieto, puro nervio".
Luego están lo que los humanos perciben de similitudes en el carácter con sus animales. Está el del chico malote con un perro de raza potencialmente peligrosa -"si tenemos que morder, mordemos sin ladrar", dice- que confiesa que sus padres desearían haber tenido tres perros en vez de tres hijos; Carlos y Lupe. "Procuramos dejar antes de ser dejados, y de la misma manera, cuando amamos somos incondicionales" o Carmen y Sirka. "Nos parecemos mucho ellay yo... esta raza a la gente le damiedo pero ella es muy noble"
Después de concluir el proyecto, que apareció en la publicación australiana Four&Sons, y ya se ha mostrado en dos exposiciones en sendos locales del barrio y que aspira a convertirse en un fotolibro, Lopecito ha sacado sus conclusiones: "Estamos en un punto más individualista donde el contacto cara a cara, la vida de barrio, se va perdiendo. Los perros generan una relación de apego que ocupa un lugar importante en nuestras vidas. Vivir con uno genera rutinas, y te vincula con los vecinos", explica Lopecito.
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