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Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez
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Ojos que no ven

De nuevo se repite la historia de Aylan y una imagen vale más que mil palabras

Portada del diario Libération del 6 de abril de 2017.
Portada del diario Libération del 6 de abril de 2017.

El pasado viernes un amigo periodista me mandó a primera hora por Whatsup la portada de Libération, con un mensaje que decía: “Lástima que en España no se vean estas portadas…”. Efectivamente, en España esa mañana en nuestra prensa todo muy suave. Pero ahí estaban las redes para hacer el trabajo informativo que a veces echamos de menos en los medios convencionales, un vídeo tremendo sobre un niño que era atendido en hospital y contaba cómo había tenido lugar el ataque y cómo había perdido a sus dos hermanos pequeños: “¿voy a morir?” le pregunta a la enfermera. El nuevo POTUS también recibió su dosis audiovisual, una foto de dos maravillosos gemelos de unos meses, niño y niña, víctimas del ataque, sus cuerpecitos inertes en los brazos de su desolado padre.

Imágenes que revuelven, que no queremos ver porque nos rompen, pero no podemos evitar mirar llevados por esa curiosidad morbosa. La realidad de un mundo que está aquí a la vuelta de la esquina y que ignoramos invade nuestra placida sensación de seguridad, nos sacude un rato y nos recuerda que el mundo es injusto.

Para mí no existe el debate: hacen falta estas imágenes. Entiendo que todo esto resulta muy molesto e incluso un poco falso, porque en realidad el genocidio sirio lleva ya siete años. Pero es lo mínimo necesario para que nuestras sociedades privilegiadas se tengan que enfrentar con el horror de este mundo que también es el suyo, por mucho que les pese, y del cuál también son responsables.

El debate sobre las imágenes es recurrente. Conozco varios reporteros y fotoperiodistas que se juegan la vida para cubrir guerras y conseguir información sobre zonas en conflicto. Digo se juegan su vida cuando en realidad dan su vida, porque suelen ser caminos de no retorno. Nadie puede entrar en sitios donde se cometen tales atrocidades y salir indemne, es la famosa píldora azul de Matrix. Durante años me he preguntado si vale la pena tanto esfuerzo y sufrimiento para acabar produciendo unas imágenes que en una semana han pasado al olvido y han sido sustituidas por la foto del famoso de turno que se está separando. Pero como decía al principio es de lo poco que nos queda para no volvernos unas inútiles emocionales. Les debemos nuestra humanidad, la que seamos capaces de tener cuando nos recuerdan lo terrorífico que está el mundo.

El trabajo de fotoperiodista es complicadísimo. Me contaba mi compañero el fotógrafo Ignacio Marín que en el campo de Idomeni los voluntarios le habían reprendido por sacar fotos de los refugiados que hacían cola para poder comer. Tras hablar un rato con una de las voluntarias que estaban atendiéndoles, ella le confesó que se había liado la manta a la cabeza tras ver unas imágenes tremendas de una llegada masiva de migrantes a una costa europea.

Las imágenes sirven, las imágenes son esa prueba innegable. Y además las imágenes se consumen con mucha facilidad. Y siendo así, es un trabajo ingrato y en general mal pagado. Si de mí dependiera habría un fondo mundial para financiar el trabajo de estas personas, que son nuestros ojos y en ese sentido nuestra conciencia. Mientras trabajo para que algo así suceda algún día, solo me queda seguir consumiendo y difundiendo estas imágenes que, por muy duras que sean, no dejan de ser esencialmente la vida misma. Les invito a hacer lo mismo.

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