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Tentaciones
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Así son los festivales de ahora: incómodos, insostenibles y comerciales

Nuestro hater afirma que son todos son iguales. Según un estudio de 2016, los nombres de grupos se repiten en más de un 50% si coges dos carteles de cualquiera de los principales festivales de música

Los festivales de música, en todas sus infames versiones, han pasado de ser un pasatiempo para esnobs a uno de los paradigmas del ocio masivo. En los últimos años se han multiplicado como hongos bacterianos y no existe ayuntamiento o diputación provincial que no haya fantaseado con acoger el macrofestival más grande de toda la comarca. Como todos tenemos amigos indies y primos de pueblo que hacen peregrinaciones a los grandes festivales, un buen hater está en la obligación de quitar la venda al rebaño y mostrar la verdad.

1. Expectativas VS. Realidad

Woodstock festival.
Woodstock festival.

Uno va a un festival buscando la experiencia músico-social de su vida, algo parecido a Woodstock, pero en Murcia, por ejemplo. Uno espera un sonido brutal, paz, amor, jovenes liberales, buenrollismo infinito y mucha juerga y sensación de libertad. Básicamente, un festival se compone de escenarios que se escuchan como el altavoz del tapicero, treintañeros traspasados de química a las 5 de la mañana, la despedida de soltero de unos ingleses ciclados semidesnudos con triquini de Borat, alguna bloguera de moda luciendo modelito a lo Coachella y unos cuantos periodistas quejándose porque ya nada es gratis en la zona de prensa. Uno espera el La La Land millennial y al final está viviendo en un Mad Max para adultos. 

2. Todos los festivales son iguales

Esto no es subjetivo. Según un estudio realizado en 2016 entre 11 importantes festivales de Estados Unidos, los nombres de artistas se repetían en más de un 50% entre dos carteles cualquiera. Si atendemos a eventos españoles, la selección de grupos nacionales que asoma en el programa es prácticamente idéntica entre las grandes citas indies y siempre actúa Love of Meyers Benavente. Los festivales se han convertido en un commodity musical, con muy poca imaginación y buscando agresivamente el favor comercial. Si alguna vez algún amigo festivalero se ha sentido en un evento único y exclusivo, tenemos una mala noticia.

3. Los festivales son incómodos

Uno de los grandes misterios de la turba festivalera es su constante masoquismo. Los asistentes disfrutan siendo maltratados año tras año en todos los festivales de música. Gozan de colas imposibles para recoger una pulsera, de codazos a muerte para obtener una cerveza a precio de champán francés y de las medias maratones entre escenarios. Se lo pasan bomba esperando media hora para aliviarse entre los efluvios de las letrinas y guardando turno en un food truck que parece un camión de ayuda humanitaria. Eso sin contar que hay que elegir entre las infectas zonas de acampada que incumplen cualquier precepto de la OMS o la odisea de encontrar un taxi al hotel o cualquier bendita forma de transporte tras la zombie walk de la salida. El festivalero disfruta como nadie dejándose su salario en una experiencia límite.

4. Esto no es sostenible

Salvo honrosas excepciones, los festivales de música no son rentables y dejan una huella ecológica horrible. La mayoría de eventos de nuestro país necesitan subvenciones o concesiones públicas para poder llevarse a cabo y, en cuanto hay cualquier desavenencia con los ayuntamientos, los festivales desaparecen. Los organizadores defienden que generan ingresos en la economía local, pero lo que producen es un impacto agresivo en cualquier parque, playa o entorno natural. Pero se les ha ocurrido una idea ecológica genial: hacer que el usuario pague por un vaso de plástico superbonito y que tenga que cargar con él bajo la amenaza de pagarlo de nuevo. El festivalero aguanta todo lo que le echen.

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