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Columna
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El daño ya está hecho

Ya no hay marcha atrás, ni siquiera con un 'Brexit' suave o con una rectificación de Londres

Lluís Bassets
Tim Barrow tras entregar a Donald Tusk la carta que invoca el artículo 50 del Tratado de Lisboa escrita por Theresa May
Tim Barrow tras entregar a Donald Tusk la carta que invoca el artículo 50 del Tratado de Lisboa escrita por Theresa MayYVES HERMAN (REUTERS)

No sabemos cómo será el Brexit. A juzgar por lo ocurrido hasta ahora tiene que ser limpio y tajante. Duro, según Theresa May: una negociación dura para un Brexit duro.

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La foto fabricada para las primeras páginas —la primera ministra que estampa su firma bajo el retrato de Walpole, el primero de los primeros ministros— es todo un manifiesto. Eso es el Brexit, resultado de un referéndum y de nueve agitados meses que culminan con la recuperación de la soberanía.

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Hay un aire de familia con la iconografía catalana reciente: firmas solemnes para la historia, el mundo que nos mira, la soberanía reconquistada, una primera ministra camaleónica... También participa de su posverdad: el Brexit no fue ayer sino que se producirá dentro de dos años e incluso hay juristas que todavía lo consideran reversible.

Nadie puede excluir un nuevo referéndum, ni una caída del Gobierno que conduzca a una revocación. Hoy mismo hay señales de que May podría encarar un Brexit blando después de prometer uno duro: la foto sería la culminación con la que empezaría el repliegue.

Nadie puede excluir una caída del Gobierno que conduzca a una revocación. Hay señales de que May podría encarar un Brexit blando tras prometer uno duro

May quiso empezar a negociar desde el día en que entró en Downing Street antes de activar el artículo 50. Ahora quiere negociarlo todo en un gran paquete, en el que nada quede acordado hasta que todo quede acordado. De momento no lo ha conseguido: la negociación empieza tras la petición formal. Y con cada cosa a su tiempo: primero, liquidación de gananciales y estatus de los ciudadanos (británicos en la UE y europeos en Reino Unido); luego, el acta de divorcio; después el estatus futuro, si se ha llegado antes a buen puerto.

No cabe excluir el desastre: que dentro de dos años no haya acuerdo en nada y el divorcio se convierta en guerra monetaria, comercial, fiscal y diplomática. Esta vez, la división está del lado de Londres, mientras que los 27 mantienen su unidad ante quien quiere tratarles como el Imperio Británico a las colonias.

Incluso en el caso improbable de que Reino Unido siguiera en el club y se recuperara el acuerdo rechazado en referéndum, nada volvería a ser como antes. Ahora sabemos que este es un club del que se puede salir y con las más aviesas intenciones, tal como lo entienden Farage, Le Pen, Trump o Putin.

El Brexit, que todavía no se ha producido y jurídicamente no sabemos cómo se resolverá, es una realidad política desde el mismo día del referéndum. La desconexión es un hecho. La actitud de Londres ha transformado a la UE. Nadie puede pensar en ampliaciones después de este fracaso. Ya no actúa el freno británico para sucesivas cesiones de soberanía hacia “la unión más estrecha”: de ahí la idea resurrecta de las dos velocidades.

También hay decisiones de millares de empresas, sobre inversiones y localizaciones, que no tienen retroceso. No lo tienen tampoco las que han tomado sigilosamente gobiernos e instituciones internacionales. Incluso sin Brexit, la City tendría ahora problemas para mantener su estatus de capital del euro fuera del euro. El daño ya está hecho.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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