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La paradoja y el estilo
Columna
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Gigantes y cabezudos

La semana anterior pasó de todo, la visita de Juliana Awada, los millonarios filántropos en Arco y el follón del Oscar. Y entonces llego el MWC

De izquierda a derecha: el rey Felipe VI, la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría y  el vicepresidente de la Generalitat, Oriol Junqueras, la semana pasada en el Mobile World Congress de Barcelona.
De izquierda a derecha: el rey Felipe VI, la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría y el vicepresidente de la Generalitat, Oriol Junqueras, la semana pasada en el Mobile World Congress de Barcelona.efe
Boris Izaguirre

Mi amiga Gloria, que es muy de Barcelona, tiene la teoría de que después de una semana muy ajetreada llega otra en la que no pasa nada. Y que esto sucede de forma casi matemática. Creo que tiene cierta razón. La semana anterior pasó de todo, la visita de Juliana Awada, los millonarios filántropos en Arco y el follón del Oscar. Y entonces llego el MWC, el Mobile World Congress, donde se presentan las innovaciones en telefonía móvil. Y, más rápido que un whatstapp, una foto histórica: ese hombrote, el vicepresidente catalán Oriol Junqueras, recolocó a la poderosísima vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría entre el Rey y él. Como debe ser, la dama en el medio. Junqueras redondeó la jugada posando sus protectoras manotas sobre los hombros de la vicepresidenta, como si ambos fueran una simpática representación de la popular fiesta mediterránea conocida como Gigantes y Cabezudos.

Es una fiesta más ancestral que el MWC. Eso es algo que los organizadores de este congreso tan hipster y tan cool han descubierto desde el principio. En Barcelona cualquiera puede pillar sintonía personal. Pero, claro, hay que ir hasta allí porque desde aquí, desde Madrid, no se pilla la sintonía. Y por eso es que a aquellos que no les gusta Barcelona, recomiendan no mantener comunicación. Que es lo contrario a la telefonía móvil. Con Barna a tope y con ambientazo, Soraya se contagió con la movida del móvil y disfrutó ese reiki de manos catalanas sobre sus hombros. Ella y él sonrientes y como testigo Felipe VI, con barba hipster y también muy en la onda comunicativa.

Algo tiene que ver el encanto rellenito de Junqueras, que es republicano pero adorable. Le conozco desde cuando nos encontrábamos en el puente aéreo a horas crueles de la mañana. Y Oriol me saludaba con su vozarrón y yo entendía desde cómo hay que moler los piñones para la salsa de los calçots hasta la atmosfera wagneriana que rodea Montserrat. En esa época, precisamente la del Estatut que el partido de Soraya tanto combatió, Junqueras se vestía con camisas de cuadros, un look leñador, un poco oso, que muchos criticaban. Menos yo, que era lo primero que le decía en el avión: “Oriol no te cambies las camisas de cuadros por más que Rafael Medina, el hijo mayor de Naty Abascal, te diga que jamás las tendría en su armario”. Oriol respondía con un abrazote mientras confirmaba que su rostro recuerda al de Rossy de Palma, el tabique un poquito desviado pero muy buen olfato político.

La escena de confusión tras el error eal anunciar la ganadora de la mejor película en los Oscar.
La escena de confusión tras el error eal anunciar la ganadora de la mejor película en los Oscar.Reuters

Ese olfato deberían desarrollarlo las ceremonias críticas con Trump. Muchas terminan en desastre, como si el presidente lanzara sobre ellas un maleficio. ¡Mientras más os metáis conmigo más terrible será el ridículo! Primero, los Grammy que estaban muy osaditos metiendo chascarrillo tras chascarrillo contra el presidente del muro y el machismo y, zas, Adele desafinó y tuvo que decir “mierda” para que la orquesta se diera cuenta. Y el domingo pasado en los Oscar fue el acabose. Llevaban más de tres horas de bromitas contra el presidente, la mayoría francamente geniales, y pasó lo que pasó. Defiendo a Warren Beatty porque actuó exactamente como había que hacerlo. Intentando, discretamente, que alguien se diera cuenta de que había un problema. No podía irse hacia atrás o gritar que había un error y desmontar en un minuto 89 años de Oscar. Eso lo hubiera hecho un millennial, como el productor de La la land que groseramente le arrancó de las manos el tarjetón que ponía Moonlight, la auténtica ganadora. Beatty es Hollywood y si en Hollywood hay algo es sentido de la escena. Por eso casi arranqué a llorar, porque pensaba que el único que sí se dio cuenta de lo que Beatty intentaba manifestarnos fue Donald Trump pensando: así te quería ver.

Trump es un presidente con poca sintonía pero mucho sentido escénico. Es cierto que así como ruge por un lado aparece convertido en estadista por otro y recuerda a Linda Evangelista, la top model que inventó lo del camaleonismo, abusando de cambios de tinte y peinado. Y coincide con el volcán Etna, que puede pasar un tiempo dormido y de repente asombrarnos con un espectáculo de explosiones incandescentes, emisiones de ceniza y lava. Solo que el Etna irá apagándose poco a poco mientras que la actividad maléfica del volcán Trump podría hacer justo lo contrario y crecer y crecer como los gigantes y los cabezudos.

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