_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

‘Hipomadres’

La primera noche de mi primera hija, supliqué a las enfermeras que se la llevaran de mi vista para descansar del parto ante el escándalo de mi compañera de cuarto

Luz Sánchez-Mellado
Una madre abraza a su hijo.
Una madre abraza a su hijo. Jörg Lange (Cordon Press )

Nunca tuve ni un deseo loco de ser madre ni un rechazo visceral a serlo. Lo fui, soy y seré como lo fueron, son y serán tantas otras desde que los anticonceptivos nos hicieron dueñas de nuestros úteros. Porque tocaba, porque podía, porque por qué no iba a serlo, pudiendo. El caso es que, resueltas las dudas por la vía de los hechos consumados, y consumado el enamoramiento de la mamífera por sus crías, tampoco fui nunca una madre modelo. Y desde la primera noche de mi primera hija, en la que les supliqué a las enfermeras que se la llevaran de mi vista para descansar del parto ante el escándalo de mi compañera de cuarto, que se negaba a separarse ni un segundo de su cachorro, he sentido la mirada reprobadora de muchos hombres y casi todas las mujeres por ser, o parecer, una madre despegada, descreída, desnaturalizada, oh anatema: egoísta.

Todo esto fue antes de que se llevara el dormir con los críos hasta que te echen de tu cama, la lactancia sine die, el no dejar no ya que tropiecen, sino siquiera que conozcan los baches del camino. La hiperpaternidad, según el título del libro de Eva Millet (Plataforma) que ilustra el fenómeno. Aun así, y aunque no me lo dicen a la cara, sé de algunas —en esto la mujer es loba para la mujer— que me denunciarían al defensor del menor por no hacerle el desayuno a mi niña de 15 añitos y dejar que vaya andando al instituto, ya me vale, madrastrona. Lo curioso es que solo se les afea la conducta a las madres. Los padres están exentos y, mientras hay hombres que dimiten del cargo ante la tolerancia general por el mero hecho de ser varones, a las mujeres se les exige entrega total a los hijos hasta que la muerte rompa el vínculo. Bien; soy hipomadre, confieso. Creo que hay tantas formas de serlo como progenitoras. Pero, igual que me repatean los que dan lecciones morales no solicitadas, no pretendo dar ninguna a nadie. Hacemos lo que podemos.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Luz Sánchez-Mellado
Luz Sánchez-Mellado, reportera, entrevistadora y columnista, es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y publica en EL PAÍS desde estudiante. Autora de ‘Ciudadano Cortés’ y ‘Estereotipas’ (Plaza y Janés), centra su interés en la trastienda de las tendencias sociales, culturales y políticas y el acercamiento a sus protagonistas.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_