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Blogs / Cultura
Del tirador a la ciudad
Coordinado por Anatxu Zabalbeascoa
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¿Se puede vivir en una casa transparente?

Anatxu Zabalbeascoa

FOTO: Simón García

Recuerdo dos viviendas que llevan, en el propio nombre, la palabra cristal (o mejor vidrio), la que Lina Bo Bardi levantó en Morumbi, al sur de Sao Paulo, en 1951 y la que Philip Johnson construyó en New Canaan Conecticut, en 1949. Ambas fueron los primeros proyectos de sus autores y ambas estaban, están, envueltas, arropadas, por una vegetación de robles y arces que, en el caso de Bo Bardi, se convierte en palmeras y aguacates. Así, las dos casas son falsas viviendas transparentes. Su cortinaje no está dentro, sino fuera, entre los troncos y el follaje de los árboles, para velar por la intimidad de quienes habitan las viviendas y, en el caso de la casa de Bo Bardi, para proteger la casa del exceso de sol y lluvia.

Aunque ambas, la casa de vidrio de Sao Paulo y la de cristal de New Canaan son hoy museos que cuentan su propia historia, los diarios de sus habitantes y autores, la vivienda en la que vivió Johnson no se suele comparar con la brasileña en la que habitó Bo Bardi con su marido, el galerista Pietro Bardi, levantada, como un ave zancuda, sobre pilares metálicos pintados de blanco. La casa de Johnson se compara con la mítica Farnsworth de Mies van der Rohe, de cuyas enseñanzas bebió Johnson. Así aunque se inaugurase un año antes que Farnsworth, y dos antes que la casa de Bo Bardi, esta vivienda de Johnson siempre ha sido considerada una secuela de la de Van der Rohe, una interpretación. O una simplificación.

Puede que la obra posterior de Johnson, cuando abandonó el puesto de comisario del departamento de arquitectura del MoMA y pasó a levantar rascacielos, dé la razón a quienes tachan esta vivienda de secuela, a pesar de ser su mejor obra. La explicación derivaría de lo que se dedicó a hacer Johnson: siempre interpretar los aires de los tiempos y proyectar de acuerdo con ellos. Así, no tuvo empacho en abrazarse a la postmodernidad como no lo había tenido antes a la hora de aplaudir la modernidad. Sin embargo, en su propia vivienda, Johnson llega a replicar a su maestro.

Al contrario de lo que hizo Mies en Farnsworth, Johnson apuesta más por el suelo que por el aire. Más por las raíces que por sublimar la arquitectura. La estructura de acero pintada de negro de su vivienda arraiga en una base de ladrillo. De obra es también el cilindro que encierra la chimenea y el baño y que atraviesa la cubierta como si se tratara de un árbol, cuando es una de las mayores chimeneas de la historia por una cuestión de limpieza formal, para mantener la escala. Esa chimenea pesa en la casa. La arraiga. La atrapa.

En el interior, las alfombras que rodean al mobiliario -sillas, chaise longue, reposapiés y mesilla Barcelona diseñados por Mies van der Rohe, recortan un pedazo del pavimento, de ladrillo puesto en forma de espiga, que evoca el tiempo que Johnson pasó en Roma y los viajes que el ilustrado arquitecto realizó por Europa con su madre.

La idea de mirar hacia fuera y no perderse porque el techo, oscuro, pesa sobre la transparencia de la vivienda es un premonitorio mensaje de un arquitecto que fue más epígono que creador. Mejor lector que autor, Johnson se adelanta con su primera vivienda, realizada como proyecto de final de carrera al espacio intermedio, ni dentro ni fuera, que tan recurrido resulta hoy.

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