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Michael Fassbender arriesga su dinero y su reputación con ‘Assassin’s creed’

Por qué el mejor actor de su generación ha elegido en un momento crucial de su carrera una película basada en un videojuego, ‘Assassin’s creed’

Pablo Guimón

Michael Fassbender se juega, en buena medida, su futuro con el estreno de su nueva película. El actor ha invertido mucho, patrimonial y profesionalmente, en su nueva película, Assassin’s creed, un proyecto de 200 millones (191 de euros), del que es productor y actor principal. De la acogida en taquilla de esta película dependerá el futuro de Fassbender. La historia demuestra que no es fácil mantener el ritmo de trabajo, casi 30 títulos en nueve años, que viene marcando el actor. Y que una sucesión de éxitos y elogios antes de cumplir los 40 (los hará en abril de 2017) puede venir seguida de una caída hacia la irrelevancia. Si fracasa, le costará recuperar su paso firme en el camino de rosas. Si triunfa, además de un gran actor, Michael Fassbender se convertirá en una pieza clave en el juego de Hollywood.

Así están las cosas cuando nos citamos con él en Londres. Assassin’s creed cuenta la historia de Callum Lynch, interpretado por Fassbender, que gracias a una innovadora tecnología logra vivir las aventuras de su antepasado, Aguilar de Algarrobo, en la España del siglo XV. El motor de la narración es la memoria genética. La idea de que el ADN constituye un archivo de experiencias que pasan de una generación a otra. Una especie de inmortalidad física, en la que tu ser no muere contigo sino que viaja a través de la sangre a tus hijos. ¿Acaso el sex symbol del momento y su pareja, la no menos sex symbol Alicia Vikander, están pensando en procrear y pasar su sexi ADN a una nueva generación? “ [Pregunta] Personal…”, zanja Fassbender con su fría sonrisa. No imita a un árbitro de baloncesto. Está recordando la exigencia a los periodistas que le entrevistan de ceñirse a la película.

Ya se lo dijo George Clooney: "Honestamente, Michael, podrías jugar al golf con las manos en la espalda"

Ya se lo advirtió George Clooney en su mejor chiste de la ceremonia de los Globos de Oro de 2012. “Honestamente, Michael, podrías jugar al golf con las manos en la espalda”, le dijo, imitando con un balanceo de caderas un swing sin los brazos. Fassbender podía hacer lo que se propusiera, venía a decir Clooney, aunque las carcajadas del público respondían al evidente guiño a las dimensiones que desvelaba el famoso desnudo frontal de su colega en Shame (2011). Esa noche Clooney le arrebató el premio a mejor actor dramático. Pero tenía razón. La intensidad de su carrera revela que no conviene subestimar la capacidad de Fassbender para lograr todo lo que se proponga.

Fracasó, eso es cierto, en el mundo de la música. Quiso ser una estrella del rock, pero no era suficientemente buen guitarrista. Tampoco resultaba fácil, argumenta en su defensa, encontrar un batería y un bajista en un lugar como Killarney, Irlanda. Así que, a los 17 años, montó un grupo con un amigo guitarrista que se llamaba como él. Así nació Two Mikes, un extraño dúo de rock duro de efímera existencia. Lo más parecido al éxito que alcanzaron fue un bolo en un pub local a la hora de comer, tocando versiones de Metallica y luchando con el encargado para que dejara de bajar el volumen y aquello no pareciera un unplugged con guitarras eléctricas.

John Russo/Gareth Scourfield

Con la interpretación acabó teniendo mucha más suerte que con el rock. Y eso que a sus padres no les hizo especial ilusión que su hijo les anunciara, en plena adolescencia, que quería ser actor. Les parecía más serio lo de su hermana mayor, por ejemplo, que es neuropsicóloga. Fassbender nació en Heidelberg, que en 1977 estaba en la parte occidental de una Alemania todavía dividida. Fue el segundo de los dos hijos de una norirlandesa y un alemán. En términos de memoria genética, de su ADN alemán, asegura Fassbender, le ha quedado “el sentido de la lealtad y del compromiso: cuando me comprometo, me comprometo”, explica.

Cuando el pequeño Michael tenía dos años, la familia se mudó a Killarney, en la República de Irlanda, donde montaron un restaurante en el que el padre cocinaba. En su adolescencia, Fassbender echaba una mano en la cocina mientras acudía discretamente a castings y se resistía a ir a la Universidad, como le pedían sus padres. No les convenció de lo serio de sus intenciones hasta que montó su propia obra de teatro en el club de strip tease local. Se trataba de un humilde montaje de Reservoir dogs, de Quentin Tarantino, que Fassbender produjo, dirigió y protagonizó. Sus padres fueron a verlo y comprendieron que no podían luchar contra los sueños de su hijo. A partir de entonces, le apoyaron sin fisuras.

Y resulta que, 14 años después, Fassbender estaba en Los Ángeles haciendo una prueba para Malditos bastardos, del mismísimo Tarantino. En principio, iba a interpretar al coronel Hans Landa, pero nada más entrar Tarantino le informó de que el papel ya se lo había llevado Christopher Waltz, cuyo genial retrato del oficial de las SS acabaría valiéndole un Oscar. Aun así, Fassbender decidió hacer la prueba y finalmente logró el papel del teniente británico Archie Hicox.

El camino seguido hasta cuadrar ese particular círculo tarantiniano no había sido fácil. Y eso que arrancó muy rápido y fuerte: antes de graduarse en la escuela de arte dramático londinense donde estudió, ya tenía un papel en Hermanos de sangre, la serie bélica de Steven Spielberg y Tom Hanks para la HBO. Pero el teléfono tardó mucho en volver a sonar. Pasó dos años en Hollywood en los que solo acumuló seis semanas de trabajo, así que decidió regresar a Londres, donde engrosó la nómina de talentosos actores que sirven pintas de cerveza artesana en las barras de Hackney.

"Tengo un gran sentido de la lealtad y del compromiso: cuando me comprometo, me comprometo"

Fue su trabajo con el director Steve McQueen en Hunger (2008) lo que le colocó definitivamente en el mapa como un actor con mucho recorrido. Repetiría con McQueen en la célebre Shame y, después, en 12 años de esclavitud (2013), que le valió la primera de sus dos nominaciones al Oscar. Desde entonces, ha encadenado nada menos que 11 estrenos en menos de cuatro años. Ha interpretado a Macbeth, a Magneto, de X Men, en hasta tres ocasiones, y a Steve Jobs, en la película de Danny Boyle de 2015 que le valió su segunda nominación al Oscar.

Su acertada elección de personajes obedece, asegura, más a su instinto que a una determinada estrategia profesional. “No tienen por qué ser los personajes los que me atraigan, puede ser la historia”, explica. “Si leo el guion y veo una narración original, provocadora, es probable que me lance. Busco historias que me produzcan algo en las entrañas. Que provoquen en mí algo primario, algo que no tengo por qué intelectualizar. Trato de escoger papeles que no haya explorado antes. Y es muy importante el director. Me preocupo de ver su trabajo previo, y conocerlo a él para ver de qué va y si tenemos química”.

Fassbender tiene que ser consciente de lo mucho que se juega con Assassin’s creed. No solo por el dinero que ha invertido personalmente en esta producción (el presupuesto alcanza los 200 millones de dólares, 191 de euros) para hacerse con el control sobre la historia tras unas conversaciones con Ubisoft que empezaron hace ya cuatro años. “Una de las cosas más difíciles de hacer una película a partir del universo de este videojuego es la cantidad de información que hay ahí metida”, reconoce. “Es un material muy denso. Había que destilar, simplificar lo mejor posible y trabajar con unos pocos elementos que anclaran al público en la película. Sobre todo, a la gente que no ha jugado al juego. En un proyecto como este hay un saludable baile entre el respeto y la falta de respeto. Hemos inventado personajes que no existen en el juego. Tomamos cosas y reglas muy importantes del videojuego, pero esto es una película. Y ahí entra la dosis de falta de respeto”.

John Russo/Gareth Scourfield

Las grandes franquicias de videojuegos no han aportado, hasta la fecha, ningún título memorable a la historia del cine. Esto es así. Entonces, ¿por qué Michael Fassbender, acaso el mejor actor de su generación, con una trayectoria aclamada por la crítica y que selecciona con precisión de neurocirujano cada nuevo proyecto, se ha metido hasta el cuello en la versión cinematográfica de Assassin’s creed? No estamos, conviene aclarar de entrada, ante un friqui de las consolas. Su experiencia con los videojuegos, explica el propio Fassbender, se limita a un poco de Space invaders, Mario Bros, Street fighter y “uno de Atari de un helicóptero con el que matabas cosas”.

El actor asegura que “ni siquiera tenía un televisor en casa al que conectar una consola” cuando, entre 2007 y 2014, la saga de videojuegos de acción histórica Assassin’s creed despachaba 73 millones de unidades por todo el mundo. ¿Por qué, entonces, el nuevo Marlon Brando decide interpretar, producir y coordinar la multimillonaria adaptación cinematográfica de un producto que le era tan ajeno que ni siquiera lo había probado? La respuesta oficial la proporciona el propio Fassbender, que despacha a la prensa mundial en un hotel de Londres.

"Busco historias que me produzcan algo en las entrañas. Que provoquen en mí algo primario"

“Un amigo con el que estaba trabajando en un guion me dijo que conocía a gente de Ubisoft”, recuerda. Se refiere al gigante francés de los videojuegos, propietario de la mencionada saga de Assassin’s creed. “Les había dicho que estábamos colaborando y le pidieron reunirse conmigo. Accedí, me senté con ellos y me empezaron a hablar de la historia. Me introdujeron en el universo del videojuego y, en particular, en el concepto científico de la memoria genética. Me pareció un terreno fascinante y mordí el anzuelo desde la primera reunión. Me atrapó esa idea científicamente factible en medio de todo ese mundo de fantasía. Pensé que eso podría elevar la película por encima de otras de este género”.

Lo cierto es que, sin negar el interés narrativo de Assassin’s creed, lo que el proyecto ofrece a Michael Fassbender es una entrada a otra liga: la de los grandes jugadores de Hollywood. Ha demostrado que es un excelente actor. Pero está a punto de cumplir los 40 años y ha decidido dar otro paso. Ahora quiere probar que puede poner en marcha proyectos, producirlos, partir la pana en la industria del cine.

Para su misión ha elegido como director de Assassin’s creed al australiano Justin Kurzel, que ya le dirigió en Macbeth. “Tiene una mirada muy buena”, explica el actor sobre Kurzel. “Hay algo visceral en su trabajo que creo que encajaba bien en esta historia”.

Michael Fassbender junto a su novia, la actriz Alicia Vikander, durante la presentación de 'La luz entre los océanos', película que ambos protagonizan.
Michael Fassbender junto a su novia, la actriz Alicia Vikander, durante la presentación de 'La luz entre los océanos', película que ambos protagonizan.Cordon

El propio Kurzel no escatima elogios al describir al actor al que convirtió en su Macbeth y con quien ha compartido el rodaje de Assassin’s creed, que ha resultado tan ambicioso como exigente: “La clave es que siempre está muy presente cuando actúa. No solo escucha y responde al actor que tiene enfrente, sino a todo el ambiente en el que se encuentra. Siempre está increíblemente preparado, pero a la vez abierto a todas las posibilidades que ofrece cualquier plano. Y eso lo sientes. Es un actor muy particular. Es alguien que brilla”.

Para Fassbender, el secreto está en la capacidad de trabajo y en la entrega total a cada proyecto. “Una vez he tomado una decisión, me implico al 110 %”, asegura. “Después, todo es compromiso, no hay espacio para la duda. Todo es un fracaso hasta que no lo es”.

Esa entrega alcanzó quizá el punto álgido en el rodaje, hace dos años, de La luz entre los océanos. El director Derek Cianfrance quería que la química surgiera entre una pareja de actores para contar una historia de amor verdadera. Metió a Michael Fassbender y a Alicia Vikander, con un equipo reducido, en una remota península de Nueva Zelanda. Y efectivamente: brotó el amor real. Hoy Michael y Alicia comparten su vida en Londres. Una historia que intentan mantener lo más lejos posible de los focos.

En cuanto a Assassin’s creed, asegura Fassbender, el principal reto técnico reside en la acción. “Nos interesaba que hubiera un cierto realismo, a pesar de ser una película de fantasía, y eso lo aportan las escenas de acción”, explica. “No queríamos cromas, nada de pantallas verdes. Hay elementos que son efectos especiales, pero las escenas de acción suceden de verdad, en localizaciones reales y con gente real. Creo que todo eso le da a la película un elemento de originalidad. Hay tantas películas de fantasía y acción ahora que queríamos diferenciarnos con un toque old school”.

Marion Cotillard y Michael Fassbender, en 'Assassin's creed'.
Marion Cotillard y Michael Fassbender, en 'Assassin's creed'.

Eso, para un actor como Michael Fassbender, implica una preparación física concienzuda. “A medida que uno se va haciendo mayor cuesta más”, asegura con resignación. “Fue muy exigente, pero lo disfruté. El secreto está en el trabajo previo: fortalecerte para asegurar que no te haces daño. Entrenaba cinco días a la semana antes de empezar el trabajo. Entrenamiento de fuerza y luego boxeo para terminar con un poco de cardio. Después hay que estudiar bien las coreografías para que parezcan naturales”. Pero lo cierto es que tanto entrenamiento le ha proporcionado un tono físico envidiable. Se adivina mucho más músculo que grasa bajo el jersey ajustado que luce mientras responde a los periodistas sin salirse un milímetro del guion. No parece haber espacio para la espontaneidad esta tarde en Michael Fassbender. Todo en él, incluso la barba y el pelo cobrizos cuidadosamente despeinados, se antoja absolutamente premeditado.

A partir de mañana, sin embargo, esa pose tan estudiada se tensará. Es cuando hablará el público, decidiendo si encumbrar o enterrar a Assassin’s creed.

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Sobre la firma

Pablo Guimón
Es el redactor jefe de la sección de Sociedad. Ha sido corresponsal en Washington y en Londres, plazas en las que cubrió los últimos años de la presidencia de Trump, así como el referéndum y la sacudida del Brexit. Antes estuvo al frente de la sección de Madrid, de El País Semanal, y fue jefe de sección de Cultura y del suplemento Tentaciones.

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